«Qué gusto da viajar cuando se va en exprés», decía la popular canción. El nuevo tren de Extremadura es rápido, más que exprés, pero ni es «de lujo» ni llega aún a Lisboa. Y los pasajeros que llenaron las 268 plazas del primer viaje ordinario del Alvia –Renfe confirma el aforo «prácticamente completo»-- lo saben. Aún así se mostraron satisfechos por las mejoras, aunque también críticos con algunas carencias y desconfiados de que las incidencias no continúen.
Alrededor de un centenar de viajeros llenaban el andén 1 de la estación de Cáceres a primera hora de la mañana esperando al convoy que venía de Badajoz. Una concurrencia que obligó a que el altavoz de la estación pidiera a los acompañantes que se retiraran al vestíbulo «ante la gran afluencia de pasajeros». En el lugar había cierta confusión y alguna queja porque el mostrador de ventas permanecía cerrado. «Para la inauguración lo montaron todo como si estuviera funcionando pero no tiene aún ni acceso a internet, está manga por hombro. Han puesto a un chico sin experiencia para que ayude a la gente con la máquina de venta pero vamos, es un descontrol», contaba a este periódico sigiloso un trabajador de la estación. Ya por la tarde sí había una mesa de atención al público situada delante del futuro mostrada.
Entre los pasajeros, gente de todas las edades, bien cargados con maletones o con un simple maletín, muchos de ellos con el móvil preparado para inmortalizar el momento de la llegada del nuevo tren: grupos de amigos, hombres y mujeres de negocios y sobre todo muchos viajeros, para los que este tren ha sido el primer paso para sus vacaciones. Era el caso de María Prieto, una cacereña que se mostraba «nerviosa» por ser su primer viaje en tren hacia Madrid. «Tengo que hacer tres transbordos así que espero que llegue en hora o no llego a mi destino», confesaba. Por ocio también tomaba el convoy Natacha Martínez, cuyo destino final era Tenerife. «Hasta que no lo pruebe no me fío de cómo va a ir», decía. Ella sí había usado con anterioridad el ferrocarril a Madrid y aunque «por suerte» nunca ha sufrido incidencias, afirmaba: «La verdad siempre he ido en trenes reguleros».
Trenes como uno que cogió Ramón Cerro, madrileño que vive en la localidad de Talaván. «Hace un par de años, en Toledo, hubo un descarrilamiento y la verdad vas con miedo», contaba. Por eso, Cerro, quien viajaba a la capital de España por motivos de salud, afirmó tener pocas expectativas: «Yo veo que al final es prácticamente lo mismo ahora de aquí a Madrid, la esperanza la tendré cuando tengamos todo nuevo y lleguemos hasta Portugal», remataba.
Misma cautela mostraban Matilde Cegarra y Marc Moresco, una pareja formada por una madrileña y un belga que vive en Valencia de Alcántara: «Nosotros podríamos escribir un libro. Depende del día: algunas veces se nos ha retrasado, hemos viajado sin aire acondicionado, que si el sistema informático se ha caído… Llegar, llegamos, pero la verdad que nunca ha fluido», contaba Cegarra, quien también comentaba divertida que el día anterior había llamado a su madre para contarle la novedad del ferrocarril: «Le dije: ‘mamá, vamos a coger un tren rápido, ¡llegaremos antes!’ y ella me respondió: ‘Hija, ¡qué fe tienes!’», ríe.
En el tren
Ya dentro del convoy, un grupo de amigos cuyo destino final es Irlanda no mostraban esa confianza: «El vuelo lo tenemos mañana y el tren lo cogemos un día antes porque no nos fiamos. La sensación sigue siendo de abandono, aunque ahora parezca que menos. Hay que esperar a que pasen las semanas para ver qué tal va», contaba Esther Hidalgo, que tomó el ferrocarril junto a su hermano Sebastián en Cáceres y allí se reunieron con su amiga Cristina Berrocal, quien partía desde la capital pacense: «A ver, es un tren mejor pero se nota que no es nuevo, que yo he venido sola de Badajoz y he tenido tiempo de ver que está un poco descascarillado», decía riendo mientras señalaba un pequeño trozo del vagón con la pintura levantada junto a su asiento.
Un poco de herrumbre se asomaba también en la máquina del café del restaurante del convoy, así como en el carrito de la comida que paseaba por los vagones. En la cafetería se tomaban un tentempié Irene Iglesias y Laura Pérez, dos amigas de Coria que se habían subido en la estación de Monfragüe-Plasencia y cuyo destino final era Alicante. «Yo creo que este tren es más cómodo, tiene buenos asientos. Confío en que vaya bien», decía optimista Pérez. «Los precios de la cafetería son un poco más altos, pero veo normal que aquí algo te cueste a lo mejor 50 céntimos más», terciaba Iglesias. El precio del café es de dos euros, el mismo que el de la botella de agua y para llenar el estómago el sándwich más barato es el de atún, a 5 euros mientras que el bocadillo más caro es el de paleta de ibérico, a 7,40 euros.
En ese lugar también estaba Antonio García Salas, coordinador de la plataforma empresarial Sudoeste Ibérico en Red, quien definió el servicio como «fantástico pero muy mejorable».
Quejas
García Salas acababa de hablar con algunos de los ejecutivos de Renfe que también estaban allí para exponerles que internet no funcionaba: «Si queremos que esto sea una alternativa al coche, tiene que tener asegurada la conexión a internet y dotarse de cobertura durante todo el tramo, para que la gente pueda trabajar mientras viaja», exponía.
Lo que sí funcionó perfectamente era el aire acondicionado, tanto que algunos pasajeros se quejaron por el «frío». Se reconocía como «arrecía» Berrocal: «Yo en Badajoz he preguntado si funcionaba el aire, porque me daba miedo que no funcionara y mira. Ahora me ha tenido que dejar Esther su chaqueta y me he comprado un té caliente», ríen ambas. Este grupo de amigos no ha llegado a la promoción de billetes baratos y se han gastado respectivamente solo en la ida algo más de 47 euros -desde Badajoz- y 36,50 euros -desde Cáceres- , por lo que esperan que los tiempos mejoren pronto: «Si tardas dos o tres horas vale, pero si al final son cuatro o cinco pues sigue sin salir a cuentas», afirmaban.
La velocidad media del tren fue de 106 kilómetros por hora y alcanzó el pico de 180. Contrastaban esos tramos de velocidad punta con otros en los que el convoy avanzaba a la mitad de rapidez o incluso se tenía que parar. Del mismo modo, la rapidez fue decayendo de forma inversamente proporcional a su cercanía a destino, tanto por la vía antigua como por las sucesivas paradas.
Un par de minutos después de la hora programada, a las 16.38, partía el tren de vuelta. Los pasajeros embarcaban tras esperar en el renovado vestíbulo, en el que si había aire acondicionado, su frescor no se notaba. «Es que esto no es AVE, es parecido», sentenció con sorna una pasajera.
...Y un pequeño retraso para empezar porque el Alvia circuló "por error" por la vía antigua
El primer Alvia entre Extremadura y Madrid se estrenó con un retraso, aunque leve: llegó a la estación de Madrid-Atocha con un cuarto de hora de demora.
El tren salió casi en hora desde Badajoz, con solo un par de minutos de retraso, pero llegó a Cáceres con 15 minutos de más.
Según explicaron fuentes de Adif a este periódico, esto se debió a un «error humano» del regulador del convoy. Así, en la bifurcación de San Nicolás, el tren tomó la línea antigua en lugar de la nueva hasta Mérida. Las mismas fuentes señalaron que los minutos de retraso «imputables a Adif son siete, el resto es asunto de Renfe».
Sin embargo, parecido escenario se repitió en el viaje de vuelta: a la llegada de Madrid a Cáceres ya se acumulaban 20 minutos de retraso. Fuentes consultadas apuntan a que estas demoras se deben a carencias en la señalización y a las vías antiguas y de un solo sentido que frenan al tren. Adif por su parte asegura que el retraso fue provocado por otros trenes que no iban a su hora y por un problema en radiotelefonía.