La crisis del covid-19, sus consecuencias sanitarias, económicas y sociales no han estado exentas de debates en las últimas semanas, en muchos casos de dilemas que forman parte de la esencia de la Filosofía y en otros, de planteamientos que tratan de dibujar cómo será la sociedad ‘poscovid’. «Realmente no habrá un cambio revolucionario», reflexiona Víctor Bermúdez, profesor de Filosofía del IES Santa Eulalia de Mérida, autor de libros y artículos sobre filosofía y filosofía política y presidente de la Plataforma en Defensa de la Filosofía.

--En el último mes se está hablando mucho de cómo cambiará el mundo como consecuencia de la pandemia del coronavirus. ¿Hasta qué punto será ese cambio? ¿Realmente se percibirá un antes y un después del coronavirus?

--Yo creo que realmente no va a haber ningún cambio revolucionario, ni un giro político mundial. Sí que puede haber una modulación de lo que ya hay, ya sea una aceleración o una ralentización de esos procesos a nivel económico, social, político o ideológico. Se van a romper muchos equilibrios aparentes, como el caso de la Unión Europea, que se resquebrajará un poco más. Pero no va a haber cambios sustanciales como algunas voces plantean.

--¿Serán cambios pasajeros?

--Cuando hay una situación de este tipo, algo tan novedoso y amplificado, proliferan las fabulaciones, misticismos, profecías y demás fenómenos apocalípticos. Pero es algo pasajero, que desaparecerá cuando todo se calme. Sí habrá algunos cambios o modulaciones más o menos significativas.

--¿En qué cuestiones se pueden percibir esas modulaciones?

--Por ejemplo, un cierto pinchazo de la globalización. Hay varios autores que inciden en ello y es algo que comparto. Seguramente habrá un reforzamiento del control estatal de los mercados y del retorno de la producción nacional. Porque gran parte de lo que nos está pasando con productos esenciales ahora es por la deslocalización de la producción. Se va a producir una ralentización de ese proceso de hiperglobalización desbocado, pero sin llegar a un parón. Será una cierta vuelta al proteccionismo económico, pero sin abandonar la senda liberal y un reforzamiento de las naciones. John Gray decía hace pocos días en un artículo que no surgirá ningún organismo político global. No habrá un gobierno mundial ni una ola de fraternidad como en algunos casos se está planteando. Sí habrá un fortalecimiento de las naciones porque es lo que la gente percibe ahora como su seguro de vida, funcionen bien o mal. No hay que mirar más a Europa. A nivel europeo se ha hecho hasta ahora más bien poco, son los estados nacionales los que están dando la respuesta. Eso va a provocar un relanzamiento de los estados nacionales.

--¿Eso entraña riesgos?

--Eso va a provocar que los estados se sientan legitimados y que la población consienta también que haya sistemas de control más fuertes sobre ellos. La gente va a primar el deseo de seguridad sobre el deseo de autonomía personal y como consecuencia va a consentir ese aumento del control, si le prometen que ese bienestar en la economía y el consumo que entiende por autonomía se mantiene.

--La saturación de la sanidad o el temor a que se llegara a ese extremo abrió un debate delicado sobre quién debería recibir de forma prioritaria los tratamientos.

--Es un dilema eterno de la filosofía, si todas las vidas humanas valen igual. Es un tema tabú que se pone de relevancia en momentos como este y que se debe discutir. Pero los estados no se pueden acostumbrar a esta situación dilemática y no reaccionen como deben hacerlo, que es aumentando los recursos para que no se tenga que llegar a este extremo. Tenemos una población muy envejecida que reclama su derecho a vivir todos los años posibles, y que genera este tipo de dilemas. Hay gente que piensa que vivimos en una gerontocracia y que no se puede sacrificar a jóvenes para salvar a ancianos y gente que considera, al contrario, que la sociedad deja a los ancianos morir en asilos. Son dilemas que aparecen en épocas como esta y que afectan a un grueso de la población porque todos somos ancianos o tenemos familia en esa franja de edad. ¿Salvamos a un anciano experto en cáncer o coronavirus o a un joven sin oficio ni beneficio? Supone un gran dilema moral.

--¿Y cuál es la respuesta?

--Esa es la cuestión ¿Quien juzga quién es más valioso que quién? Ahora más que nunca se demuestra que es necesaria una reflexión, que haya comités éticos funcionando a pleno rendimiento en los hospitales y que no se desvincule la técnica de la ética. Esa creencia de que son los médicos o la ciencia quien debe solucionar todo sin que nosotros tomemos decisiones es una idea propia del pensamiento mágico, una concepción pueril. Por eso es importante una formación ética en las escuelas y que los jóvenes y la población en general tengan hábito de reflexión sobre estos asuntos tan delicados que solo los vemos en circunstancias como esta, pero que están ahí siempre.

--¿La situación actual de confinamiento invita a esa reflexión?

--No necesariamente. Si tienes tres niños, vives en un piso de 50 metros cuadrados y tienes la agonía de si podrás seguir trabajando, no estás en el momento más apropiado para la reflexión. Es cierto que en épocas de crisis la gente se replantea su vida. Pero cuando la crisis te pilla con una serie de responsabilidades laborales y familiares, surge el estrés y eso no permite pensar con calma.

--El contexto actual ha provocado una ola de solidaridad. ¿Es posible que eso se mantenga?

--Esa ola de solidaridad es fruto del miedo y es algo coyuntural. Lo que se está difundiendo por el mundo es un virus y la respuesta solidaria no es más que inseguridad frente a eso, que genera un deseo de pertenencia al grupo, de manifestaciones de copertenencia, como el tema de los aplausos. No son solo para agradecer el trabajo de los sanitarios sino también para sentirse uno parte de un grupo. Es un efecto natural del miedo y no un concepto revolucionario.

--¿Como cree que se recordará en el futuro esta crisis sanitaria?

--Como un momento importante o grave, que quizás va a provocar una eclosión de filosofía política. Pero no creo que vaya a suponer una renovación en la filosofía en ningún otro campo intelectual, político o artístico. Se reflejará en los libros de historia, pero no va a marcar un cambio de época, porque no cambiará nada esencial. Seguimos trabajando bajo el mismo marco económico y nuestra vida se mueve en torno a un navegador que está en manos de grandes tecnológicas. No es la Revolución Francesa.

--¿Los más jóvenes lo están viviendo igual que los mayores?

--La gente joven están viviendo esto con un cierto marchamo de trauma. Lo veo en mis alumnos. Han visto cómo de repente se caía todo su mundo, empezando por su mundo escolar. Pero se ha caído también su mundo de seguridad. Siempre les digo en clase que el mundo en el que van a vivir no será tan pleno ni tan seguro como el de sus padres. Ellos veían eso muy de lejos, porque disfrutaban de una red de bienestar y de seguridad. Y ahora le han visto las orejas al lobo, no solo porque su mundo se cae, sino porque además les vamos a dejar un futuro económico que pinta bastante negro.