“Son múltiples voces las que nos dicen que estamos confundidos, que somos pequeños para pensar en eso. Disfruta tu infancia, me decían. Y siempre me quedaba con la palabra en la boca, hasta que un día vomité lo que sentía: cómo voy a disfrutar de mi infancia sin ser lo que realmente soy”. Son palabras de Jorge Macías, un chico transexual de 16 años que ha relatado en la Asamblea de Extremadura los “muros invisibles” que él mismo y su familia han tenido que derribar para conseguir simplemente “vivir y ser”.

Jorge ha participado este viernes en el Pleno Escolar contra el Bullying por LGTBifobia, una iniciativa del Parlamento autonómico y la Fundación Triángulo que se retoma en su quinta edición tras dos años paralizada por el covid-19. El objetivo es dar visibilidad al colectivo homosexual en el ámbito educativo y luchar contra el acoso en un momento en el que las agresiones crecen al calor del "amparo social e institucional" de los discursos de odio. Porque el vacío, los chistes fáciles y "la crueldad de las palabras maricón, boyera o travelo" aún se cuelan en los patios de los colegios y en los grupos de Whatsapp. "Si alguien entiende de pandemias es el colectivo LGTBI, con sus vidas aún marcadas por la pandemia de los prejuicios y la discriminación", ha señalado la presidenta de Triángulo, Silvia Tostado.

Jorge en su condición de chico transexual; Ros, una lesbiana de 27 años que a día de hoy sigue lidiando con las secuelas “de cada pedrada, escupitajo e insulto” que recibió en la escuela porque no se amoldaba a las exigencias de la sociedad; Carlos López, profesor de inglés en un instituto de Badajoz a quien una alumna gritó hace solo un par de meses “puto maricón de mierda” en medio de una clase; o Teresa y María en su lucha para educar a su hijo Oto en la diversidad, desde los formularios escolares donde tienen que “tachar la palabra padre” a las visitas al pediatra. Todos han pasado por la tribuna de la Asamblea para contar sus historias.

Contra la invisibilidad

“No queremos más silencio, no necesitamos personas que no hagan nada, porque no hacer nada es muchas cosas y todas ellas malas. Es hacerme invisible, es dar continuidad al miedo y la inseguridad de muchas personas, es dar la razón a los agresores, es dar más espacio a los discursos de odio. No hacer nada te convierte en cómplice. No somos una etiqueta, antes de ser trans somos humanos y ante todo, existimos. Necesitamos aliados en política y agentes de cambio en los centros educativos. Que nos tengáis en cuenta, que nos veáis y nos dejéis ser”, ha clamado Jorge a sus 16 años.

Jorge Macías, durante su intervención. ASAMBLEAEX.ES

El joven, natural de Guareña, estudia primero de bachillerato en la Escuela Superior de Arte y Diseño de Mérida y ha narrado las dificultades que ha tenido desde que era pequeño para encontrar su identidad y poder mostrarse como es pese al apoyo incondicional de su familia. El último traspiés fue su inscripción en Rayuela, que el profesorado del centro emeritense le ayudó a corregir porque “no hay mayor dificultad que la negación de la verdadera identidad en nuestro entorno”.

“Es difícil cuando te dicen: date tiempo para conocerte, espera un poco para estar seguro, o espera al instituto para empezar con otro nombre y nadie tiene por qué saberlo”, ha dicho. Pero Jorge gritó su nombre y ahora que se muestra como es tiene menos problemas que cuando se escondía y le insultaban diciéndole que “parecía un hombre”.

Ros de la Cruz, integrante del grupo de mujeres jóvenes de Fundación Triángulo, vivió reprimida toda su adolescencia porque ningún chico le gustaba. Diez años antes de descubrir que era lesbiana ya sufría bullying en el colegio y a los 20 comenzó a relacionarse con chicos porque “era lo normal y lo que tenía que ser”, cuando en realidad a ella los hombres le “aterraban”. “No era feliz, no estaba cómoda y no sabía por qué”. Hasta que finalmente salió a estudiar fuera de Extremadura y conoció a otras personas LGTBI con las que se sintió identificada y pudo entender lo que pasaba. Hoy, a sus 27 años, reclama referentes en las aulas para chicas como ella. “Si yo desde pequeña hubiera sabido que había personas como yo en este mundo, me habría evitado años de sufrimiento”, ha asegurado en un emotivo discurso.

Ros de la Cruz en la tribuna de la Asamblea. ASAMBLEAEX.ES

Aplauso a la lucha activa

En el pleno también se ha querido poner en valor “la otra cara de la moneda”: el profesorado implicado, quienes hablan en primera persona o los que no permiten abusos a sus compañeros de pupitre. Así, la sesión ha estado presidida por los alumnos del IES Ágora de Cáceres, que pertenece a la Red de Centros Comprometidos por la Diversidad LGTBI.

Iris Vázquez, alumna de 4º de ESO, ha contado la estrategia del centro cacereño, que aspira a convertirse en un referente en la lucha contra el acoso escolar. Comenzó organizando charlas puntuales sobre violencia de género, después añadió formación específica sobre bullying y ciberbullyng y ahora cuenta con un equipo de mediación conformado por alumnos que tratan de identificar los casos de acoso. Llevan brazaletes identificativos y en los recreos realizan rondas con efecto disuasorio e intervienen si detectan "un escenario hostil".

La voz del profesorado ha sido la de Carlos López. Imparte clases de inglés en un instituto del centro de Badajoz y es gay. Hace solo un par de meses que una alumna le llamó “puto maricón de mierda” en medio de una clase. Y lo que más le dolió, ha contado, fue la inacción del centro educativo, que se limitó a aplicar una medida sancionadora a la chica. No se sintió apoyado ni por sus compañeros ni por sus alumnos.

“El que mira para otro lado es tan cómplice como el resto”, ha dicho para después recordar que la labor de los docentes no debe ser solo enseñar, sino también educar. A los políticos, Carlos les ha pedido que sigan legislando para proteger el colectivo; a sus compañeros, más compromiso por la diversidad, que debe no solo tratarse con talleres, sino integrarla en el currículo educativo; y a los alumnos, “respetar y aprender de las diferencias, no callar ante las injusticias y denunciar el acoso”. En definitiva, trabajar para que los centros educativos dejen de ser lugares hostiles y que haya "un clima de respeto donde nadie tenga miedo de mostrarse tal y como es".