Patricia Cordero y Marco Antonio Sánchez tienen siete hijos. Y no son ricos, ni bichos raros ni nada por el estilo. «Somos una familia como cualquier otra, un caos a veces, pero felices», cuenta la madre. Forman una familia numerosa de las llamadas especiales (porque superan los cinco descendientes), que son apenas el 12% del total de las que hay en Extremadura, y un modelo en declive en plena crisis de natalidad. «Ya no somos modernos, sino más bien se nos cataloga de familia antigua. Lo moderno ahora es una madre o padre solo con un hijo. Tener muchos ya no se lleva. Es la cultura de la sociedad que hay ahora, se busca no tener ataduras y se piensa más en disfrutar y a mí también me gusta mucho salir, pero he priorizado otras cosas». Pese a comentarios y algunas miradas de extrañeza, Patricia cuenta que nunca ha tenido «mal rollo» con nadie. «Es cierto que si vamos todos juntos nos miran y hay gente descarada que te pregunta si todos son tuyos, pero me lo tomo con humor. Los niños son los que a veces lo llevan peor porque les da vergüenza que les miren o porque a alguno le han llegado a decir que si sus padres no tenían tele, que son como conejos». 

Patricia reconoce que nunca había pensado en tener una familia tan grande, pero siempre ha tenido claro que quería tener hijos. Dio a luz a su primera bebé cuando tenía 28 años y después de la segunda tuvo un aborto. «Luego tardé cinco años en volver a quedarme embarazada. Así que cada uno de mis hijos han sido auténticos regalos». Los presentes se llaman, de mayor a menor: Paula (18 años), Rebeca (casi 17), Miguel (12), Jesús (10), Pablo (9), Lucía (7) y Lucas (4). Su vida es feliz, pero como ocurre en cualquier otra familia, es caótica a veces y llena de cuestas que superar. Una de ellas, lógicamente es económica. «Hay gente que piensa que somos ricos porque somos muchos o porque tenemos un coche grande, pero vivimos en un adosado de protección oficial de 90 metros cuadrados y el coche tiene diez años. Al final se trata de priorizar y nuestra prioridad es la familia. No vamos de cena con los amigos a grandes restaurantes, ni podemos ir al cine cuando queremos, pero hacemos otros planes». 

La factura de la luz, «un robo»

Y es que en esta casa las compras en el supermercado pueden alcanzar los 150 o 200 euros semanales, hay que poner al menos dos lavadoras al día y pagar facturas como la de la luz se ha puesto cada vez más difícil: «Es un robo, nos está fastidiando mucho y nadie ha pensado en nosotros. Hemos pasado de pagar 90 o 100 euros a 200. Y es cierto que tenemos un bono del 25%, pero solo sobre el consumo, que es solo una parte de la factura, apenas son 18 euros», cuenta. 

Lo que no hacen, desde luego, es aburrirse. «Prácticamente es que no me necesitan. No vamos al parque, ni los niños lo piden. Vivimos en un adosado con patio por delante y por detrás que lo disfrutan mucho y nos alivió el confinamiento, que fue bastante duro especialmente cuando se suspendieron las clases presenciales. Cada día tenía que gestionar 30 correos de Rayuela», recuerda Patricia. 

Otro de los retos de estas grandes familias pasa por la organización. «En casa ayudamos entre todos, también contamos con mi madre». Las lecciones se aprenden rápido y por imitación: «el pequeño se fija del mayor y entre todos se cuidan y van aprendiendo las normas, como que nada más llegar a casa cada uno coloca sus zapatos en su sitio. Pero también imitan lo malo, claro», ironiza. Cosas como la ropa se heredan, «excepto las zapatillas de deporte que las rompen rápido», y las tareas se reparten a la perfección. «Cuando cumplen los 6 años cada uno empieza a hacer su cama y a los 9 ya se entra en el turno de cocina, no para cocinar sino para ayudar a poner la mesa, recoger y limpiar. A Pablo ya se le ha acabado el chollo». También se le ha terminado a Paula, que acaba de marcharse este curso a Sevilla para estudiar en la universidad, y a pesar de ser tantos su ausencia se nota. «Es muy risueña y se la echa en falta, sobre todo a la hora de comer, que es algo que seguimos haciendo todos juntos».

Sin incentivos a la natalidad

En plena crisis demográfica, Patricia cree que no se incentiva nada la natalidad. «Y como sigamos así todo se va a agravar y no va a haber nuevas generaciones que sustenten la sociedad». El mensaje está en la calle pero ni las empresas ni la administraciones ponen remedio, opina. Ella es auxiliar administrativo, trabajó varios años en la empresa familiar de muebles y cuando su padre se jubiló buscó empleo en el sector, sin éxito. «Llegaba a dejar el currículo embarazada y siempre me decían ya te llamaremos. Nunca llegaba esa llamada, así que decidí parar un tiempo y dedicarme a la familia», mientras su marido trabajaba como administrativo. Es funcionario. 

Tras varios años de parón laboral, desde 2015 ejerce su profesión en la Asociación de Familias Numerosas de Cáceres, a través de la cual realizan distintas actividades, buscan apoyo y dar visibilidad a un modelo de familia cada vez menos común. «Que tengamos hijos se sigue viendo como una carga, cuando debería ser lo contrario, si sabemos muchísimo de organización y gestión». Y tampoco tienen grandes beneficios ni ventajas por tener el título de familia numerosa. «Hay algunas ayudas, pocas, pero son ridículas comparadas con los gastos que tenemos, si las familias numerosas somos como empresas en cuanto a gastos». Lo peor de tener una gran familia, cuenta, son los enfados y los gritos, que cuando los hay se multiplican por siete. También el «follón» de salir de casa en invierno o montarse en el coche: «tantos abrigos, tantos jerséis... Ese momento me supera». Y lo mejor, los momentos compartidos, «no los cambio por nada».