Jóvenes y niños daban vida a Granadilla, el pueblo engullido por las aguas del pantano Gabriel y Galán. Sin embargo, con el coronavirus también llegó el silencio a la villa y ni esta primavera, ni este verano, ni este próximo otoño podrá realizarse el programa de rehabilitación y utilización educativa del Ministerio de Educación, que coordina Sergio Pérez Martín. El municipio se cerró al público el 15 de marzo y se abrió a principios de septiembre.

El 90% de los trabajadores de Granadilla son, como Sergio, personal de la Junta de Extremadura. Todos ellos valoran la reacción positiva del turismo, «porque para los negocios de hostelería y empresas de la zona, reabrir Granadilla es un revulviso ya que el tiempo que ha estado cerrado ha hecho mella en el sector de la comarca», explica Pérez Martín.

En la actualidad, la visita a la localidad cacereña impone unas condiciones especiales: además del uso obligatorio de la mascarilla, la limitación de aforo es de 100 visitantes, es preciso mantener la distancia interpersonal, el castillo está cerrado temporalmente, el acceso a la muralla y a los edificios se ha prohibido, los aseos públicos no están disponibles y tampoco se puede comer dentro del pueblo.

Aún así, el goteo de turistas es incesante. Los lunes está cerrado, pero abre de martes a domingo. De abril a octubre, por las mañanas de 10.00 a 13.30 y por las tardes de 16.00 a 20.00 horas y de noviembre a marzo se mantiene el mismo régimen, excepto por la tarde, que se cierra a las 18.00.

La pequeña población de la villa, 1.1124 habitantes en 1959, fue forzosamente desalojada de sus tierras al ser inundadas por el pantano, reduciéndose en 1960 a menos de la mitad, 486 vecinos, y produciéndose el último y definitivo destierro en 1965.

No solo se vieron afectadas las tierras de Granadilla, sino igualmente parte de los términos municipales de Sotoserrano, La Pesga, Mohedas, Guijo, Caminomorisco y Zarza de Granadilla. La administración no estuvo a la altura de las circunstancias, con tasaciones de algunos de los bienes expropiados en la tercera parte de su valor real.

La localidad se convirtió definitivamente en península en 1965. Al municipio más cercano, Zarza de Granadilla, situado a unos 10 kilómetros, solo se podía llegar en barca, y el agua asimismo inundó el cementerio, por lo que muchos familiares se vieron obligados a trasladar a sus difuntos.

Sergio Pérez recuerda la importancia del programa educativo, que ha contribuido a la rehabiltación de bastantes viviendas. «Si no hay programa educativo, no hay vida, solo hay turistas y visitantes. Granadilla es bonito verlo cuando ese programa está a pleno rendimiento, porque los chavales acuden de cualquier punto geográfico del país y se encargan de cuidarlo, mantenerlo, mimarlo, darle cariño. Y gracias a su esfuerzo, conjuntamente al de sus profesores y todo el equipo de Granadilla, pues le damos esa alegría y ese dinamismo».

La zona ha perdido 120.000 €

La zona ha perdido 120.000 €El coordinador indica que según la resolución de la Secretaría de Estado de Educación acudirían alumnos durante 20 semanas, y cada una de ellas hubieran pasado 75 alumnos: es decir, 1.500. «Además, nosotros generamos gastos y la zona ha perdido 120.000 euros. Solo generamos gastos cuando tenemos alumnos, entonces puedo comprar carne, gasoil, material didáctico, si no es así los damnificados son de la misma forma los proveedores y comerciantes del lugar. Además, estando el pueblo cerrado, no se reciben visitas.

Pérez apunta que Granadilla recibe el triple de turistas que las ruinas romanas de Cáparra. Y todos acaban en la comarca, en Hervás, en Aldeanueva... recorren el Ambroz, en Abadía... «Tenerlo cerrado ha sido una pérdida económica importante».

¿Cuándo volverá la normalidad? «Estamos contratados para atender a los estudiantes de Secundaria y Bachillerato que vienen de toda España, y de lo que se trata es que vengan los muchachos, que ellos atraerán turistas, que se sentirán fascinados por el norte de Extremadura, que es una auténtica maravilla», destaca.

Pérez Martín confía en que esa normalidad regrese cuanto antes. «Son chavales que vienen de las ciudades y que nunca han estado en un pueblo, que jamás han visto una vaca y que piensan que los huevos salen del Mercadona. Aunque cuando llegan, cuidan de los animales y de los huertos, se les inculcan unos valores que les van a servir para el resto de su vida».

Mientras, en Granadilla los turistas pasean por el municipio. Ana y Andrés han llegado de Madrid con su caravana. «Es un poco triste, porque no hay alumnos, no puedes subir a la torre ni puedes recorrer la muralla, pero aún así merece la pena el viaje. Nos ha transportado, parece de cuento, de escenario cinematográfico», señalan.

Los visitantes, móvil o cámara fotográfica a cuestas, toman instantáneas en una fachada llena de conchas, a los pies de una casa pintada de azul, en la iglesia, en lo que fue el ayuntamiento, y hasta en la casa del Manzano, en cuyo porche hay unas mesas y unas sillas de hierro a modo de velador.

El silencio inunda esta localidad. «Nos imaginamos el dolor que debieron sufrir sus vecinos cuando se tuvieron que marchar de sus casas, sin prácticamente derecho a nada», cuenta Carlos, que ha venido de Badajoz a pasar el fin de semana. Está leyendo el cartel que hay en la plaza Mayor, al lado de un granado, y que con el título ‘Granadilla y su éxodo’ habla de la historia de un lugar mágico.

«Las visitas de los viajeros son más cortas. Ahora han cerrado calles, debido a problemas en infraestructuras, muros y viviendas. Antes se tiraban dos horas observándola y disfrutando del paisaje, pero con esto del coronavirus las cosas no son iguales», indica Sergio Pérez Martín, otro luchador en busca de que Granadilla vuelva a ser no solo la historia de un pueblo, sino un valor humano.