Tras la crisis diplomática con Marruecos del año pasado (que condujo a la destitución de la ministra de Exteriores Arancha González Laya), España está envuelta ahora en una de calibre similar con Argelia. La política exterior nacional está emparedada entre la rivalidad de los dos grandes vecinos del Magreb. El conflicto sobre el Sáhara Occidental es el punto de fricción más público y explícito, pero detrás del ardor de Argel está también la creciente cooperación de Rabat con Israel, y el pulso histórico por la influencia regional. 

Los hechos han ido amontonándose en las últimas 48 horas. Primero, el miércoles el presidente Pedro Sánchez compareció en el Congreso para explicar su cambio de postura respecto al Sáhara Occidental, sin prácticamente mencionar a Argelia (salvo para decir que no había problemas). Horas después, Argel lanzó dos represalias consecutivas: la suspensión del histórico Tratado de Amistad y, al filo de la medianoche, la congelación indirecta del comercio exterior. 

Este jueves, el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, tomó la iniciativa, y decidió implicar a Bruselas en el contencioso. Dijo el jefe de la diplomacia que defendería los intereses de las empresas españolas, y se reservó el derecho a emprender acciones. Canceló un importante viaje a Los Ángeles para la Cumbre de las Américas (que se celebra cada tres o cuatro años) para desplazarse a Bruselas, donde este viernes pretende presionar para que la UE haga entrar en razón a Argelia. Los primeros mensajes comunitarios ya apuntan en ese sentido. 

Diplomacia pendular

El difícil juego de equilibrios de la diplomacia española con Rabat y Argel no es nuevo. La historia con los vecinos mediterráneos ha sido un constante acercarse a uno a costa de dañar las relaciones con el otro. Un auténtico péndulo de relaciones internacionales.

En 2001, por ejemplo, el Gobierno de José María Aznar rechazó apoyar el Plan Baker I para el Sáhara, gestado en Rabat, que ofrecía al pueblo saharaui autonomía dentro del Estado marroquí. Eso provocó una grave crisis bilateral entre 2001 y 2003. El culmen mediático se vio durante la crisis de la isla de Perejil en 2002. Marruecos envió un grupo de gendarmes al islote deshabitado en una presunta misión antidroga y España lanzó una operación para apresar a las fuerzas marroquíes. El gobierno de Aznar apostó por reforzar las relaciones con Argelia, y eso implicaba no depender solo del gasoducto Magreb-Europa que pasaba por Marruecos. Se gestó el gasoducto submarino Medgaz, desde Beni Saf, en la costa argelina, hasta Almería, en la costa española. Ahora es el único que funciona desde Argelia. 

“El equilibrio no es fácil porque estamos atrapados entre la rivalidad de ambos países”, explica Miguel Hernando de Larramendi, catedrático de estudios árabes e islámicos de la UCLM  EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, diario que pertenece a este grupo. “Cualquier gesto será malinterpretado, y como la reconciliación de Marruecos se tiene que hacer por etapas, en cada uno de los hitos del camino pueden surgir problemas”. El reto para la diplomacia española es cómo recomponer a la vez las relaciones con ambos países. 

Política de gestos

Los gestos siempre han sido clave en los consecutivos deterioros de relaciones. Lo fueron para Marruecos cuando España atendió al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, enfermo de Covid. Y lo han sido en los últimos meses para Argelia. 

“No estoy sorprendido por la reacción. Argelia se enteró de un cambio clave en la política exterior española por un comunicado de Rabat”, dice a este diario Francis Guilès, investigador del think tank CIDOB. El analista opina que Madrid no ha explicado la decisión: los funcionarios del Gobierno rechazan hablar en encuentros privados para justificar el cambio y algunos diplomáticos se quejan de la situación y de la ausencia de un relato coherente.  

Gestos. En el discurso de Sánchez no los hubo hacia Argel, que fue ninguneada, opina Hernando de Larramendi. Argelia es un país con peso internacional y una identidad fuerte construida en una guerra de liberación de Francia. Con una diplomacia muy activa y mucha influencia en el tercer mundo. 

“Creo que la única manera de ver una mejora de las relaciones entre España y Argelia es esperar hasta que España tenga un nuevo gobierno”, opina para EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Barah Mikaïl, director del programa de ciencias políticas en la universidad Saint Louis en Madrid. “España se ha puesto en una situación bastante complicada. El asunto del Sáhara Occidental es uno de los más complicados del Sur del Mediterráneo”.

El golpe al tablero de Trump

Durante la Transición, las relaciones entre España y el Magreb ya estaban marcadas por la rivalidad sobre el Sáhara occidental. “Se llevaba a cabo una política errática, cada acercamiento a Marruecos era equilibrado con gestos hacia Argelia y viceversa”, recuerda Hernando de Larramendi. Cuando España entra en la UE y termina la Guerra Fría, la diplomacia española aprovechó la oportunidad del deshielo para buscar una solución más coherente. Se firman los tratados de Amistad, Cooperación y Buena Vecindad con ambos países. Se fomentan las relaciones comerciales, se promueve un diálogo político regular con mecanismos de alerta temprana ante posibles crisis. El resultado es que España se convierte en el primer socio comercial para Marruecos, y Argelia en un suministrador sólido de gas. 

En 2020, el respaldo de la administración de Donald Trump a la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, a cambio de la normalización de las relaciones con Israel, incendió los ánimos en Argelia. Ha sido uno de los cambios más importantes de los equilibrios regionales. “Ha acentuado la rivalidad argelino-marroquí: los argelinos están preocupados por ‘la llegada de la entidad sionista a sus fronteras’, además de la injerencia marroquí en sus asuntos internos al respaldar la autodeterminación de la Cabilia [zona independentista argelina]. El Gobierno argelino proyecta esa rivalidad sobre la política España hacia Marruecos, en un nuevo juego de suma cero que refuerza el bilateralismo en detrimento del enfoque regional”, explica el catedrático.

Los próximos días prometen ser de una intensidad diplomática frenética. En juego están centenares de millones de euros en comercio (empresas, trabajos, cerca de 2.000 millones en exportaciones anuales de España a Argelia y 2.500 millones en gas que importa nuestro país). Todo, en un contexto económico poco propicio, marcado por la inflación galopante y la crisis alimentaria, que afecta gravemente a África en su conjunto y al Magreb en particular. Una “crisis del pan” en las calles que subyace bajo la que se libra entre las embajadas y las cancillerías.