Cuando Magid Rahmati dice que Extremadura es un lugar ideal para plantar pistachos hay que tenerlo muy en cuenta. No sólo porque su familia --por parte de madre-- lleve 300 años cultivando el pistacia vera en Irán, la madre patria de este fruto seco. Ni porque haya realizado numerosos cursos de especialización en su cultivo y cuidado desde 2005. Ni siquiera porque lleve toda la vida comercializando pistacho por todo el mundo, especialmente en Europa.

Hay que tenerlo en cuenta, sobre todo, porque este iraní de 63 años lleva 20 años investigando el clima, las propiedades del suelo y las aportaciones hidráulicas de diferentes zonas de España.

Y la brújula siempre apunta a Extremadura.

«Aquí la planta del pistacho, desde la semilla, empieza a acostumbrarse a muy diferentes temperaturas. Casi en cualquier sitio puedes montar un vivero, pero las plantas que salen aquí aguantan más. Hay temperaturas muy frías y calientes, muy parecidas a las zonas de pistacheros de Irán y EEUU. Y, además, en Extremadura hay mucha agua», asegura mientras acaricia las rojizas hojas de uno de los 120.000 porta injertos en macetas de su vivero de Moraleja. «Con el frío se le empiezan a caer las hojas. Es cuando empieza la época de hibernación».

Magid en su invernadero de pistachos en Moraleja. EL PERIÓDICO

En Extremadura, como en Andalucía o Castilla La Mancha, el cultivo del pistacho se ha disparado en los últimos años. Aunque es mucho más exigente en cuidados, resulta más rentable que otras plantaciones: el convencional se vende a 8,25 euros el kilo; el ecológico, a 11,5.

«Habrá como 1.200 hectáreas ya plantadas en toda la comunidad, la mayoría en Badajoz», aprecia Manuel Casado, presidente de la asociación de productores de Extremadura Propistaex, que destaca que hay un tipo de terreno muy común en esta comunidad, entre arenoso y arcilloso, que es bastante propicio para esta planta.

Hojas de la planta del pistacho. EL PERIÓDICO

Por todo ello, cuando hace poco más de año y medio el Ayuntamiento de Moraleja (6.792 habitantes) sacó a concurso público la dehesa de la localidad, un total de 337 hectáreas que lindan con el río Árrago, un vergel con una gran laguna que era zona de pastos de ganado, Magid no lo dudó.

Su compañía, Pistachos Ibero-Persa, S.L., se presentó al concurso y le fue adjudicado por 25 años más una prórroga de 10. Y se puso manos a la obra.

La planta del pistacho. EL PERIÓDICO

El objetivo: conseguir tener la capacidad para producir «un millón de plantas de distintas variedades al año», algo que hasta ahora solo está al alcance de nueve plantaciones en el mundo: cinco en EEUU; cuatro en Irán. España se convertiría así en una potencia mundial. «Queremos vender plantas de pistachos en España, Portugal, Sudamérica, África...». Cada ejemplar se puede vender entre 12 y 18 euros, dependiendo del porte y la calidad.

El Homa mitológico

Para llegar hasta la incipiente plantación de Magid hay que tomar un camino de tierra desde Moraleja, dejar atrás varias bifurcaciones y en una de ellas abrir la verja de una finca vallada, perdida en medio de la nada. El cartel de la puerta de madera da cuenta de que se ha llegado al destino. Está escrito Pistacho Ibero-Persa junto al logo de la empresa, el Homa, una famosa criatura mitológica persa de dos cabezas.

Una planta de pistacho en un saco de la compañía Pistachos Ibero-Persa. EL PERIÓDICO

Tras cruzar la entrada, todavía hay que recorrer un largo trecho de un camino rural desde el que se divisan a lo lejos las encinas al otro lado del río. Por ellas pastan tranquilamente los toros bravos de Victorino Martín.

Magid nos espera en la entrada de la oficina instalada en una coqueta casa de campo reformada en mitad de los terrenos, frente a una palmera enorme, hollywoodiense, que no pega nada allí.

«Al 100% en cinco años»

«Nuestro objetivo es que la plantación esté al 100% en cinco años», explica Magid antes de pasear por el vivero, «el nursery», que alberga los plantones de todo tipo: UCB1, atlántico español, atlántico iraní, atlántico marroquí, terebinthus (Cornicabra) español, terebinthus (Cornicabra) iraní...

Magid seleccionó una a una las 120.000 primeras semillas antes de ponerlas en los plantones. Es un obsesionado del orden, de la meticulosidad. «Debo a los japoneses mi disciplina, estuve trabajando casi seis años allí; les respeto muchísimo. En esta empresa también damos mucha importancia a la disciplina, al respeto mutuo y al protocolo», apunta.

El primer paso de la plantación, el de introducir las semillas en la incubadora, suele ser el más complicado. Un 28% de los plantones no suele salir adelante. Magid, sin embargo, sólo perdió por el camino 66. De 120.000. «Es casi un cero absoluto. Uno de los asesores que tengo en EEUU me pidió que le enviara el protocolo que había seguido. Estaba alucinando», razona, para luego añadir una de las claves del éxito: «Una de las cosas más importantes es la higiene. La incubadora tiene un sistema especial de desinfección con ozono, con la humedad y la temperatura que debe tener».

En la actualidad hay dos personas trabajando en la empresa a tiempo completo, y en algunas fases entre 10 y 15 temporeros. El objetivo es formar un equipo «preparado» y llegar a 200 contratos en la época de más trabajo para el vivero, tanto en su cultivo de pistachos como en los cultivos de los clientes que les contraten. «Todos los contratos que hemos hecho son a gente del pueblo, cuento con Moraleja, voy a formar a mi equipo del pueblo», asegura el empresario, que añade convencido: «Tengo clarísimo cómo lograrlo». 

Sistema de riego

Desde hace mucho tiempo tiene una reputada empresa de fabricación de alfombras con sedes en Madrid y Londres. «Llamo a mi equipo dos veces por semana; funcionan solos. Se me da bien formar a la gente y delegar», asevera mientras enseña el sistema de filtración del riego de la plantación, «el más avanzado del mundo». 

«Se bombea el agua del lago y se filtra a un ritmo de 50.000 litros por hora. El sistema es auto limpiante con inyectores de fertilizantes ecológicos. El agua que sale está filtrada y es tan transparente como agua potable», presume el empresario, que afirma que se pueden controlar todos los parámetros a través de un móvil desde cualquier punto del mundo. Mire donde mire uno en la zona sur de la finca, se encuentra una arqueta cada 50 metros.

Es uno de los logros de los que más se ufana Magid, que ya ha invertido aproximadamente 1,2 millones de euros en este proyecto, aunque la inversión total prevista es muchísimo mayor.

De cada arqueta se puede sacar agua de riego, energía trifásica 50 amperios, agua potable y fibra óptica. «Es que podría montar un parque de atracciones», presume el empresario.

Aparte del vivero, Magid quiere tener su propio cultivo de pistacho en unas 300 hectáreas [en la actualidad en toda Extremadura hay alrededor de 1.200].

Para no dejar en manos de terceros ninguna parte del proceso, Magid también planea su propia planta de procesado, que montará en el polígono industrial del municipio. «El pistacho es muy delicado. Desde que tienes la cosecha, tienes 24 horas para procesar, limpiar, despellejar y secar el pistacho. Si no lo haces le pueden entrar hongos», dice.

Una vez secados, se podrán tostar al gusto, y ahí es donde vuelve a entrar la sapiencia de Magid, lo que él llama «el nicho de mercado». «En México les gusta con pimiento; en Noruega con muy poca sal y sabor a azafrán; en Inglaterra crudo, y en España e Irlanda con mucha sal», expresa Magid, cuyo fruto seco preferido es con sabor a limón y azafrán.

«A los 70 años espero retirarme» y legar la empresa a los que puedan llevarla correctamente y «con transparencia», pronuncia antes de despedirse, aunque resulta difícil de creerle observando su vitalidad. «Si no estoy en constante movimiento me muero. Soy como los barcos, necesito estar navegando, en el puerto me oxido».