Militares, policías y protección civil

Interior realiza un simulacro de accidente nuclear en plena inquietud europea por la central de Zaporiya

En una planicie aledaña a la Escuela Nacional de Protección Civil, en la localidad madrileña de Rivas, se han movido militares, guardias, bomberos, policías y sanitarios como si se encontraran en una emergencia nuclear real

Juan José Fernández

Después del accidente de una central nuclear, quizá con incendio, puede que con explosión, siempre con escape de radiación... por las calles de la ciudad contaminada lo primero que aparecerá será una avanzadilla de robots, pequeños helicópteros sin piloto sobrevolando las aceras vacías y cochecitos sin chófer subiendo y bajando escombros con sus ruedas dentadas. Cuando la temperatura o la radiación aún sean insufribles para los humanos, aparecerán los drones. Sobrevolarán los barrios con megáfonos alertando a los vecinos, y los cochecillos circularán mirando con las lentes de sus cámaras y tomando mediciones de los electrones y neutrones que acribillen las avenidas.

Esos artefactos son parte del despliegue que ha podido verse en la mañana de este miércoles durante el ejercicio NURIEX 2023, organizado por la Dirección General de Protección Civil. El Ministerio del Interior ha querido probar cómo se coordinarían sus efectivos y los de otros ministerios en caso de contaminación nuclear de una ciudad española. Y es Interior quien ha realizado el simulacro porque en materia de incidente nuclear la competencia es estatal. Si la catástrofe alcanza un grado 3 -el de máxima gravedad- corresponderá al ministro del Interior el mando de todos los efectivos.

En una planicie aledaña a la Escuela Nacional de Protección Civil, en la localidad madrileña de Rivas, se han movido militares, guardias, bomberos, policías y sanitarios como si se encontraran en una emergencia nuclear real. Y este NURIEX 23, primer ejercicio pluridisciplinar de gran accidente atómico que monta Protección Civil, ha tenido lugar mientras Europa entera mira a la central de Zaporiya, y a toda la región ucraniana de Kherson, después de que la voladura de la presa de Nova Kajovka haga escasear el agua para refrescar una de las nucleares más grandes del planeta.

Fukushima español

Ha habido antes dos meses de preparación. El simulacro de este jueves se planteaba el reto de un accidente civil, y no un ataque militar. "Para que me entiendas: esto es Fukushima, no Hiroshima", explicaba un oficial de la Unidad Militar de Emergencias (UME), subrayando el carácter de la prueba por más que la guerra forme parte del marco de actualidad. Es un Fukushima español lo que se ha probado en Madrid. En cualquier caso tanto daría el origen civil o militar de las partículas a las víctimas, a las que la jerga interna profesional de emergencias llama "no válidos".

La primera misión de los drones tras el accidente será la de medir radiación, transmitir datos, localizar focos de contaminación... y también gente viva. O sea, ayudar a evaluar el desastre e ir trazando un mapa, un círculo a partir del cual se penetra en zona de peligro.

Pongamos que hablamos de una ciudad cerca de Vandellós, o de Ascó, o de Garoña, o de Almaraz, o de Cofrentes. O quizá se trata de un nuevo Palomares. Mientras patrullan los robots, brotará un poblado de tiendas de campaña de colores diversos en la periferia de la zona devastada. Pardo y rojo para las militares de la UME, blancas las de la Cruz Roja y verdes o azules las de las fuerzas de seguridad. En esa pequeña ciudad se moverá un hormiguero de efectivos de rescate, robots, personal de asistencia a máquinas y a humanos. Todo, orientado en un camino hacia las áreas de descontaminación.

Descontaminar es la actividad clave. Puede que a muchas personas afectadas les baste con quitarse la ropa y ponerse otra no expuesta, pero habrá también gran cantidad que precisará que les quiten de encima las partículas radiactivas con un chorro de agua. El teniente coronel de la UME Luis Marcen cuenta que, llegado el caso, su equipo puede descontaminar a 50 personas a la hora. Esa unidad dispone de otro tinglado de tiendas y grifos para catástrofes aún mayores, con capacidad de limpiar a 400 víctimas a la hora. Eso es mucha ducha. "El problema es que, a más velocidad, más residuo de agua contaminada", explica.

Junto a los tipis de este poblado se disponen numerosos contenedores grises, destinados a recoger todo lo irradiado. Los identifica la hélice negra y amarilla de lo atómico. Estamos ya en la hora diez desde el accidente. Antes, en el momento oportuno, los móviles de todos los presentes se han puesto a sonar a la vez. "Alerta de Protección Civil. PRUEBA PRUEBA PRUEBA PRUEBA PRUEBA", decía un mensaje que aparecía en pantalla desenfocando cualquier otra cosa del aparato. Es el sistema ES Alert el que ha avisado a la supuesta población en el momento oportuno a través de sus teléfonos. No es una cadena de whatsapp ni mensajes SMS: la alarma se da a todo teléfono encendido al alcance de los postes de compañías que operen en la zona.

El perrillo

Al lado del hormiguero de efectivos y figurantes hay un enorme solar cuya visión sobrecoge. Puede que el lugar más parecido a una ciudad devastada por una explosión nuclear en todo el país sea esa sucesión de escombros, losas inestables de hormigón y coches volcados de lo que en la Escuela Nacional de Protección Civil llaman Campo de Estructuras Colapsadas. En ese escenario de Mad Max han colocado, figuradamente, la central nuclear accidentada. En el Nuriex a la zona cero la llaman "central de Ajillo", y el refugio final es la imaginaria localidad de Matienza. Parecen nombres de una novela de Delibes.

En el costado de algunas tiendas se lee "Húmedo"; en otras se ve la cruz roja; en otras, las siglas CDS-NRBQ y el emblema en X de la Guardia Civil. Entre todas patrullan policías militares ataviados con armas, epis blancos y protectores amarillos en las botas. Parecen los días duros de la pandemia, solo que en esta ocasión en vez de virus atacan las partículas.

Entre los asistentes, los bomberos, los figurantes, los militares y civiles que entrenan, corre de acá para allá un pequeño robot negro de cuatro ruedas, como si fuera un perrillo. Lo llaman Nerva y es una de las últimas adquisiciones de la Guardia Civil, una pequeña plataforma que pesa poco y que puede llevar en el lomo micrófonos, cámaras, sensores de todo tipo para comunicar al resto de un enjambre de drones los datos de la zona, también de los recovecos en los que, por su tamaño, puede meterse.

Escoltados

Una coreografía minuciosamente diseñada regula el acceso y la deambulación en el campamento, señalando cualquier movimiento para evitar, sobre todo, la mezcla de lo sucio con lo limpio, que sería desastrosa. Grandes grúas de los puestos de descontaminación de vehículos arrojan agua en aerosol para eliminar la radiación. Y las estaciones de la UME y el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) van seleccionando a las personas según su contaminación.

“¡Sé que es muy duro lo que han vivido, pero es necesario que se separen unos de otros en la cola!". grita un agente del CSN con un dosímetro en la mano. Delante tiene una fila de civiles que esperan. Su radiación será medida en tiendas de campaña en las que hay hombres con máscaras que les cubren ojos, cara y boca, y monos blancos de plástico grueso.

La cola tiene algo de cuadro del juicio final. Los que están limpios continuarán camino; los sucios tendrán que ir a una zona de descontaminación; y los más irradiados, el "personal no válido", serán llevados a una explanada de ambulancias, y de ahí a un hospital donde luchar por sobrevivir a las llagas de sus quemaduras y el infierno del cáncer.

Hay antes que nada un aparcamiento de autobuses al que llegan los civiles rescatados. Si alguna vez ocurre esta catástrofe, los vecinos tendrán la instrucción de permanecer dentro de los vehículos hasta que se les mande bajar. En el camino los pastorea una "unidad de control de masas", o sea, un grupo de antidisturbios que los escoltará hacia la llamada "zona de desvestido". La orden será que nadie se salga de su carril.

En la "zona de desvestido" los vecinos que trajeron los autobuses se quitarán la ropa y recogerán una pulsera de filiación con un código, y una serie de bolsas de plástico. En las bolsas deberán meter su material contaminado. Ahí no solamente estarán los antidisturbios, también habrá psicólogos y médicos, y además intérpretes de lenguas extranjeras removiéndose entre policías militares, bomberos y traspaletas que se llevan en volandas los contenedores.

Si tienen suerte y están descontaminados, otros buses los llevarán hacia una zona segura. Serán "los evacuados" en otra ciudad que los acoja, o en un gran albergue de lona impermeable donde pasar las siguientes noches hasta que puedan recuperar sus vidas, pero en otro lugar, a 50 kilómetros o más de este moderno Chernobil.