«Avanzar nos hace sentir grandes». Así de claro define Abraham, de 39 años, su experiencia actual como residente en un piso supervisado del Servicio Extremeño de Atención a la Dependencia (SEPAD), donde personas con trastorno mental grave, como él, aprenden a vivir y a convivir para lograr ser autónomos.

Ahora que se empieza a hablar con mayor naturalidad de salud mental, Abraham y su amigo José Luis, de 41 años, residente también en uno de los tres pisos supervisados de céntrico bloque de viviendas de Don Benito, son conscientes de que ellos mismos tendrán que seguir luchando por sus derechos como «personas normales y corrientes» que son, según repiten a dúo, aunque tengan que medicarse a diario, igual que otros muchos enfermos.

En Extremadura existen 13 pisos de este tipo, con un total de 60 plazas, en Mérida, Plasencia, Don Benito, Zafra y Almendralejo, una cifra «absolutamente insuficiente» para la psicóloga de la asociación Proines Salud Mental, Pilar Lavadiño, que destaca la importancia de estos recursos para la rehabilitación frente a un modelo, el de la institucionalización, «absolutamente obsoleto» y cuyas vergüenzas ha dejado al aire la pandemia en el caso de las residencias de ancianos.

En estos pisos mixtos, supervisados las 24 horas del día por monitores, las personas con trastorno mental grave aprenden a hacer las tareas diarias de una casa, como cocinar y planchar, además de a convivir con otros y a adquirir autonomía para controlar su dinero, ir solos al médico, administrarse su propia medicación o gestionar su ocio.

Con cada uno de los usuarios que ingresan en este recurso se sigue un plan individualizado diseñado por psicólogos y monitores en el que se trabaja «con objetivos que ellos casi no perciben, pues es su día a día», y que se revisan todas las semanas para ir quitando apoyos poco a poco.

La evolución

Pilar Lavadiño, la psicóloga de Proines que gestiona los tres pisos de Don Benito, ahora con un proyecto del Fondo Social Europeo que les da estabilidad y les permite también ser «más ambiciosos», reconoce que el recurso actualmente no tiene nada que ver con el que arrancó hace 20 años ante «la necesidad de dar residencia a gente muy institucionalizada» en los antiguos psiquiátricos y que terminaban convirtiéndose simplemente en «miniresidencias».

«Aunque cuando entran aquí este es su hogar, por supuesto, también tienen que querer salir, y trabajar para ello, no acomodarse, porque entonces se pierde el objetivo, que es lograr su independencia y su integración en la comunidad», relata Lavadiño, una entusiasta de este modelo al que considera «muy rehabilitador pues se trabaja en la teoría y la práctica a la vez».

En ese sentido, explica que «cada uno tiene su proceso, unos tardan más y otros menos», y aunque asume que algunos residentes se quedan estancados y otros incluso no lograrán esa independencia, destaca lo «bonito» que es ver la evolución hacia la autonomía de quienes progresan y lo que crece su autoestima con ello, algo que resume a la perfección Abraham con sus palabras: «Avanzar nos hace sentir grandes».

La convivencia

«Es verdad que si algo caracteriza a las personas con enfermedades mentales graves es el aislamiento. Cuando llegan aquí suelen venir muy encerrados en sí mismos, entonces la convivencia quizás es lo que más les cueste», señala la psicóloga, para quien las habilidades domésticas como cocinar son simplemente una cuestión de tiempo.

Aunque «se retroalimentan para lo bueno y para lo malo», también resalta que «la convivencia entre ellos les ayuda mucho a aprender de su propia enfermedad».

Abraham, que estuvo tres años en lista de espera hasta poder ingresar en un piso supervisado, justo hará pronto un año, acepta que antes era muy solitario y que ha necesitado aprender a convivir con otros fuera del ambiente y la tolerancia familiar.

Además, la psicóloga aplaude el gran avance logrado por él en el control de su impulsividad y su aprendizaje para estar más calmado, unos logros que, cuando se los hace ver en las tutorías, permiten a Abraham, como él mismo vuelve a explicar muy bien, regresar «contento a casa andandito tranquilamente».

Luchar contra el estigma

Los pisos supervisados, como coinciden Lavadiño y el presidente de la Federación FEAFES Salud Mental Extremadura, Antonio Lozano, no solo ayudan a la rehabilitación de las personas con trastorno mental grave, sino que contribuyen a eliminar el estigma contra ellos y a normalizar este tipo de enfermedades, ya que facilita la convivencia en una comunidad de vecinos.

«El hecho de que se les vea, se visibilicen, pues también ayuda mucho a que la gente lo normalice», explica la psicóloga, que admite, no obstante, que «sigue habiendo mucho miedo», a pesar de que el índice de delitos en personas con enfermedad mental grave es «bajísimo».

En ese sentido, José Luis, originario de Don Benito y que pasó previamente por uno de los pisos de Zafra, reconoce que «hay gente de todas clases, quienes te tratan como una persona, pero también quienes te discriminan».

Vida independiente

Después de vivir dos años en un piso supervisado, José Luis está próximo a salir y a poder tener un proyecto de vida independiente. «Soy otra persona completamente distinta. Sé cocinar, voy al banco, al médico o a la farmacia solo y yo mismo controlo mi medicación»,según narra.

José Luis no lo ha tenido nada fácil en estos dos años de pandemia, pues con un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) que le llevaba a lavarse las manos continuamente, ha tenido que luchar contra él pese a las recomendaciones de higiene para frenar la covid-19, igual que otros de sus compañeros se han debido empeñar en no caer en un aislamiento que les perjudica incluso en los momentos duros del confinamiento.

Reconoce, asimismo, que ha aprendido a luchar contra sus obsesiones y a no agobiarse, a pensar que todo es «paso a paso y día a día».

Eventual de la Institución Ferial de Extremadura (FEVAL) y con 14 años cotizados, José Luis ha hecho cursos de invernaderos y de informática y ha acudido a la formación ocupacional durante su estancia en el piso supervisado, desde donde se trabajan también las áreas social y la laboral, además de la sanitaria y la de la autonomía personal.

A pesar de las dificultades añadidas de la pandemia, Pilar Lavadiño se siente muy satisfecha con el resultado de los últimos dos años, pues de las doce personas que ocupan las plazas de los tres pisos de Don Benito, «cinco han salido y ya viven de manera independiente» con sus pensiones de invalidez o con su trabajo e «incluso uno de ellos ha conseguido un contrato indefinido», especifica con alegría.

Abraham dice sentirse feliz con sus tres compañeros de piso en Don Benito, donde recibe mucho apoyo por parte de ellos y de los monitores, pero también confiesa que quiere terminar su proceso y regresar a Zafra con su madre, que ya es mayor y de la que él quiere ser ahora su sostén. Esa seguirá siendo su «lucha del día a día» para avanzar y poder sentirse grande.