Escribo este texto recién llegado de Extremadura de donde me he traído, para guardarla mientras pueda y como oro en paño, la imagen de los almendros en flor. Es probablemente la de las flores de los almendros blanqueando el frío del invierno una de las visiones que más placer y terneza me producen en los días de febrero, una metáfora sutil de lo efímero y de lo bello, también del combate desigual entre la fuerza de lo inevitable y la vulnerabilidad de la esperanza. Esa florecillas tiernas e inocentes son una caricia expuesta al viento de lo abierto.

Se cuenta a los niños: Erase una vez un rey de estas tierras que se casó con una princesa del norte, los dos se amaban y eran felices, pero cuando llegó el invierno, la princesa empezó a enfermar de tristeza. Y así durante años, llegaba el invierno y ella caía en la aflicción. El rey mandó llamar a los mejores médicos del reino quienes llegaron a la conclusión de que la princesa no soportaba los inviernos porque no podía consolarse, aunque fuera brevemente, con la belleza del blanco de la nieve. Al oírlo, y sabiendo que en su reino raramente nevaba, el rey quedó desolado por no poder consolar a su amada. Entonces, un campesino sabio le dio la solución: mande plantar miles de almendros alrededor del palacio y la princesa podrá contemplar los campos blancos durante los feos días del invierno.

ES QUIZÁ por ese consuelo de lo breve y la belleza de lo blanco frente a lo implacable del frío y de los años, por lo que la floración de los almendros es tan querida por los poetas. Pienso, por ejemplo, en los versitos del poeta e ingeniero Melchor de Palau "Al almendro más florido / fui a contarle mi dolor / y se cayeron sus flores / de la pena que sintió". O en las tantas veces repetidos de la famosa elegía de Miguel Hernández: " A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas / compañero del alma, compañero".

Hay en Extremadura otro ejemplo de vida breve frente a la fuerza de lo implacable que también es un reclamo de poetas, me refiero al cementerio alemán de Yuste.

En 1979 una joven de procedencia alemana afincada en Mallorca, Gabriela Poppelreuter , recibió el encargo de la Volksbund Deuutschen Kriegsgráberfürsorge (asociación alemana de cementerios de guerra) de investigar y documentar todas las tumbas de soldados muertos enterrados en España. La tradición dice que los soldados alemanes muertos en acción de guerra deben ser enterrados en el país donde fallecieron y, a ser posible, en zonas próximas a sus antiguos puestos de combate. Se sabe que la VDK (el organismo del Estado alemán que se encarga de recopilar toda la información sobre los alemanes caídos por la patria) mantiene cientos de cementerios militares repartidos por todo el mundo. Aquel encargo venía motivado por la decisión de reunir en un único lugar todos los cuerpos de los soldados alemanes repartidos por España.

El emplazamiento elegido no pudo ser más simbólico: el municipio de Cuacos de Yuste, en la provincia de Cáceres, justo en las inmediaciones de la Casa Palacio de Carlos V, que nació en Gante, abdicó en Bruselas y se enterró en Extremadura. La VDK se encargó de comprar y acondicionar el lugar.

Las obras se iniciaron en el año 1980 y ese mismo año comenzaron a trasladarse los primeros cuerpos. Casi todas las víctimas localizadas por Poppelreuter procedían de buques o submarinos hundidos por los aliados en las inmediaciones de las costas españolas durante las dos guerras mundiales.

También restos de soldados y aviadores, cuerpos enterrados durante cuarenta años en pueblos perdidos que fueron exhumados y llevados a Yuste. El 14 de noviembre de 1982, día Nacional de los Caídos en Alemania, se inauguró el cementerio.

Asistió una representación de la Embajada alemana, los responsables de la VDK, autoridades españolas y más de doscientos familiares llegados expresamente desde Alemania para participar en el acto. Hoy ese cementerio es una pequeña llanura debruzada sobre un paisaje espléndido. Todas las sepulturas son iguales, únicamente una cruz en granito oscuro con una inscripción: el nombre del soldado, la categoría militar y su fecha de nacimiento y muerte. Se dice que la VDK tiene contratado un jardinero que cuida permanentemente de las instalaciones. Puede ser, pero lo que es seguro es que ese cementerio se ha convertido también en un lugar de peregrinación para escritores y poetas. Las razones las explicó hace años Alvaro Valverde , quizá, como dijo Miguel A. Lama , el padre de la estirpe: "nos trae a este lugar una costumbre de ausencia y de sosiego". También el poeta Ignacio Martínez de Pisón escribió en La plaza humana sobre la honda impresión que le causó la visita a aquel lugar, "Yo lo visité en compañía de unos amigos escritores y, mientras paseábamos en silencio, tenía la sensación de que alguno de ellos estaba ya componiendo mentalmente los primeros versos de un poema o imaginando el argumento de un relato. No mucho después me enteré de que el pequeño cementerio había inspirado con anterioridad a otros literatos".

XSON MUCHOSx los poetas de la mejor poesía española actual que se han sentido inspirados por este cementerio: Santos Domínguez , Jordi Virallonga , Eduard Sanahuja , Juan Lamillar , José Carlos Llop , José María Micó , Luis García Martín , Elías Moro , Daniel Casado , Santiago Castelo , Carlos Medrano , etc. Seguramente porque el de Yuste no es otro cementerio militar más, no es, por ejemplo, esa sección 60 del camposanto de Arlington, en los alrededores de Washington, en la que se entierran a los pobres soldados que en el siglo XXI vienen muriendo en Afganistán e Irak. Allí, dicen, se ha visto a una mujer embarazada "mostrar" al compañero muerto la fotografía del hijo que está por nacer o a un niño dejar el boletín de notas sobre el sepulcro de su padre. El cementerio de Yuste es ahora solo un recodo de descanso y una reflexión desvestida del dolor de lo reciente.

Pienso en eso y me digo si no serán esos cementerios olvidados y la flor de los almendros la mejor expresión de lo que somos y de la época en que vivimos. Lo efímero del goce y el delito impune de enterrar a quien se llevó a morir con 20 años. A esas flores de almendro caídas por decreto les puso voz el poeta Mario Lourtau en un poema admirable, del que se toma este fragmento: "Perdonad mis errores -decía- tanta muerte cruel, tanta sucia condena de los hombres. Conoced que luché en el duro frente, que lo hice por honor y por mi patria, que fui poco feliz, acaso nada, y no probé en mis labios el pétalo caliente de otros labios".