Todo es una incógnita, pero lo ha sido desde hace 80 años, así que al menos ahora se aferran a posibilidad de que los restos de su abuelo José estén sin identificar, en uno de los columbarios que hay en el Valle de los Caídos. En 2019 la familia Andrino inició los trámites en Patrimonio Nacional para solicitar la exhumación e identificación de los restos de tres urnas procedentes de Nogales, que fueron trasladadas a la basílica del Valle de los Caídos en el año 1959. La esperanza está depositada ahora para ellos en las vasijas 729, 730 y 731. Creen que en una de ellas puede estar José Andrino Muñoz, un agricultor de Almendral fusilado el 18 de julio de 1938. 

La familia nunca ha sabido dónde acabó el cuerpo del hijo, aunque los primeros indicios que tuvieron con la llegada de la democracia señalaban a una finca próxima al pueblo, donde supuestamente había sido enterrado. Tras peinar en varias ocasiones esa zona con la autorización de los propietarios del terreno, nunca encontraron evidencias de que sus restos estuvieran allí. La última vez fue en 2010, con un radar y la ayuda de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura (Armhex). 

En septiembre se iniciaron los trabajos de las exhumaciones demandadas por civiles

Tras dar por agotadas las opciones, llegó por casualidad una pista que les ha llevado hasta el Valle de los Caídos: en el Ayuntamiento de Nogales hay documentos de los que no se tenían constancia hasta hace poco, que acreditan que en el año 1959 habían trasladado tres ataúdes de represaliados del franquismo sin identificar hasta el Valle de los Caídos. Fue una práctica habitual tras levantarse el mausoleo porque cuando se iba a inaugurar, el régimen se topó con la resistencia de muchos de los suyos, que no querían trasladar a sus caídos desde los cementerios en los que habían sido enterrados cerca de sus familias. «Así que se coordinó una operación entre los ayuntamientos y los gobiernos civiles para llevar allí restos de las fosas comunes en las que habían arrojado a los represaliados republicanos, que fueron trasladados sin el consentimiento familiar», recuerda José Manuel Corbacho, presidente de la Armhex.  

Juan Andrino Silvero y su hijo José Andrino Muñoz, ambos agricultores, fuero fusilados los días 16 y 18 de julio de 1938. Primero se llevaron de la casa al padre y dos días después la Guardia Civil volvió a buscar al hijo. Ninguno de los dos regresó nunca casa. 

José Andrino Muñoz, fusilado en 1938.

José Andrino Muñoz, fusilado en 1938. CEDIDA

En el año 1984 supieron que el bisabuelo Juan había sido enterrado en una fosa común que había en una finca próxima a Nogales conocida como Contadero, que fue exhumada. Una placa recuerda hoy en el cementerio del pueblo los nombres de los exhumados, aunque el de Juan Andrino no llegó a colocarse nunca. «Mi padre y mi tía tenían tanta rabia por no haber dado con su padre que se negaron a incluir el nombre de su abuelo. Ahora estamos haciendo nosotros gestiones para que nos permitan incluirlo, porque creemos que es lo justo. Mi bisabuelo también fue fusilado y enterrado en esa fosa común», dice Juan Antonio Andrino, uno de los siete bisnietos, que siguen con la búsqueda.  

Incógnitas

El paradero de su abuelo, nunca estuvo claro y solo han trabajado con indicios. El último es el que les lleva al mausoleo del valle de Cuelgamuros, en el que hasta hace dos años estuvo enterrado el dictador Francisco Franco. 

La pista que tienen les llegó hace una década y fue corroborada por Patrimonio Nacional: en marzo de 1959 llegaron a la basílica tres féretros sin identificar, procedentes de Nogales. Los restos que contenían fueron depositados en la primera planta de los columbarios, en las urnas 729, 730 y 731, según consta en los registros. 

«Solo atamos cabos. Si los restos de mi abuelo no están en una finca en la que nos dijeron que podrían haberlo enterrado y al valle llegaron tres féretros desconocidos, puede ser él uno de ellos», cuenta Juan Antonio Andrino, uno de los siete nietos. Con los indicios que tenían, les dijeron que había base suficiente para que solicitaran la exhumación de esas tres urnas y se embarcaron en trámites y gestiones, entre ellas las pruebas de ADN a las que han tenido que someterse dos de los nietos, una nieta (para tener la genética tanto masculina como femenina de los descendientes) y también la madre de Juan Antonio Andrino y nuera del abuelo, con el fin de descartar la carga genética ajena a la línea de la familia que buscan. 

Ahora están a la espera de que los trabajos que a mediados de septiembre se iniciaron en el Valle de los Caídos, dirigidos por el antropólogo forense Francisco Etxebarría, les arrojen luz tras más de 60 años de búsqueda en tinieblas.  

Al Valle de los Caídos llegaron en 1959 tres féretros de Nogales. Los restos están en las urnas 729, 730 y731

Las esperanzas de la familia Andrino están depositadas en la primera planta del columbario, en una de esas tres urnas señaladas, cuyos números tienen grabados, aunque mantienen mucha cautela porque los trabajos son complejos, se desconoce si podrán acceder a la zona en la que están y hay muchas dudas sobre el estado de conservación que tendrán los restos que los registros indican que hay allí. Pero se aferran a la posibilidad de que todo vaya bien y que además confirmen que se trata de los restos de su abuelo.  

Luz en la historia

«No queremos más que tener a mi abuelo con nosotros, saber dónde está y darle dignidad», dice el nieto. Buscan la luz de la historia y cerrar el círculo que los dos hijos de José Andrín abrieron en la búsqueda de su padre, «darle la dignidad que le quitaron y resarcir de alguna manera también el sufrimiento que vivió mi abuela. Porque el día después de matar a su marido no pudo ni llorarle porque tenía que sacar a dos hijos adelante sola, en una época como aquella y con el estigma de ser la mujer de un hombre al que habían fusilado: «si le han matado será por algo», le decían cuando conocían su condición», recuerda Juan Antonio Andrino de su abuela.