«De Cancho Roano hay escritos diez libros, pero son todos muy técnicos sobre arqueología, epigrafía y los materiales. Lo que pretendía ahora era hacer una síntesis lo más divulgativa posible, dentro de su carácter científico», dice Sebastián Celestino Pérez, autor del libro Cancho Roano, un santuario tartésico en el Valle del Guadiana, en el que aborda la historia de este yacimiento --situado en el término municipal de Zalamea de la Serena--, cómo se excavó y el contexto político del momento en el que se llevó cabo, hace más de 30 años. «Se trata de poner al día el estudio de los materiales, porque se hizo hace 20 años y no tienen nada que ver los recursos que había entonces en la arqueología con los que hay ahora», reconoce el historiador, que comenzó a trabajar en la excavación en los años 80 bajo la dirección del catedrático Joan Maluquer y asumió la gestión de los trabajos en el yacimiento en la última etapa, entre 1988 y el año 2000. Ahora está al frente de la excavación del Turuñuelo.
Cancho Roano y la necrópolis de Medellín se excavaron en paralelo y fueron el detonante para que la comunidad científica pusiera sus ojos en Extremadura como nuevo referente de la época tartésica (en el siglo V a. C.); hasta entonces solo se situaba a orillas del Guadalquivir. En Medellín apareció una copa griega que está en el Museo Arqueológico Nacional y a partir de ahí empezaron los trabajos en Medellín y las primeras excavaciones de Cancho Roano poco después.
«Ese incipiente tarteso hace 20 años suponía un cambio radical. Poquísimos se atrevían a decir entonces que la cultura tartésica llegaba hasta el Guadiana e incluso un poco más allá. Todo se centraba en el triángulo entre Cádiz, Huelva y Sevilla, que es donde todo estaba concentrado hasta ese momento», recuerda el investigador. Pero ahora no hay duda de que «hay un momento esplendoroso del tarteso que es lo que se ve en el Guadiana», señala.
«La excavación fue muy lenta con los medios que había entonces. El trabajo era ímprobo»
La ventaja en el caso de Extremadura es que los yacimientos aparecen aislados en el campo y tienen un estado de conservación «magnífico» frente a los que se conocían hasta entones en Andalucía, con ciudades tartésicas debajo de la ciudades actuales. Cancho Roano es el primer santuario del tateso que se conoce como tal en el interior. «Es un santuario, el único lugar que podemos denominar así porque todos los materiales que aparecen en él son muy ricos y todos están relacionados con el ritual; de hecho se sigue utilizando más el bronce que el hierro allí a pesar de que ya está introducido porque el bronce sigue siendo más prestigioso. Se usan miniaturas como juguetes, que eran muy típicos en los santuarios antiguos, y hay también instrumentos para pesar metales porque era un sitio de comercio», recuerda Celestino Pérez. Los santuarios en la antigüedad eran muy diferentes a como se conciben en la actualidad: «No es una ermita, sino que es también un lugar de comercio en el que el dios lo que hace es sentenciar ese intercambio», puntualiza.
Reconstrucciones virtuales
El libro incluye varias colaboraciones de expertos y además las nuevas técnicas de estudio que hay en la actualidad han permitido que se incorporen materiales y detalles del yacimiento que permanecían inéditos. Se han actualizado los datos arqueológicos, los de la bibliografía surgida; y se ha incorporado nueva documentación gracias a la fotogrametría o las reconstrucciones en tres dimensiones, que permiten entender mejor el significado del monumento. Entre las novedades, se ha hecho un nuevo levantamiento de la arquitectura completa del sitio, reinterpretando y precisando aspectos estructurales, y se ha creado material gráfico sobre la evolución de sus fases constructivas. También se han ayudado de la técnica 3D para reconstruir digitalmente más de 50 piezas entre cerámicas, bronces, hierros y marfiles, a partir de los objetos y materiales encontrados en su día en el yacimiento.
¿Queda algún misterio por desvelar de Cancho Roano? «En realidad no», dice tajante el investigador, que atribuye a este enclave una importancia «esencial» para componer ese puzzle del tarteso en el que comenzaron a aparecer piezas aisladas en el territorio. «Siempre quedan incógnitas, pero ya conocemos bastante bien el yacimiento. Se identificaron los 13 edificios que están superpuestos y se hizo una prospección muy intensa en el entorno por si aparecía alguna otra cosa como talleres o almacenes, pero no los había», recuerda el historiador de esos últimos momentos en la excavación. «Aparecieron pequeñas granjas de la época y poco más», apunta.
Los trabajos en Cancho Roano se iniciaron en el año 1977 bajo la dirección de Joan Maluquer de Motes, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona. Era director general de Excavaciones de España cuando llegó a Mérida para un evento y le enseñaron los materiales que se habían encontrado. Se desplazó a conocer el terreno y poco después empezaban los trabajos de excavación.
«Fue una excavación muy lenta, con los medios que había en esos momentos, y con estudiantes. Ahora hay otra forma de trabajar, con obreros contratados junto a los arqueólogos, con otros procedimientos muchos más rápidos, técnicos que estudian los materiales; la metodología no tiene nada que ver. Lo recuerdas con cariño y con nostalgia; pero pensándolo fríamente, el trabajo era ímprobo», recuerda Celestino Pérez, que fue codirector de esa excavación desde 1986 y asumió la dirección tras la muerte de Maluquer (1988) hasta que completaron los trabajos, en el año 2000.