Cada vez que Lorenza Sánchez va a comprar, guarda las bolsas. No importa el color. Ni el tamaño. Cualquier saco de plástico es válido. Esa rutina, que a modo de ritual repiten muchas casas en las grandes ciudades, adquiere un significado diferente para ella. Le gusta tejer por la tarde para no aburrirse. Lo curioso es que cambia el hilo de sus agujas por ovillos de plástico. Y cuando acaba su labor no la tiende en la cama o la coloca en su mesa camilla. La expone en las calles de su pueblo, a la vista de sus no más de 500 vecinos.

Lorenza ha cumplido 72 años y es bisiesta. Pero esa no iba a ser la única particularidad de la vecina de Valverde de la Vera. Como ella, otras tantas mujeres se reúnen para dar vida a un proyecto que ha inundado de color y de sombra el pueblo rodeado de gargantas. Por cuarto año consecutivo, alrededor de 30 mujeres afilan sus dotes para el ganchillo y las aplican para confeccionar unos curiosos parasoles con restos de las bolsas que reutilizan.

El pequeño pueblo de La Vera se ha convertido en el atractivo de la zona por los llamativos atuendos que cuelgan de los balcones. Tienen formas variopintas. La imaginación no está reñida y cada una da vida a las formas que salen de sus manos y de su habilidad. Desde los uniformes que ondean en las primeras calles hasta los ostentosos como los de la plaza del ayuntamiento. Este año ya son casi cuatro calles las que rodean al proyecto. Y parece que no se habla de otra cosa. Los cuchicheos de los habitantes parecen adivinar que los turistas que fotografían los parasoles coloridos han llegado a La Vera solo para colorear sus recuerdos impresos.

Y es que el esmero de las tejedoras tiene su reconocimiento entre los espectadores oriundos y los foráneos. Junto a Lorenza, Manoli, Julita y Rocío trabajan todo el año para que en los meses de julio y agosto puedan lucir sus diseños. Siempre trabajan de la mano de Marina Fernández, la joven ideóloga de la escena. Arquitecta y con raíces en la localidad --sus padres fueron maestros en Valverde--, decidió sembrar una semilla que ni por asomo pensó que iba a florecer ni tan rápido ni con tantas hojas. "Cuando empiezas algo no sabes como va a salir, era un experimento", lanza Marina. La ilusión se le adivina en los ojos.

También apunta que el proceso de elaboración cada año tiene tres fases, que divide en "momentos". Durante los primeros meses del año cada una trabaja en su casa, cuando se acerca la fecha, en febrero o marzo, ponen en común las técnicas y en los últimos meses retocan y eligen el lugar que le corresponde a cada parasol. Tanta es la expectación que ha creado el retoño creativo de Marina que no deja de sumar adeptos. Mujeres y niños copan las filas de tejedores, pero este año cuatro hombres se han inscrito para darle forma a las piezas que adornan el pueblo.

En Valverde todos quieren formar parte. Lorenza, que parece estar acostumbrada ya a las preguntas de los periodistas, confiesa que siente una "gran alegría" cuando ve expuesto su trabajo en las calles y un "orgullo" que el pueblo llegue a tantos rincones gracias a un proyecto del que forma parte. Y es que aparte de sentir que su labor es útil para la localidad, tejer se convierte en una terapia. "Unas dicen unas cosas, otras dicen otras, nos reímos y ya está", asevera la tejedora. La terapia también pasa por recuperar las tradiciones que se antojaban ya por perdidas. Rocío Ramos destaca que gracias al proyecto la tarea de hacer ganchillo, algo abocado a la desaparición, toma un soplo de aire. Incluso los recuerdos o las canciones de antaño recuperan un sorbo de esperanza de perdurar en el tiempo durante las frías tardes de invierno en las que se reúnen en la casa de cultura "cuando el pueblo está muy solo" para confeccionar las piezas. "Cuando nos reunimos contamos anécdotas de hace tiempo", asevera la vecina de Valverde desde hace más de 30 años. Aparte de embellecer y dar una labor funcional, Marina, el alma máter hace mención al valor social de la propuesta autogestionada. "Ha conseguido aunar a vecinos independientemente de sus creencias religiosas o de sus vinculaciones políticas", apostilla con satisfacción.

Y TEOREMAS MATEMÁTICOS

Como si de una hilera de coloreadas sombrillas de playa en verano se tratara, los parasoles se disponen en las calles de mayor recorrido del pueblo. Aunque no comparten la filosofía de dar cobijo a los ansiosos de sombra, algunas piezas elaboradas con ingenio se disponen en las estrechas cuestas con el objetivo de adornar. Desde fragmentos de poesía extremeña con el El embargo de Gabriel y Galán a la cabeza del consistorio hasta teoremas matemáticos. Cualquier creación es bienvenida, siempre y cuando guarde una coherencia y esté elaborada con material reciclado. Ese es el principio. "Damos rienda suelta a la creatividad pero marcamos unas pautas para que el trabajo siempre sea homogéneo". De hecho, cada año suman las obras del anterior y amplían así el archivo.

En cualquier caso, Marina no sabe qué pasará dentro de unos años con 'Tejiendo en la calle'. "Es un proyecto vivo y abierto". De momento, las tejedoras ya pueden presumir de haber traspasado las fronteras. El Instituto Cervantes español y el Goethe alemán seleccionaron el proyecto para el programa Architectus Omnibus. Lorenza pudo visitar Madrid por primera vez y tanto ella como las vecinas que forman parte del proyecto pudieron compartir su experiencia en la capital. "Yo me quedé en Madrid --recuerda Marina-- pero me contaron que cuando se subieron al bus empezaron a cantar hasta que llegaron al pueblo". Una cosa queda clara, los parasoles han llenado de vida al pueblo de La Vera, tanto fuera como dentro de las casas.