Samira se levanta muy temprano cada mañana porque a las siete empieza a trabajar en un obrador de una localidad de la periferia de Madrid. Primero coge el metro y luego un cercanías. Samira no lleva velo, pero considera que la religión es muy importante en su vida y se declara practicante de un islam tolerante y abierto. Considera que nadie tiene autoridad para decir a los demás cómo vivir o actuar, y le parece absolutamente inaceptable la violencia como forma de defender o difundir las creencias religiosas. Samira debe de andar en torno a los cuarenta años. Nació cerca de Marraquech pero vivió varios años en Casablanca. Llegó a Madrid en 2007 con un contrato laboral y durante varios años estuvo trabajando en una casa en la que se sentía muy a gusto. Durante ese tiempo, convalidó sus estudios de administrativo y se sacó quinto de Español Lengua Extranjera en la Escuela Oficial de Idiomas. Decía que lo que más le gustaba de España era su sistema sanitario, la variada oferta educativa y el poder ir sola por la calle sin que nadie la molestara. Después se quedó en la calle y, como las empleadas del hogar no tienen derecho al paro, también se quedó sin ingresos. Como la crisis lo complicaba todo y ella tenía familia en Bélgica, se vino a Bruselas. No fue fácil, pero al final encontró trabajo en Lieja como responsable de la cocina de un snack. Lo segundo que hizo fue matricularse en un curso sobre manipulación de alimentos. Cuando empezaba a echar de menos el sol del sur, recibió una carta de la oficina de inmigración en la que la conminaba a abandonar el país y le daban quince días para hacerlo. No entendía nada, pero lo comprendió todo de golpe. Llevaba seis meses trabajando y en ese tiempo nadie le había dado de alta en ninguna parte. Pidió explicaciones y el responsable de su contrato le dijo que debía de ser un error y que no se preocupara. Cuando el plazo estaba a punto de expirar, volvió a preguntar y entonces el mismo patrón tunecino que la había engañado, la amenazó con denunciarla por estancia ilegal. También le dejó a deber dos mil euros. Ella se asustó y regresó a Marruecos. Pero la vida en Marruecos no es fácil para una mujer sola que ha decidido no depender de nadie. Volvió a intentarlo en España. Aunque le resultó duro, al final encontró empleo en un obrador, especialidad en repostería marroquí, donde trabaja de siete de la mañana a siete de la tarde sin día de descanso semanal. Si echan la cuenta, trabaja 84 horas a la semana y cobra el salario mínimo interprofesional. Ella también sabe que es un abuso, pero es lo único que hay, me dijo, y son muchos los que están como yo. También me dijo que así no puede seguir y que tiene decidido volverse.

LES CUENTO esta historia de Samira, porque estoy apesadumbrado con la carnicería de París e inquieto con algunos comentarios que oigo en la calle y leo en los periódicos. Claro que yo también soy Charlie (como también lo son los oportunistas de "la ley mordaza"). Aunque me desagradan la sátira que incita a la violencia y el veneno que se esconde en cierta mofa, considero el de la libertad de expresión un derecho irrenunciable. Para los musulmanes puede ser un pecado muy grave representar visualmente al profeta Mahoma o injuriarlo, son libres de creerlo y los respeto, pero los musulmanes no tienen derecho ninguno a imponer a los no creyentes ni sus creencias ni sus prohibiciones. También me parece mucho más ofensivo, aunque todo pueda serlo, asesinar o esclavizar en nombre de Mahoma que insultar al Profeta. Además, estoy convencido de que los ataques de París no fueron el resultado de un brote de locura de tres o cuatro perturbados, sino que fueron acciones planificadas con frialdad y llevadas a cabo con un arsenal y un plan de huida. Sé de su fanatismo y me asustan. Sin embargo, también me asustan los que claman por una respuesta mucho más firme de Occidente, los que acusan de blandos y cobardes a los que abogan por tender puentes, los que exigen sacar músculo y responder con contundencia. Pienso en la invasión de Afganistán, en la prisión de Guantánamo, en la violencia contra Palestina, en los golpes de estado en cuarenta sitios, etc., y no me parece que haya falta de fuerza, sino exceso de violencia.

SI PORQUE muchos matan en nombre de Mahoma, decidimos castigar a todos los mahometanos, estamos haciendo un pan como unas hostias. De hecho, en Europa viven millones de "samiras" que jamás han tenido problema alguno con las leyes de los países donde se han establecido, que trabajan de sol a sol para poder vivir en ellos y disfrutar de sus derechos y libertades. Que algunos que comparten su religión, amparándose en esos mismos derechos y libertades, quieran imponernos su barbarie y destruir nuestros sistemas democráticos, no quiere decir que todos los del mismo credo deban pagar por ello y sean de ello responsables.

No profeso religión ninguna ni me interesa especialmente ninguna religión, pero tengo la impresión de que si plantean estos asesinatos como el resultado de una lucha entre religiones se va a hacer mucho daño a mucha gente buena y a meter la pata hasta los corvejones. Esto, si es algo más que una enajenación colectiva, es la lucha de un tipo de totalitarismo político-religioso contra la democracia. Y eso sólo se cura con educación y cultura. A algunos nos vendría bien repasarnos otra vez el tema de la ilustración porque se nos está olvidando, y otros podían empezar por subrayarlo porque nunca se lo han estudiado. Perdónenme la certeza, pero cada día lo tengo más claro, a este mundo nuestro le falta ilustración y le sobran iluminados.