Apenas le ha dado tiempo a despegar con su proyecto pero ya tiene el aval del Ministerio de Agricultura, que le ha otorgado uno de los Premios de Excelencia a la Innovación para Mujeres Rurales, en su caso, el primer premio en la actividad pesquera o acuícola por el proceso artesanal que ha desarrollado para cultivo, deshidratación y procesado de «espirulina 100 % pura y natural», un suplemento dietético considerado un superalimento por la cantidad de propiedades que se asocian a su consumo, entre ellas: «un 60% de proteína vegetal con los ocho aminoácidos esenciales, un montón de vitaminas, minerales omega 3 y omega 6 y más hierro que las espinacas», enumera Natalia Cristina Concepción Grande, licenciada en Biología y ahora empresaria impulsora del Serna Spirulina desde la finca familiar de Burguillos del Cerro. 

«El comienzo no ha sido fácil porque nuestra primera producción estuvo en diciembre de 2019 y tres meses después se nos metió de lleno la pandemia, así que no hemos llegado a despegar», reconoce la empresaria. De hecho hasta el pasado mes de septiembre no ha empezado a distribuir la espirulina por mercados especializados de Madrid con una acogida que de momento le satisface. 

«Esperamos que este reconocimiento nos ayude a crecer, a dar a conocer nuestro proyecto», reconoce. Pero también confía en que sirva para poner el foco en la certificación ecológica del producto para blindar las producciones de calidad, de otras que están llegando fundamentalmente de países asiáticos con menor control «baja calidad y dudosa certificación ecológica», subraya. 

Hace cuatro años que comenzó a perfilar el proyecto que la ha valido el reconocimiento a la innovación del Ministerio de Agricultura

Aunque la cianobacteria de la espirulina lleve más de tres mil millones de años en la Tierra, esté considerado el primer microorganismo que hizo la fotosíntesis y ya la utilizaran culturas como la azteca, existe un profundo desconocimiento sobre ella y muchas lagunas en la legislación que la regula. «Aún está mal catalogada porque aún la consideran un alga marina cuando en realidad es una cianobacteria. De hecho, hay comunidades en las que está incluida como especie agrícola, cuando en realidad es un producto acuícola. Hay muchos deberes pendientes tanto en la legislación como la burocracia», se lamenta.

Mucho potencial

Todo empezó hace cuatro años. Concepción se cansó de la parálisis que vivía su sector y decidió pasar a la acción. «Comencé a interesarme por la espirulina y vi que tenía mucho potencial y que era bastante desconocido», recuerda. En ese proceso, comenzó a buscar además la forma de introducir algunas novedades para mejorar la elaboración y asentó su base de operaciones en Burguillos del Cerro, donde la familia de su marido tiene una finca en la que encontró los dos elementos indispensables para el desarrollo de la espirulina: muchas horas de sol y agua de excelente calidad. «Los análisis que hicimos nos dieron resultados de un agua excepcional y luego supimos que entre los mayores del pueblo siempre se ha comentado que a esos terrenos iba la gente a coger agua por la calidad y las propiedades que se le atribuyen», recuerda. Y en plena dehesa comenzó el trabajo para desarrollar el procedimiento que le ha valido el reconocimiento por su carácter innovador.

Proceso de filtrado para separar la espirulina del agua. CEDIDA

«Hemos ido avanzando con mucho trabajo, a base de prueba y error hasta dar con la clave», recuerda de los dos años de estudios previos en torno al sistema de bombas soplantes que han desarrollado para favorecer la oxigenación de la espirulina. El punto de partida fue casi una corazonada. «Mi marido tenía algún conocimiento sobre bombas soplantes y vimos que podría haber alguna forma de adaptar su funcionamiento para mejorar el rendimiento en la producción», cuenta la empresaria. El resultado es una especie de jacuzzi en el que las burbujas permiten oxigenar el agua para distribuir mejor los nutrientes y favorecer la reacción de la fotosíntesis. «Comprobamos que aplicar este sistema en lugar del sistema de palas que se usa habitualmente para simular el movimiento de un río, favorecía que la espirulina creciera más y con más calidad», resume.

El resto del proceso es completamente artesanal: se cultiva en las balsas de agua dentro de un invernadero para garantizar una temperatura de 37 ° y solo se produce en los meses de verano, aunque las condiciones de Extremadura permiten alargar algo la temporada ente mayo y octubre.  

«Comprobamos que aplicar este sistema en lugar del sistema de palas que se usa habitualmente para simular el movimiento de un río, favorecía que la espirulina creciera más y con más calidad», resume.

Con un colador se extrae del agua la espirulina y se pasa por filtros hasta obtener una mezcla pastosa que se prensa para eliminar el agua, luego la extiende en bandejas y se deshidrata a baja temperatura. 

A partir de ese punto, se le da la forma que se desee, que en su caso son cuatro: fideo, copos, polvo y comprimidos. Así ha producido unos 100 kilos de momento. Su sueño ahora es multiplicar en los próximos años esa cifra, gracias al espaldarazo de su primer reconocimiento que le ha entregado esta semana el ministro Luis Planas