Omeya, June, Narina, Heciti, Elipse y Estela. Seis nombres apuntados en una pizarra. Seis hembras que cargan la responsabilidad de la supervivencia de su propia especie. Ellas son las joyas de la corona del centro de cría de lince ibérico de Zarza de Granadilla, situado en un entorno privilegiado a los pies del embalse de Gabriel y Galán. Y en la entrada principal, sus nombres presiden el encerado junto a datos de sus periodos de gestación. Tras varios meses de trámites, El Periódico Extremadura ha logrado adentrarse en sus instalaciones.

Y la dificultad para entrar no es un capricho de la administración o la inevitable lentitud de la burocracia, sino que este centro es un híbrido entre santuario y fortaleza para los 32 ejemplares de lince ibérico que aquí viven. Un felino que estuvo al borde de la extinción a principio de la década de los 2000 pero que, muy poco a poco, va recuperando su población. «En 2002, apenas se contaban 100 ejemplares en toda la península», narra Maite Ríos, coordinadora del centro de cría. En ese momento la especie estaba en peligro crítico de extinción. Hoy, la situación ya no es crítica pero el lince sigue estando en peligro de extinción y en el último censo -de 2019- se contabilizan 850 ejemplares, de los que alrededor de 100 viven en Extremadura. «Podemos prever que ahora mismo habrá más de 900 ejemplares en libertad», calcula Ríos.

Maite Ríos explica cómo funciona la sala de videovigilancia. / TONI GUDIEL

Criados para la libertad

Ella es una de los diez trabajadores y tres voluntarios con los que cuenta el centro, que este mes de marzo cumplirá 10 años. «Nuestra labor tiene dos objetivos principales: producir cachorros aptos para la vida en libertad y crear un banco genético apto. El lince es una especie que se ha ‘borbonizado’ y para su supervivencia necesita ampliar su espectro porque aún se encuentra en un ‘cuello de botella’ genético», explica. Por esta razón, en la suelta de crías -la última tuvo lugar este pasado lunes con tres linces de este y otro centro en la zona del río Matachel, junto a la sierra de Hornachos-, los ejemplares con parentesco se destinan a distintas zonas para que se relacionen y reproduzcan con linces de otras «familias».

«Lo que aquí tenemos son tesoros a nivel genético», dice Ríos. Unos tesoros que están controlados 24 horas los siete días de la semana gracias a una sala de videovigilancia en la que siempre hay alguien controlando y estudiando el comportamiento de los «bichos» (como el equipo llama cariñosamente a los ejemplares). «Los observamos, estudiamos su comportamiento, controlamos a las hembras, vemos si cazan bien o si alguno parece enfermo», explica Carles Saurina, un biólogo catalán de 25 años que está a cargo de la sala en ese momento. Señala la hoja donde tiene una cuadratura con los apuntes: «Estos nos van indicando pautas y en un periodo de tiempo, por ejemplo, a los seis meses, podemos sacar un análisis», añade, mientras a través de una radio otro trabajador le da indicaciones sobre uno de los cachorros.

Completa la sala una serie de imágenes de diferentes ejemplares acompañadas por sus nombres: «En cada pareja se buscan las diferencias para distinguirles. Mira, -señala en uno de los monitores-, estos se distinguen tanto por el tamaño como por la oscuridad del pelaje. A los cachorros les ponemos collares de distintos colores. Pero, al final todos son diferentes, como nosotros, y les conocemos», argumenta Saurina.

El lince Paino, visto a través de la pantalla, se alimenta de un conejo. / TONI GUDIEL

Gel hidroalcohólico

En la sala también destaca el gel hidroalcohólico y en todo el recinto la mascarilla FPP2 es obligatoria: «El coronavirus se transmite a los felinos así que hemos añadido un extra de cuidados, de bioseguridad, para evitar cualquier posibilidad de contagios», interviene Ríos.

Los felinos van pasando por distintos niveles hasta que están preparados para la vida en libertad: «En cada espacio del centro hay un trato diferente: desde el nivel cuidador, como si estuvieran en un zoo, hasta el silvestre, en los camperos», detalla. Los camperos se sitúan en la zona más alejada de las oficinas donde trabajan Maite y su equipo y allí ya se pone a los linces a prueba. «Pueden cazar y algunas noches les damos lo que llamamos ‘sustos’, es decir, irrumpimos para que aprendan a huir del ser humano», cuenta. De hecho, que aprendan a alejarse del hombre es su mayor garantía de supervivencia:

«A los linces les acechan muchos peligros: los atropellos quizás son los más conocidos porque son los más evidentes, pero también son víctimas del furtivismo, sufren amputaciones por trampas y cepos y también está la pérdida de su hábitat natural. Los linces se alimentan sobre todo de conejos, pero pueden cazar hasta garzas», explica Ríos.

Un cuidador alimenta a una cría de lince ibérico. / OAPN

Hospital con quirófano

Mientras lo cuenta, ella misma nos dirige a otras dependencias del centro. Entre ellas, un hospital dotado de quirófano, laboratorio y sala de reanimación. Justo enfrente, se encuentra una sala de crianza artificial: «A veces, la hembra rechaza a su cría. Lo ideal sería que eso no ocurriera, pero si pasa, intentamos relacionar a la cría con otra hembra que haya parido y, si tampoco funciona, entonces tenemos que recurrir a la sala», cuenta la coordinadora. Tal y como explica Ríos, la hembra del lince ibérico tiene un periodo de gestación de aproximadamente 64 días y suele parir una camada de entre uno a cuatro cachorros. La mortalidad de las crías se sitúa en alrededor de un 30% y las madres pueden tener hasta seis camadas a lo largo de su vida. «Aquí hemos tenido ejemplares que han vivido hasta 15 años, pero están cuidadas, tienen un veterinario, lo normal en libertad es que vivan menos», aclara Ríos. Además, al ir envejeciendo, el centro necesita «reponerse» con hembras más jóvenes para que garanticen la continuidad de la reproducción. «Las hembras, por lo general, se suelen quedar cerca de su madre y hemos decidido dejar a una cachorra con ella para que se quede con nosotros».

Esa cachorra fue bautizada como René y en esta hembra se depositan ahora buena parte de las esperanzas para la supervivencia de la especie desde Zarza de Granadilla. Ella heredará y seguirá la labor de Omeya, June, Narina, Heciti, Elipse y Estela.

Un ejemplar de lince camina en libertad. / EFE

AL DETALLE

El objetivo

El ‘estado favorable de conservación’ es el estándar europeo marcado para asegurar la supervivencia de la especie. Para que se cumpla debe haber al menos 750 hembras reproductivas de la especie en libertad en poblaciones conectadas. En la actualidad el lince tiene 150.

Los centros

Además del centro de Zarza de Granadilla, conocido como ‘Granadilla’, el Programa de Conservación Ex-Situ del Lince Ibérico tiene otros tres: ‘Acebuche’ en Matalascañas (Huelva), ‘Olivilla’ en Santa Elena (Jaén) y ‘Silves’ (Vale Fuzeiros, Portugal) además del Zoobotánico de Jerez de la Frontera (Cádiz).

Las áreas de presencia

El lince ibérico en libertad se mueve en áreas del suroeste de la Península Ibérica. En concreto estas zonas son: los (1) Montes de Toledo, la (2) Sierra Morena Oriental (Ciudad Real), (3) Guadalmellato-Cardeña-Andújar-Guarrizas (Córdoba y Jaén), (4) Doñana-Aljarafe (Huelva y Sevilla), (5) Valle del Matachel (Badajoz) y (6) Vale do Guadiana (Portugal). La Unión Europea aprobó este 2020 el plan a cinco años para conectar estas cinco áreas entre sí y crear una población de lince ibérico genética y demográficamente funcional.