El pasado 4 de diciembre el colectivo Ca-minando Fronteras (apoyo a las redes migrantes, sensibilización y denuncia) alertó por teléfono a Salvamento Marítimo de que una patera con unos 57 o 58 inmigrantes a bordo se había quedado sin gasolina en las proximidades de la costa de Almería. En los dos o tres días siguientes los medios de comunicación se hicieron eco de la noticias. El viernes 5 nos enteramos de que esa mañana un buque mercante de bandera holandesa había localizado una balsa neumática de 10 metros de eslora a 23 millas al sureste de Cabo de Gata y con 29 personas --19 hombres, 9 mujeres y una bebé--. O sea, faltaban la mitad de los que partieron. Luego hemos sabido que de las nueve mujeres rescatadas, seis estaban embarazadas, y que además de la bebe que llegó con vida, en la patera viajaban otros ocho niños, todos menores de cuatro años y los ocho desaparecidos. También que la policía no descarta ninguna hipótesis, que la gente se puso nerviosa, y que entre peleas cayeron al agua. Un infierno.

He leído con resignación esta noticia y me he acordado con insistencia de un reportaje que publicó Ana Carbajosa en El País el pasado verano. Las mujeres, salvo contadas excepciones, acceden al territorio español en patera o camufladas en coches por los pasos fronterizos. Ana Carbajosa, antigua residente en Bruselas y autora de Las Tribus de Israel (Editorial RBA), basaba su texto en una serie de testimonios sobrecogedores e indignantes. En ese reportaje se decía: "Los hombres mienten a las mujeres". "Les dicen que es fácil llegar a Europa y que allí encontrarán trabajo. Que irán a Níger y de allí en avión a España. Pero en Níger les dicen que hay que ir hasta Argelia primero. En ese punto, las mujeres ya no tienen dinero y no tienen más opción que seguirles". "A las mujeres las venden en las fronteras. Los jefes nigerianos eligen a las que más les gustan. Por el camino, las dejan embarazadas". "Cada una depende de un solo hombre, pero las utilizan muchos otros. Primero las viola el jefe y luego el resto. Están a su servicio. El objetivo es que se embaracen porque así tienen más posibilidades de quedarse en España". "El 99,9% de las nigerianas que vienen de Marruecos son explotadas sexualmente". "Los niños son su pasaporte". Carbajosa, una mujer sensible y sensata, concluye: "Si la situación de los inmigrantes hombres es terrible, la de las mujeres es cien veces peor. Esto es una auténtica tragedia humanitaria".

LEO ESTO Y pienso en los tapones de Tánger, Nador o Tetuán, en violaciones, embarazos y abortos clandestinos, en que mientras nos indignamos y entretenemos con el dolor de las vallas y las concertinas, redes criminales transfronterizas compran y venden mujeres de las que primero abusan y a las que luego obligan a prostituirse. Pienso también la mucha teoría que condena este tipo de prácticas: Declaración Universal de los Derechos Humanos, Art. 4. "Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas". El "Protocolo contra la trata de personas" de la ONU (resolución 55/25, anexo II, de la Asamblea General que entró en vigor en 2003). O más recientemente la "Estrategia de la UE para la erradicación de la trata de seres humanos (2012-2016)".

A partir de aquí, todo interrogantes: ¿Cómo es posible que si estamos todos de acuerdo en condenar este tipo de prácticas no se hayan redactado todavía las herramientas jurídicas necesarias para proteger a estas mujeres de esos abusos tan previsibles y tan presentes? ¿Es el demonio que habita en los intersticios de la ley o son los muchos intereses que hay detrás de toda esta mierda lo que impide que se actúe con eficacia? ¿Reducir a una mujer que ha sido violada y esclavizada a la categoría de inmigrante irregular no es también una forma de criminalizarla? ¿Cuándo se pone el acento en la desarticulación de las redes, o en el control migratorio, no se está dejando en un segundo plano la protección de las víctimas? ¿Y qué decir de esos niños, ya desde la intención, concebidos para ser utilizados como pasaporte? ¿Será posible algún día rescatar a estas mujeres (y a sus hijos) de ese infierno y devolverles su cuerpo, su visibilidad, la dignidad y las ganas de vivir?

No es una cuestión de caridad o de buenísmo, es sencillamente otro caso de dignidad. Una condición imprescindible para poder formar parte algún día de una sociedad aseada y decente en la que se pueda vivir sin estas náuseas.