Se acaba de publicar un interesante informe sobre el ‘Cálculo del coste de la pandemia de covid en las regiones, ciudades y pueblos de la UE’, elaborado por el Comité Europeo de las Regiones. En el mismo se pone de manifiesto que las regiones que más van a sufrir el impacto de esta crisis son aquellas con un sistema de ciudades en las que dominen las superiores a 250.000 habitantes o que tengan una fuerte dependencia del turismo.

En este sentido, Extremadura queda en una posición intermedia dado que ni tiene ciudades de mediano o gran tamaño ni posee un peso importante del sector turístico, dado que estamos en la mitad del PIB y del empleo medio español para este sector.

Ni qué decir tiene que el impacto social y económico de la covid, por el motivo citado, va a ser más reducido que en regiones como Andalucía, Valencia, Cataluña o Baleares por su mayor dependencia.

Ya adelanté en este mismo periódico el 19 de abril que por causa del elevado peso de la Administración Pública la economía extremeña se iba a resentir menos de los efectos negativos de la pandemia. Ahora bien, el citado informe apunta que se corre el riesgo de que algunas regiones se tengan que enfrentar a una «generación perdida», refiriéndose a las dificultades de insertar a los jóvenes en la economía por el aumento del desempleo hasta tasas desconocidas superiores al 20% en varias regiones europeas.

En ese sentido, Extremadura va a salir, paradójicamente, mejor ‘parada’, puesto que acumula desde hace muchos años ‘generaciones perdidas’ (emigrando por falta de oportunidades dentro de su territorio), con lo que la población joven residente es muy reducida, hasta el punto que en la última década hemos ‘expulsado’ a 45.000 jóvenes de entre 20 y 30 años, lo que equivale a todos los jóvenes existentes ahora en la provincia de Cáceres, o el triple de los jóvenes residentes en estos momentos en la ciudad de Badajoz. Por consiguiente, es difícil que la covid pueda hacernos mucho más daño.

Realmente, si para otras regiones llegar al 20% del desempleo es un auténtico drama para sus estructuras sociodemográficas y económicas, en Extremadura superamos esas tasas con holgura desde hace 40 años o más. El desempleo estructural es el hábitat natural sin que hubiera aparecido el coronavirus, por lo que vivimos en una ‘pandemia estancada de larga duración’ a la que no hemos logrado encontrar tratamientos paliativos ni vacunar desde que poseemos competencias estatutarias (1983).

Estimo que Extremadura, aprovechando la adversidad y la excusa de la covid, debe enfrentarse de manera decidida e irrenunciable, si no quiere perecer por la hemorragia social precovid, a un plan estratégico de choque, ajustado a la realidad y diseñado de nuevo cuño. Todo lo anterior no sirvió antes y menos va a servir ahora (repetimos los mismos esquemas) para abordar los nuevos escenarios.