El XX (y este lleva el mismo camino) fue el siglo de los campos (de concentración, complemento del nombre). "Lugares de internamiento y de trabajo forzado establecidos por algunos estados totalitarios para encerrar --generalmente por simple decisión de las autoridades policiales o militares-- a individuos considerados como políticamente peligrosos". La definición la tomo del famoso Diccionario Enciclopédico de Historia de Michele Mourre . Dice también, "los primeros fueron establecidos por los españoles en Cuba en 1896 y por los ingleses durante la guerra de los Boers en 1901, y hubo muchos en Alemania y Rusia".

Pero el solitario Mourre, el autodidacta de la inmensa cultura y la gran modestia, no dice nada de los campos de concentración franceses. Los hubo. Se sufrieron en su momento y se estudiaron después. Denis Peschanski lo hizo por extenso en una tesis doctoral: La France des camps (1938-1946) Paris I, 29 noviembre 2000. La tesis la dirigió Antoine Prost y empieza así: 600.000 refugiados en unos 200 campos. La primera parte, 1938-1940, lleva por título "Una política de excepción en una situación excepcional". El capítulo dos, "Exodo y exilio españoles", está íntegramente dedicado a los que perdieron la guerra. Se dice mucho. Hubo muchos, Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, Le Barcarès, Rivesaltes, Agde, Gurs, Septfonds... Algunos, como los de Vernet d'Ariège o la fortaleza de Collioure, eran de castigo o de especial vigilancia; otros, como Bourg-Madame o Le Boulou, especialmente para las mujeres y los niños.

Fueron millares los españoles encerrados en las playas del Rosellón, también sobre la arena húmeda, durante mucho tiempo, ciudades de tela, la playa inmensa, las alambradas y el frío de la transmontana. El número estimado de republicanos españoles exilados en Francia es de unos 450.000, se estima que sólo la mitad de ellos volvieron a España.

HAY MUCHOS testimonios sobre esos internados. Quienes estuvieron encerrados, en cuanto pudieron, lo contaron. Por ejemplo, Eduardo Pons y Mariano Constante recogieron muchos de esos testimonios en un libro que titularon Los cerdos del comandante (Editorial Argos Vergara, Barcelona, 1978). También justificaron el título: por testimonios de compatriotas internados en Rawa Ruska (Ucrania) sabemos que más de una vez el jefe del campo dirigiéndose a algún español le espetó: "¿Ves todos esos desgraciados que andan por ahí? Son todos medio hombres. (Y alzó la voz) ¡Pero vosotros, los españoles, sois todavía menos que ellos, valéis menos que los cerdos de mis porquerizas! ¡Sois unos cerdos! ¡Eso es lo que sois: los cerdos del comandante!". El libro está abundantemente ilustrado y todas las imágenes impresionan, sin embargo, hay una fotografía de Paco Boix que sobrecoge especialmente. Son tres hombres escuálidos abrazados por los hombros que sonríen a la cámara y un pie de foto: no sobrevivió ninguno.

También estos días están repletos de imágenes que impresionan y unos pocos comentarios que juegan con la vergüenza. Me refiero a las imágenes de ese Danubio humano que cruza a pie las fronteras de Europa. También entre todas ellas hay una fotografía que me ha impresionado muy especialmente, la del padre del niño Aylan presenciando su entierro. En cuanto a los comentarios, tienes que ver con ese juego perverso y declarativo de compasión y amenaza. Ayer ni usted ni yo estábamos preparados para hacer frente a semejante avalancha de refugiados; hoy, tanto usted como yo formamos parte de una gran nación de gente solidaria. ¿Qué ha sucedido para ese cambio si ninguno de los dos hemos hecho nada? ¿Tal vez un viaje de 'sé fuerte, Mariano' a la señora Merkel mientras todo lo de Mas puede esperar?

Entre tanto, en casa, ya no me siento con ellos a ver el telediario, ni entro al trapo de sus preguntas retóricas: ¿Hasta cuándo pensabas que íbamos a seguir oyendo hablar del horror de las bombas de Alepo sin que los cristales nos saltaran a la cara? ¿No has visto como yo, que la inmensa mayoría de esa gente que avanza por las carreteras y duerme en los arcenes son jóvenes, no has imaginado en el infierno y la esperanza en que se quedaron los abuelos de esos niños que ves en la pantalla? ¿Si siempre ha parecido bien que las familias se sacrifiquen para que sus hijos estudien y sean alguien en la vida, por qué nos cuesta tanto entender que los padres de Siria o de Irak se sacrifiquen por eso mismo pero en el sentido literal de las palabras? ¿Acaso tú y yo, nosotros, de haber estado allí, no hubiéramos hecho lo mismo?

SI LAS autoridades de Europa están convencidas de que nos espera una avalancha y nos amenazan con ella, ¿por qué consienten que las mafias se continúen enriqueciendo con la desesperación y el sufrimiento de esa multitud? ¿Por qué los dejan que se sigan ahogando entre la península de Bodrum y las islas griegas? ¿No se han enterado de que por las calles de Bodrum y de otras muchas ciudades de la costa se venden por 30 liras turcas, nueve euros, chalecos salvavidas falsificados y fabricados con lona y esponja? ¿Por qué hace unos meses no se veía tan mal que el Estado Islámico le hiciese la competencia a Al Qaeda y ahora parece que El Asad vuelve a ser otra vez nuestro buen hijo de puta? Llevo días cenando solo.

PD. Yo en este primer artículo del curso hubiera querido hablarles del olor a tierra mojada, de la melancolía del otoño y de la ternura, pero tengo la cara de ese pobre hombre metida entre las costillas y no se me va de la cabeza el final de un poema del recientemente fallecido Carlos Sahagún : "Te llevé con dulzura entre mis brazos. Hijo / mío. Salvajemente nos esperaba el mar".