Desde que leyó y vio Territorio Comanche, el placentino José María Sánchez Pérez quería cubrir un conflicto con su cámara al hombro. Cuando supo que las tropas rusas comenzaban a asentarse en la frontera con Ucrania, se lo dijo a su jefe: «Si se lía, yo voy» y, cuando estaba en Nápoles cubriendo un partido del Fútbol Club Barcelona, se lo ofrecieron y no lo dudó. En la última semana, ha entrado y salido de Ucrania, ha escuchado el sonido de los avisos de bombardeo y, sobre todo, ha visto el éxodo masivo de ucranianos: «El sufrimiento, el frío, el hambre. He visto a gente pegarse por coger un tren, coches llenos de críos...»

José María es operador de cámara de una productora y ayer, ya en Polonia, reconocía que había sido «un alivio» cruzar la frontera de vuelta de Ucrania. Porque, aunque no ha visto ataques, sí ha pasado angustia y ha temido por su vida. «He tenido miedo a quedarme atrapado, con los combates callejeros, sin tener nada más que una navaja que llevamos para cortar cables. Entonces sí he pensado que quién me mandaría a mí...».

Pero también confiesa que lo recuerda «como una película». «Según lo cuento, lo veo más chungo que cuando lo estaba viviendo, estás muy metido en tu objetivo, en tu trabajo».

Habla desde la estación de tren de Przemysl, ya en Polonia y se escuchan sirenas de fondo, «de policía porque aquí están llegando muchos refugiados, por tren, andando, en coche...»

En su caso, ya para entrar, en la frontera con Ucrania, estuvo retenido con otros compañeros «siete horas» porque habían cargado el depósito de su furgoneta de combustible para llegar a Kiev. Además, un compañero había estado días atrás cubriendo un partido del Betis en Rusia y la entrada y salida del país agresor figuraba en su pasaporte. «Eso nos ha traído bastantes problemas», confiesa.

Cruzaron Ucrania de noche, «y empezamos a ver coches parados con hogueras, gente a pie, mucho militar y milicianos armados, nos pararon diez o quince veces».

Llegaron a Lviv y, el primer día, «a las seis de la mañana nos avisaron de que sonaba la alarma aérea y tuvimos que bajar corriendo a la recepción del hotel». Otro día, el destino fue un sótano. «Todos los días había varios avisos de bombardeo», recuerda.

"Una bomba te puede dar o no dar, pero si los rusos toman una ciudad, de ahí no sales"

En esos momentos, no pasó miedo, pero sí «agobio y respeto». «Una bomba te puede dar o no dar, pero si los rusos toman una ciudad, de ahí no sales, así que la gente se pegaba por salir, literalmente». Lo pone en contraposición con «la capacidad del pueblo ucraniano para adaptarse a la situación». «Allí funcionaban los taxis, el supermercado...»

Además, destaca que son muy «acogedores, el pueblo ucraniano está ayudando mucho». Y pone un ejemplo: «Llevábamos 3.000 euros en efectivo encima por si lo necesitábamos para sobornos y pagos y no nos hemos gastado ni un euro, no ha hecho falta».

«Se pasa muy mal»

A los momentos de abstracción mirando por el objetivo de la cámara se han sumado también otros en los que reconoce que ha pasado miedo. Como cuando no sabían que había toque de queda y buscaban aparcamiento y se encontraron con dos ucranianos que les apuntaron «con dos pistolas». En otra ocasión, ya de vuelta y por el viaje a Rusia de su compañero, varios militares y policías les pararon: «Uno nos abrió la puerta y le quitó el seguro al kalashnivov. Estuvimos una hora y pico retenidos».

Con Ángels Barceló. cedida

El último episodio ocurrió en plena aduana. «Nos metieron en una sala llena de armas con un tipo ucraniano fumando y con el móvil, se pasa muy mal».

Con todo y pese a no haber podido llegar a Kiev, se muestra «contento con el trabajo» que ha realizado y afirma que la salida de Ucrania «ha sido un caos». «Necesitas días, solo ves coches y coches, cada vez es menos seguro y a Kiev no se puede ir porque te pueden matar».