Yo te paseo a los perros y tú me arreglas el pelo. Por curioso que parezca, el trueque de tareas es una realidad en el país desde hace años y lo fue durante un tiempo en Extremadura. Este intercambio se conoce como banco del tiempo. La moneda de cambio son las horas. Más que nunca cobra protagonismo aquello de el tiempo es oro. Es simple. Un vecino compensa a otro con faenas que por avatares no puede o no sabe desarrollar. El dinero no existe. En la última década la controvertida situación económica del país ha agudizado la solidaridad --y el ingenio-- y cada vez es más frecuente encontrar proyectos de economía colaborativa que se sustentan con reciprocidad de los vecinos. A la región estas iniciativas llegaron alrededor del 2009. Uno de los precursores fue el colectivo placentino El Bordón. En esa misma fecha comenzaron a desarrollarse proyectos paralelos en distintos puntos. En Mérida fue impulsado por la plataforma de voluntariado, en Almendralejo hizo lo propio el movimiento Páramo, en Alburquerque, el colectivo Cala. Hasta la universidad extremeña impulsó una iniciativa similar en Cáceres y Badajoz.

Alrededor de años giraron las manecillas hasta que poco a poco fueron parando el reloj. Ahora ni la propuesta de El Bordón --que pasó a ser competencia municipal-- ni los el resto de bancos del tiempo repartidos en Extremadura siguen activos según confirman los distintos colectivos e instituciones a este diario. «La idea era preciosa», pone de manifiesto Jesús Muñoz, presidente de la asociación deportiva. Entre los casos que recuerda abarcan desde una señora que ofreció de costurera a un chico que le reparó algo en su casa hasta acompañar a alguien al médico o ir a por recetas a cambio de conversación. Incluso detalla un intercambio de unas clases de esquí por otras de baile. El responsable recuerda que fue un viaje a Madrid de donde sacó la idea. En la capital cotizan al alza, mantienen la actividad hasta una treintena de bancos en los que las cuentas corrientes son horas y en 2015 casi dos millares de personas hicieron uso de esta propuesta para intercambiar habilidades y servicios.

Justo una de las causas que paralizó los proyectos extremeños fue la falta de participantes. Prácticamente todos argumentan el poco volumen de socios como justificación a su deterioro. «En Plasencia no llegamos a las treinta personas», apunta Muñoz. Otro de los motivos que hizo decaer la actividad fue la falta de espacio. «Era complicado, nosotros no teníamoss un local y el banco del tiempo requería un sitio físico», apostilla el presidente del colectivo placentino. A partir de ahí un gran número pasó a competencias municipales para contar con locales sociales pero no lograron sobrevivir.

El único que manifiesta su intención de reanudar su actividad es el de Mérida. La plataforma de voluntariado emeritense detalla a este diario que cuenta con la plataforma y con el proyecto totalmente desarrollado. Lo único que necesita para ponerlo en marcha es financiación para retribuir al personal que gestione su funcionamiento.

«No sabían qué pedir»

Una de las curiosidades que destaca Muñoz de esa etapa es que Extremadura es una región «voluntaria». «La gente siempre responde», destaca. Según la estructura de esta iniciativa, cuando contribuyes con una actividad durante un tiempo concreto, no hay límite para que luego reclames un servicio, es decir, que la reciprocidad no tiene que ser inmediata. Lo sorprendente es que en el caso de Plasencia, «la gente daba», apunta Muñoz. «pero no sabía que pedir».

A pesar del infortunio de los bancos y a la espera de que el proyecto de Mérida salga adelante, la economía colaborativa ha dado saltos de gigante en Extremadura en los últimos años desde plataformas digitales como Ouishare o Cronnection, muy en este estilo de intercambio de tareas hasta espacios de trabajo compartido --coworking--, para compartir coche, casa o incluso wifi.