“Nos alejamos de cualquier cosa que pueda oler a maltrato animal. Trabajamos a favor del perro y siempre en positivo con los animales. Son perros que viven en nuestras casas, algunos duermen con nosotros. Son un miembro más de la familia”. Así es como Félix Castán, secretario de K9SAR, define la relación que los miembros de esta asociación mantienen con los perros que entrenan para operativos de búsqueda y rescate. Una cercanía que no impide, remarca, que el trabajo que se realiza “sea profesional cien por cien, tenemos conocimientos y actuaciones completamente profesionales”.

Dado de alta como grupo de protección civil, este colectivo lo integran una docena de miembros de cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Son policías, guardias civiles o efectivos de Protección Civil (este es su caso, como responsable del grupo de búsquedas de Marbella) que compaginan su trabajo en estos servicios públicos con el de la asociación. Su radio de acción es nacional, salir de España “es algo que no termina de gustarnos. Se ha abusado mucho de ello y nosotros hablamos incluso de que hay un turismo de catástrofes”.

Félix Castán con Freya, la pastor belga malinois.

 “Un perro no tiene su estructura ósea completamente formada hasta el año y medio o dos años”, detalla. Durante ese tiempo “se le van dando unas pautas, experiencias sobre todo”, pero no es hasta que atraviesa esa frontera cuando se empieza a trabajar de verdad con él, una vez a la semana. “Estoy hablando de quince, treinta minutos, una hora como máximo. Y el resto del tiempo en casa con nosotros”, aclara. El aprendizaje se efectúa “sobre todo a base de juegos” y aprovechando el instinto de caza del animal.

Sus dos perros son Freya y Freddie. Se trata de un pastor belga malinois (“el perro de trabajo por excelencia, muy activo, con muchas ganas de hacer cosas, con una gran nariz y una gran cabeza”, destaca) y de un pitbull (“no es un perro que pensarías para búsqueda y rescate, pero son tan tozudos que cuando cogen un rastro no lo sueltan, y luego son tan cariñosos que donde van se hacen con la gente”, señala).

“Si veo que mi perro llega un momento en el que le cuesta andar o no tiene la capacidad de antes, pues sí lo jubilaré, pero es una estupidez poner un límite general. Cada individuo tiene el suyo”, defiende. “Mi perro más operativo tiene seis años y ha resuelto muchos casos policiales. ¿Lo voy a jubilar cuando está salvando vidas y si tú lo ves parece un cachorro?”, se cuestiona. Cuando se adiestraba al animal “a base de castigos, de encerrarlo en un chenil 20 horas y sacarlo un rato para que fuese explosivo, clavándole collares de púas, había perros que con cinco años estaban ya que no podían ni andar. Simplemente por estrés, pero esto ha cambiado radicalmente”, aclara.

“Mi perra me mira y sé que está pensando y sé si va sobre un rastro con mucha antigüedad o si no lo tiene claro”

“Mi perra me mira y sé que está pensando y sé si va sobre un rastro con mucha antigüedad o si no lo tiene claro”, pone como ejemplo de la complicidad con uno de sus canes, y para ilustrar su efectividad cuenta como “este verano se perdió en San Pedro de Alcántara un anciano con alzhéimer, no volvió a casa. Llamó por teléfono porque se había caído en una acequia, pero se quedó sin batería. Nueve horas después llegué yo con la perra que, con una prenda, a pesar de que era verano y en núcleo urbano, hizo un rastro de 1.500 metros hasta llegar a un parking. Al otro lado de la carretera, estaba el hombre”.