Le colgó el teléfono a la persona de la Guardia Civil que la llamó porque no era capaz de asumir la noticia que le estaba dando. Su hijo, de 24 años, acababa de fallecer ahogado en el pantano de Orellana. «Creí que me iba a volver loca en ese momento. No sé cómo voy a seguir, cómo voy a afrontarlo». Las palabras son de Karen Fonseca, una madre de 41 años procedente de Honduras que hace siete es vecina de la localidad de Don Benito.

El accidente ocurrió el pasado viernes por la tarde cuando el joven estaba en la zona con unos amigos. Karen recibió el mensaje de la Guardia Civil sobre las once de la noche. «Trabajé mucho para traérmelo aquí conmigo. Yo he sido madre y padre para él. Era mi único hijo. Yo quería estar con él, compartir aquí mi vida con él, es lo normal», expresa. 

Justo el 1 de agosto se hubieran cumplido dos años desde la llegada de Elmer Gustavo Mira Fonseca, así se llamaba el joven, a Don Benito.

Karen aterrizó primero en Barcelona, donde apenas estuvo unos meses, y después se desplazó a la citada localidad pacense, donde ha trabajado siempre por horas en la limpieza doméstica. Su hijo estudiaba un módulo de Fontanería.

«Él ya había ido dos o tres veces a bañarse con los amigos al pantano (se encontraba en la zona del anfiteatro). Según me han contado ellos, estaban nadando en la orilla y Gustavo se alejó unos dos metros más. De pronto se hundió y parece que estiró el brazo para pedir ayuda».

Según el relato oficial, aportado por el alcalde de Orellana la Vieja, Cayetano Ramos, uno de los bañistas acudió a socorrerlo y lo sacó del agua. Ya en la orilla, los sanitarios intentaron reanimarlo, pero no lo consiguieron.

Sobre el trasfondo de este suceso puso el foco el periodista extremeño Vicente Gómez Fornés, quien escribió en su red social de Facebook que, a veces, detrás de los «fríos datos» sobre fallecimientos, «se esconden historias que merecen ser conocidas y contadas».

«Un futuro mejor»

Precisamente Karen trabajó en casa de la madre de este periodista un tiempo. De ahí la conexión. Como ella, cientos de mujeres de países como Honduras o Perú viven en los pueblos y ciudades extremeñas donde principalmente se dedican al cuidado de las personas mayores y a la limpieza de la casa. El objetivo es ahorrar dinero para enviarlo a su familia, sobre todo a sus hijos, que siguen en el país de origen y, con suerte, poder traerlos algún día para ofrecerles un mejor futuro.

El domingo Karen pudo ver durante diez minutos el cuerpo de su hijo en el instituto anatómico forense. «Ahora lo que quiero es poder llevármelo a mi país. Pero me dicen que tengo que pagar unos 6.000 o 7.000 euros. Y no sé exactamente qué papeles necesito. Estoy esperando a que me llamen y me den más información. También me han dicho que tengo que contactar con la embajada». 

Al dolor de la pérdida se une la compleja burocracia y el peso del dinero.