En septiembre de 2016 a Ignacio Pérez-Olivares le quedaban solo unas semanas para comenzar a ejercer en su primer destino, Monesterio. Tras haber aprobado las oposiciones con 31 años «recién cumplidos», iba a hacerlo en el despacho que ocupaba su predecesor, pero poner el mobiliario corría de su cuenta. «Lo había comprado en Madrid en una buena oportunidad que me salió y me vine en una furgoneta con el hermano pequeño de un amigo mío», rememora. Llegaron a esta localidad pacense de unos 4.200 habitantes a las diez de la noche y al ir a subir los enseres, el ascensor estaba estropeado. «Hacía calor y abajo había cuatro señores mayores, de entre 70 y más de 80 años, sentados en un banco hablando. Pues se pusieron a cargar muebles por las escaleras sin preguntarme ni quién era. Viniendo de la ciudad, donde la gente casi no te dice ni hola, te choca. Y si eso te ocurre el primer día, que aún no te conoce nadie, imagina cómo ha sido con el paso del tiempo».

El 14 de octubre próximo cumplirá ya cinco años ocupando la notaría de Monesterio, un pueblo que califica de «acogedor y cercano». «Nos han recibido como uno más desde el principio, y en cualquier cosa que hemos necesitado, los vecinos nos han ayudado», aduce. A partir de su llegada, «la notaría ha crecido mucho, prácticamente hemos duplicado el volumen de trabajo». Cuando comenzó se estaba en torno a cuatrocientas escrituras firmadas por año. En 2020 fueron unas setecientas y en 2021, si se continúa al mismo ritmo actual, se superarán las ochocientas --«aunque habrá que ver, queda mucho año», matiza--. Un incremento de actividad que atribuye en buena medida a que desde que se hizo cargo de esta plaza optó por residir en la localidad. «Vivir en el pueblo ha ayudado mucho a que la notaría vaya a más. La gente te conoce, va teniendo más confianza en ti. Te para por la calle y te pregunta ‘oye, y lo mío’».

«La gente te conoce, va teniendo más confianza en ti. Te para por la calle y te pregunta ‘oye, y lo mío’»

Procedente de Madrid, «para empezar no sabía lo que era la vida de pueblo, aunque al final a mí el cambio me resultó muy sencillo, porque esto es más tranquilo, está todo cerca… y luego profesionalmente hay mucha más cercanía». De la misma forma, el hecho de tener su domicilio en la localidad, esgrime, permite «que puedas atender mejor a la gente. Yo he llegado a firmar a las diez de la noche. No es por supuesto lo normal, pero si hay que hacerlo se hace, quedas en la notaría unos minutos y lo resuelves».

Con la familia

En Monesterio reside con su mujer y sus dos hijos, un niño de tres años y una niña de diez meses. En el despacho trabajan tres empleadas -una de ellas su esposa-, un número reducido si se compara con las plantillas de las notarias de las poblaciones grandes. «El trato es prácticamente directo conmigo. En una ciudad, al notario no lo ves hasta la firma y son diez minutos. Aquí a lo mejor si están liados mis empleados, les digo a los clientes: ‘pasen que las dos cosas que quedan ya las hablo yo con ustedes y en este mismo momento lo dejamos listo’. Esa creo que es la gran diferencia». Porque el trabajo «al final es más o menos el mismo en todas las notarías. Lo que cambia en el ámbito rural es que hay un trato más directo con las personas», incide.

Una proximidad que lleva a prestar «un asesoramiento jurídico amplio en todo lo que te piden. Hay gente que solo confía en el notario, porque profesionalmente se le tiene en una consideración alta y viene a preguntarte cualquier cosa que tenga que ver con el mundo jurídico. Desde cuestiones de derecho administrativo, hasta de judicial. Se hace absolutamente de todo», cuenta. «Cuando aprobamos las oposiciones siempre nos decían, ‘idos a un pueblo que el primer destino nunca se olvida’. Y es verdad que esto es muy diferente a acabar en una ciudad. Sinceramente, después de haber visto las notarias de pueblo, este es un tipo de trabajo que a mí me gusta más. Soy una persona abierta y a lo mejor va más con mi perfil que una notaría urbana en la que el trato quizás es más distante».

«Lo que cambia en el ámbito rural es que hay un trato más directo con las personas»

Su ámbito territorial comprende también las localidades de Montemolín (que incluye otros dos núcleos de población, Pallares y Santa María de Nava) y Calera de León. «Estamos muy bien aquí», responde sobre la posibilidad de cambiar de destino. «A la larga» sí se lo plantea, «porque al final no tienes a la familia cerca, pero el día que me toque irme me va a dar mucha pena. Si estoy aquí diez años no me importa», apostilla.