«Por mi caja pueden pasar cada día 300 personas y muchas de ellas son personas mayores», resalta Ana Belén Gómez, trabajadora de la empresa cacereña de supermercados Tambo en una de sus tiendas más céntricas, donde muchas de las personas que pasan cada día son ancianos, población especialmente vulnerable frente al covid. «Imagínate lo que sería ir sin mascarilla para nosotros ahora mismo. Mira lo que está pasando en otros países con los contagios», añade. Belén lleva leva 24 años trabajando allí y, a pesar de la experiencia, el nuevo contexto que marcó el inicio de la pandemia le obligó a adaptarse a otra forma de hacer las cosas que llevaba media vida haciendo en su trabajo, que como servicio esencial estuvo en primera línea en todo momento. «Antes de que empezara el estado de alarma ya íbamos con las mascarillas, aunque aún no de forma permanente. Recuerdo esos primeros días con mucho miedo porque no sabíamos lo que se nos venía encima, la gente estaba muy nerviosa y se aglomeraba para comprar. Luego el día a día nos fue enseñando y el miedo fue poco a poco desapareciendo. También ayudó que la gente al final se adaptó a lo que había enseguida y empezó a colaborar mucho», reconoce.

«Yo espero que la mascarilla y la distancia (de seguridad) se mantenga aún durante un tiempo y que no volvamos atrás. A mí me da seguridad, no me estorba y creo que luego nos va a costar trabajar de otra manera», aventura.