«El 30 de junio de 2020 me dijeron que tenían que ingresarme porque mi peso era tan bajo que podía morir. Fue un golpe de realidad tremendo. Y aun así yo les suplicaba que no me ingresaran, que me iba a poner las pilas y lo iba a hacer bien. Yo estaba convencida de que podía afrontarlo sola», dice Ruth Ortiz. Para entonces ya llevaba siete meses en tratamiento psicológico y aunque ella pensaba que no, la anorexia había ocupado todos los rincones de su existencia. Al final hizo caso a su entorno y a los médicos de la Unidad de Trastornos Alimentarios de Badajoz y aceptó ingresar en la unidad de Psiquiatría del Hospital de Mérida para hacer frente al problema por el que había perdido en un año 19 kilos y su vida: «parecía un fantasma, dejé de existir, no me veía, solo lo que ve la enfermedad», recuerda ahora. 

Hace un mes que tiene el alta psicológica, ha vuelto a sentarse a estudiar para las oposiciones que dejó aparcadas y se está reconciliando con las redes sociales que antes retroalimentaron una obsesión por la imagen que acabó desdibujando su 1,65 de estatura y reduciendo a la mínima expresión los 55 kilos que quiso convertir en 53 cuando todo empezó. «Me cambió el carácter y me aislé. Los planes sociales me daban miedo y no quería salir, aunque por suerte mis amigos y mi familia supieron estar, ser pacientes y me esperaron. He tenido la gran suerte de tenerlos», recuerda por teléfono esta emeritense de 25 años. 

Hace un mes que tiene ya el alta psicológica: «me siento bien, contenta de poder contarlo»

Fue uno de sus amigos el que dio la voz de alarma cuando el deterioro físico de Ruth le hizo temer que algo que ella creía bajo control se le había ido de las manos y podría ser peligroso. «Llamó a la UTCA (Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria) de Badajoz después de verme en la piscina», recuerda. 

Eso fue a finales de junio y el día 30 le comunicaron que tenía que ingresar. Pasó un mes hospitalizada, aislada y vigilada las 24 horas. «Fue el mes que me hizo recapacitar y plantearme si quería seguir por ese camino. Ahí me di cuenta de que tenía que sacar fuerzas porque yo no quería esa vida», cuenta. En ese ingreso empezó a ser consciente de cómo eso a lo que no le dio mucha importancia había acabado por dominar su día a día, pero también de cuestiones que nunca se había planteado como que le daba mucha más importancia al físico de lo que imaginaba o que había estado viviendo al compás del «mundo irreal» de sus redes sociales. «Se basaban en influencers, deporte y comida sana. Era lo primero que miraba cada día», cuenta. Y lo primero que los expertos que la trataban le recomendaron aparcar hasta que estuviera preparada para tener una relación saludable con ellas. 

Todo se desencadenó al terminar la universidad. «Quería perder un par de kilos», explica. Ruth Ortiz siempre se había preocupado por llevar una vida sana y practicar deporte. Al terminar sus estudios de Trabajo Social se planteó que con dos kilos menos se vería mejor. Pero tras alcanzar ese objetivo, decidió rebajar la meta cada vez un poco más y empezó la lucha contra sí misma en la que la enfermedad acabó por anular todo: «me obsesioné con el deporte, empecé a practicar cada vez más y a restringir también más alimentos. Con algunos mi cabeza me decía que ‘no’ y me iba a vomitar». 

Primer paso

En su entorno comenzaron a alertar de que tenía un problema y necesitaba ayuda. Aunque al principio se resistió, en noviembre del 2019 decidió acudir al psicólogo. El primer diagnóstico fue el de un posible caso de bulimia. Pero la ‘etiqueta’ no detuvo su obsesión y lo que vino en el 2020 no hizo más que agudizar el problema que ya existía. Aunque eso lo ha visto después.

«En los dos meses de confinamiento perdí 8 kilos. Básicamente dejé de comer y solo hacía deporte. No sé ni de dónde sacaba la fuerza», reconoce. Después del primer estado de alarma por la pandemia Ruth Ortiz ya estaba en 36 kilos. Empezaba a ser consiente de que quizás no tenía todo bajo control como pensaba, pero aún tardó dos meses en afrontarlo. «Por dentro me sentía fatal y sabía que no estaba bien. Pero cuanto más perdía, mejor me veía». Entonces llegó el ingreso y después varios meses de terapia psicológica que acaba de terminar. 

Un amigo alertó a la unidad especializada, preocupado por su deterioro físico tras verla en la piscina

«Me encuentro muy bien y me siento orgullosa de llegar donde he llegado. Estoy contenta de poder contarlo y quiero hacerlo», reflexiona desde su casa, donde ha vuelto a recuperar sus rutinas de estudio y entrenamientos para las oposiciones que prepara para entrar en la Policía Nacional. 

De su trastorno alimentario aún quedan algunas citas más con el médico hasta que su cuerpo recupere todo lo que la enfermedad le arrebató. También el blog ‘116 baldosas’ (que inició con el visto bueno de los psicólogos mientras se trataba) en el que Ruth habla a la anorexia y reflexiona sobre cómo se siente. Son un conjunto de cartas que escribió mientras estaba hospitalizada y su vida transcurría entre su habitación y el pasillo contiguo, con sus 116 baldosas de longitud: «el sitio en el que me empecé a sentir libre», confiesa.

30 consultas nuevas al mes por trastornos alimentarios graves

Las unidades de Trastornos de la Conducta Alimentaria están atendiendo hasta 30 pacientes nuevos cada mes, principalmente por casos de anorexia y bulimia en pacientes cada vez más jóvenes. La media de edad se ha ido desplomando con los años hasta llegar a recibir ahora a niños que no llegan a 10 años y los expertos alertan de que esa tendencia se mantendrá, en gran medida por la influencia que tienen las redes sociales y la facilidad que tienen los menores para acceder a ese universo. «La incidencia es la misma porque no tenemos medios para ver a más pacientes, pero la gravedad es mayor y la media de edad ha disminuido mucho. Estamos ingresando a niñas con edades de entre 8 y 15 años», afirma Angustias García Herráiz, jefa de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria de Badajoz. 

Este servicio atiende cada mes a una media de entre 10 y 20 nuevas consultas además de hasta 250 de seguimiento de otros pacientes en tratamiento. En el caso de la de Cáceres, la cifra era algo menor (89 casos nuevos en el 2019 y 65 en el 2020) pero en los 4 primeros meses del 2021 han atendido 51 nuevos pacientes de las que 48 eran mujeres (94,1%) y más del 35% eran menores de edad. La edad media además ha caído en 4 años en los últimos 12 meses y ahora se sitúa en 24,5 años. 

Los expertos alertan de que cada vez ven casos más agudos y en pacientes más pequeños

Los trastornos de la conducta alimentaria constituyen un grupo de enfermedades de salud mental complejos y con múltiples causas. Se caracterizan por una preocupación excesiva por la comida y el peso, el uso de medidas no saludables para controlar o reducir el peso y por una visión distorsionada de su imagen corporal. Las unidades de salud mental son las primeras en abordarlas y solo llegan a las especializadas en Trastornos Alimentarios las situaciones más graves. 

Pacientes y familias

El hecho de que muchas de las pacientes sean menores de edad lleva a las unidades a trabajar de forma integral con las pacientes y su entorno, principalmente su familia. En esto último cuentan con la colaboración de la Asociación en Defensa del Tratamiento de los Trastornos Alimentarios de Extremadura (Adetaex). 

«Trabajamos directamente para darles información sobre los trastornos, estrategias para afrontarlos y herramientas para hacer frente a las emociones que están experimentando, que en ocasiones les bloquean en la acción», cuenta Manuel Antolín, psicólogo experto en trastornos alimentarios y colaborador de Adetaex desde hace más de 20 años. 

«Hay una gran presión social por una imagen perfecta asociada a lo que vemos en las redes sociales»

Manuel Antolín - PSICÓLOGO COLABORADOR DE ADETAEX

Además de su papel en la asociación, por su consulta pasan muchos casos relacionados fundamentalmente con la anorexia. «Por suerte ha cambiado mucho la situación y ya se detectan antes. Lo normal es que antes de tener todos los criterios de diagnóstico, ya estén en tratamiento con el psicólogo o las unidades de salud mental», explica. Pero alerta de esa caída en la edad media en la que se desencadenan este tipo de trastornos: siguen llegando casos en adultos y lo normal es que surjan en la adolescencia, pero cada vez más en menores de 8 o 9 años, principalmente niñas. 

Sobre las causas, Antolín, destaca un factor «determinante» ahora: «La presión social por una imagen perfecta asociada a la que muestran las redes sociales». «Algo tan simple como que niños de 6 o 7 estén accediendo a espacios como TikTok para ver vídeos o fotos, genera que se estén preocupando a más temprana edad por la imagen corporal». A su juicio, «igual que no dejarías a un niño solo en un barrio peligroso, no puedes dejarlo con una tableta o un móvil con acceso libre a internet, que son un montón de barrios peligrosos».