Con el fin de las principales restricciones con las que hemos convivido prácticamente sin tregua en el último año y medio, en la calle se ha recuperado cierta normalidad y cunde la sensación de que las cosas están volviendo a ser como antes. En el último puente festivo los principales destinos se han llenado de turistas, durante los fines de semana es difícil planear salir a comer fuera de casa sin reserva previa, las barras de los bares vuelven a estar a pleno rendimiento y las citas culturales, deportivas y sociales empiezan a extenderse y a ser habituales. Volvemos a respirar. Pero sigue habiendo muchas incógnitas en el ambiente. ¿Podemos dejar de preocuparnos por el covid-19? ¿Estamos ante el final de la pandemia? ¿Es real esa sensación de normalidad

La única respuesta certera hasta el momento es que el SAR-CoV-19 sigue estando en la calle, pero la situación actual es muy favorable. Los datos de referencia con los que se monitoriza a diario la presencia del virus y sus consecuencias entre la población han permitido a las comunidades relajar las restricciones y a los ciudadanos recuperar hábitos prepandemia, y han dado también una tregua al miedo y a la incertidumbre. Extremadura se encuentra en estos momentos en un nivel bajo de riesgo de transmisión del coronavirus, con una incidencia acumulada a 14 días de 41,58 casos por cada cien mil habitantes y una cifra de hospitalizados a la baja. ¿Significa entonces todo esto que la pandemia está llegando a su fin?

«Estamos al final de la parte más dura de la pandemia, al menos en la mayoría de los países donde la vacunación ya ha pasado del 70%. Pero para la gran mayoría de países, que tienen una tasa de vacuna inferior al 10%, todavía queda mucha pandemia y mucha capacidad del virus para transmitirse, seguir evolucionando y que de alguna forma siga amenazando a los países del mal o bien llamado primer mundo», indica José Antonio López, virólogo extremeño y docente e investigador en la Universidad Autónoma de Madrid.

Por lo tanto, esta nueva realidad está justificada en datos epidemiológicos objetivos, pero también supone en cierto modo aceptar una convivencia estable con esta nueva enfermedad que trastocó la vida por completo en el 2020. «El fin de las restricciones supone también asumir, seguramente, un número de infecciones y de fallecidos al año, como hacemos con la gripe, y seguir con nuestras vidas», añade. 

Eso, indica, tampoco debe hacernos bajar del todo la guardia. «Como ciudadanos debemos tener un cambio de actitud ante la vida con acciones que no supongan ningún problema, como lavarnos las manos más a menudo, procurar ventilar e ir a sitios ventilados y llevar la mascarilla siempre a mano. Y también deberíamos evitar el estornudo de ese compañero que te cae encima, por ejemplo». Por lo demás, dice el virólogo, quienes deben estar más expectantes son los centros de vigilancia epidemiológica, que son «los que hacen los rastreos de los casos, analizan la transmisión y la aparición de nuevas variantes susceptibles de reiniciar los brotes». 

«El riesgo cero no existe» 

Porque, recuerda López, la posibilidad de reversión «siempre está ahí», aunque él no espera ese escenario ni un aumento de la curva «tan fuerte» como en las últimas olas. «Que no haya una subida de los contagios en estas últimas semanas de relajación de medidas, en las que se han visto «superbotellones y se han vuelto a reunir los escolares en los centros educativos, es bastante significativo y supone que a día de hoy la respuesta inmune de las vacunas prevalece». Aunque el riesgo cero, por supuesto, «no existe en casi ninguna actividad de la vida». 

Más allá de la situación epidemiológica, la relajación de las medidas era prácticamente una necesidad también para la sociedad, como apunta el sociólogo y antropólogo, Domingo Barbolla. Profesor e investigador de la Universidad de Extremadura (UEx), es uno de los autores de 'La pandemia del miedo', en el que se diferencian dos virus: el biológico y el cultural. Y este último, cuenta, «ha generado un miedo impresionante. En esa pandemia del miedo se han hecho barbaridades, a mi juicio, pero ese miedo, que es un instrumento para prevenirnos de peligros, no se puede eternizar». En este contexto, se plantean dos escenarios: «hay personas que han vivido anquilosadas en un miedo atroz y van a seguir casi sin mirar al otro y metidos en casa, y luego hay sectores de la población mucho más dinámicos, como la gente joven, que se está abriendo y está diciendo ya basta». Entre otras razones, añade, «porque el propio miedo ha generado formas de conductas patológicas o deterioros mentales, incluidos suicidios. Y esto será, seguramente, el escenario del futuro». 

Barbolla reflexiona sobre la paralización de la vida ante un virus que según los datos epidemiológicos ha matado a una de cada 2.000 personas en el mundo y ha infectado a una de cada diez personas en España. «En términos globales esto ha sido una auténtica barbaridad cultural. Hay otras muchas enfermedades que son peores, como el cáncer». Asegura que sin banalizar ni una de las muertes, porque todas son importantes, «no se debería haber paralizado el mundo tal y como se ha hecho, no era racional». Ahora, salir de esa parálisis, hay expertos que ya indican que traerá unos nuevos años 20 y un mayor consumismo, más ganas de diversión y de relaciones, «pero siempre en esos grupos más dinámicos». 

Una vez de vuelta a la nueva normalidad, lo que este experto espera es que se aprenda de lo vivido, se aparque el miedo y se aplique «la razón» para solucionar este tipo de situaciones.