Imagínense un espacio muy amplio en un barrio de Bruselas. Un tercer y último piso rodeado de ventanales que dan al verde de los árboles y al tiempo gris del invierno y la costumbre. Es una gran sala con forma de L que tiene muchos casilleros en uno de los laterales y varias mesas por el medio en torno a las cuales conversan quienes trabajan es ese sitio agrupados por lenguas o nacionalidades. Normalmente, incluso a la hora de la comida, suelen estar vacías. El lunes pasado, sin embargo, a esa misma hora, había una mesa particularmente animada y con mucho protagonismo; era la de los griegos. Observándolos durante días, alguien podía llegar a la conclusión de que los griegos son gente animada, que habla alto y se ríe mucho; pero aun así, quien los observara solo esa mañana, pensaría que estaban de celebración o en vísperas de fiesta. Se entiende, llevan cinco años de reproches, chistecitos, agonías y velatorios.

Con uno de los que frecuenta esa mesa me saludo amablemente desde hace algún tiempo, aunque hasta hace unos días no había tenido la ocasión de hablar detenidamente con él. Le oí decir que estaba hasta las narices del jodido 25 % (ese es el porcentaje en el que se ha visto reducido el PIB de Grecia en los últimos cinco años y hasta donde ha llegado el de desempleados en ese mismo tiempo) y que entre esa rayita y los dos ceritos cabía mucho sufrimiento. Me llamó la atención el comentario y, como al hablar me miraba, me quedé un rato escuchándolo. Luego, cuando ya nos quedamos solos, me dijo que la única particularidad de Grecia es que va dos años por delante. Puse algunas objeciones y eso dio para que siguiéramos hablando durante un rato. Le recordé que si los griegos no son responsables de los desmanes de sus gobernantes, tampoco tienen por qué serlo los contribuyentes de los otros países de Europa que les prestaron el dinero. Coincidimos en que los grandes bancos y los fondos privados de inversión en cuanto olieron el cadáver tiraron de influencias, encargaron a los gobiernos que se hicieran cargo del fiambre y se fueron de rositas: en consecuencia, la deuda griega es una demora con los otros ciudadanos de Europa. El aceptó la obligación de respetar el compromiso, ni siquiera habló de condonación o de quita, pero sí insistió en la necesidad de reestructurar esa deuda, también de solidaridad y de responsabilidad compartida.

Esa tarde, hombre normalmente sonriente y muy correcto en el trato, me pareció también un hombre ofendido y contrariado. Despotricaba contra los suyos, pero se ponía a la defensiva en cuanto oía una crítica aunque fuera menor y razonable. Había acumulado una retahíla de agravios, por ejemplo, me recordó el titular del periódico sensacionalista alemán Bild pidiéndoles a los griegos que vendieran la Acrópolis o alguna isla para saldar la deuda. También que en junio de 2012 Angela Merkel no quiso recibir a Tsipras cuando este le solicitó una entrevista. También que Jean Claude Juncker ese mismo día había dicho "esperamos ver caras amigas en el nuevo gobierno", sentía que le estaban condicionando el voto, que en Bruselas preferían a los causantes del desaguisado y de los sacrificios antes que a otras propuestas más sensibles al dolor de sus paisanos. Luego concluyó, si la clase política solo nos provoca desconfianza y sospecha, es que ha llegado el momento de cambiar de clase política, de acabar con este enorme campo de concentración en el que se ha convertido Europa. Me pareció duro.

De vuelta a casa fui pensando en lo que me había dicho, me acordé de algo que oía con frecuencia cuando era niño: sabe más el tonto en su casa que el sabio en la ajena. Llegué a la conclusión de que los griegos saben muy bien lo que tienen dentro de sus fronteras (la corrupción, el clientelismo, las manos largas y la vista gorda, el exceso de funcionarios, el fraude fiscal más o menos generalizado, etc.), pero que reconozcan el pecado, no quiere decir que disfruten con la penitencia. Saben también que los rescates impuestos por la troika (UE, BCE y FMI) han asfixiado el gasto social y han sido un castigo en toda regla. También que han herido su orgullo, que no se puede condicionar el voto de un pueblo amenazándole con dejarle fuera de juego si no se expresa al dictado. Se entiende que así no quiera seguir jugando, que le importe tres leches que si nos falta uno se nos joda el partido, que encuentre consuelo en la falacia de que si la cuestión es ser pobres da lo mismo serlo en euros que en dracmas.

XNO SE SIx lo de Grecia habrá sido una irresponsabilidad colectiva o un salto al vacío, si serán únicamente respuestas emocionales a cuestiones económicas, si los márgenes de negociación podrán ir más allá de reducir los intereses de la deuda y ampliar los plazos de devolución, si pesa más la esperanza o incertidumbre, si será el principio del precipicio, etc. Sin embargo, me agrada ver su ilusión recuperada. Tal vez la alegría de aquella mesa sea una temeridad, pero valoro su ejercicio de soberanía popular, su atrevimiento de plantarle cara a la letanía del único mundo posible, There is no alternative, Il n'y a pas d'alternative , No hay alternativa, se nos ha repetido tantas veces y en tantas lenguas que además de creérnoslo se nos ha olvidado que los logros sociales le deben mucho a la fuerza de la ilusión, que hubo un tiempo en que los hombres creían que los proyectos, por muy grandes que fueran, podían hacerse realidad y luchaban por ellos.

Es probable que la ilusión que se está viviendo en Grecia tenga un recorrido corto, que el poder económico establecido juegue sus cartas y gane también esta partida, pero, entretanto, díganme, ¿hay algo peor que la falta de expectativas?, ¿algo más triste que un pueblo rendido y desilusionado?