«Me dijeron que yo era parte de la familia, pero no es cierto. Yo soy una empleada. Y cuando me lo han vuelto a decir, hago que esa frase se frene en mis dientes. A alguien de la familia no se le niega un ventilador; alguien de la familia no está 15 días sin salir de una casa cuidando a una persona». Quien habla es Anabey Rudi Ramires Ortiz. Tiene 37 años, procede de Honduras y vive en Mérida desde hace tres años.

Apenas llevaba un mes en Extremadura cuando irrumpió la pandemia. «Estaba de interna de una casa al cargo de una persona mayor con alzheimer y ayudando en las tareas del hogar. Ni un día de descanso», cuenta.

Se marchó de su país por la falta de oportunidades laborales y por la situación política. De allí se trajo su título de auxiliar de enfermería, que no ha podido convalidar, y algo de experiencia en la atención a dependientes. «Yo sabía que la opción que iba a tener era el cuidado de mayores. Por eso aproveché al principio, que me vine sin mis hijos, para estar de interna y ganar más dinero, pero al final resulta casi lo mismo...». Tiene un niño de 6 años y una niña de 14.

Dice que su trabajo es duro pero le gusta, aunque no las condiciones que se ha encontrado muchas veces. «Llegamos sin papeles, no estamos dadas de alta en la Seguridad Social, todo es en negro... pero eso no significa que no merezcamos derechos. Hacemos lo mismo o mejor que si tuviéramos contrato por el temor a perder el empleo». 

Anabey Rudi. JORGE ARMESTAR

Cuenta que ya está en trámites para obtener los ansiados papeles. «Hace poco estuve trabajando unos días con una señora mayor, pero enfermó, se la llevaron al hospital y murió». Así de volátil puede ser su situación.

El desconocimiento

Una historia similar arrastra Shirley Espinal Rivera. También de Honduras, 41 años. Hace cinco que vive en Cáceres. Igualmente, huyó de la situación política del país. En Extremadura ya estaban su hermana y sus sobrinas. Vino por el nacimiento de una de ellas, hacía falta dinero en casa y empezó a buscar trabajo. «La gente me dice que yo sabía a lo que venía, pero no es verdad. Yo desconocía que mi única salida laboral iba a ser cuidar de personas mayores, para lo que no tenía ningún tipo de formación».

Buscaba otros derroteros, asegura, no era la vida que imaginaba. De golpe y porrazo tuvo que cambiar el chip. «En mi país tengo título de informática y de técnico en laboratorio clínico». No le han servido para nada.

Su primera experiencia fue atender a una persona mayor con alzheimer. «Es muy duro. No solo estás pendiente del aseo, las medicinas, la compra, llevarla al médico... Es que tienes que levantarla y moverla, y al final hacer ese esfuerzo te pasa factura». 

Shirley Espinal. Carla Graw

Shirley también ha estado un tiempo en hostelería. Hace poco que ya tiene sus papeles en regla.

«No me pagaron»

Un tercer testimonio parecido: «Yo estuve cuidando dos fines de semana a una persona con parkinson. La familia me dijo que me daría de alta, pero al final ni me pagaron». Esta vez quien habla prefiere permanecer en el anonimato. También vive en Cáceres, también vino de Honduras. «Estuve seis meses en un curso de auxiliar de ayuda a domicilio. Quieren gente con formación pero después no quieren dar salarios dignos», lamenta.

No obstante, apunta que ha vivido buenas experiencias. «Hay familias maravillosas, pero nosotras solo reclamamos los mismos derechos que los demás».

Son solo tres ejemplos. La situación se repite siempre con los mismos ingredientes. Mujeres, normalmente de países de habla latina, en situación irregular, sin contratos, cobrando en negro, y haciendo labores de cuidados. Ellas llegan donde la ley de dependencia no lo hace. Pero son invisibles. Sus nombres no aparecen en la Seguridad Social.

«A los tres meses de llegar, estando empadronada, se tiene derecho a asistencia sanitaria. Hace falta que pasen dos años y poder demostrar una relación laboral de al menos seis meses para el arraigo laboral; y se necesitan tres años para el arraigo social», explica Karla Chavarría, portavoz de la Asociación de Personas Trabajadoras del Hogar de Extremadura.

En ese sector se ha avanzado en conquistas, por ejemplo, con la protección por desempleo, una de las mayores batallas de estas trabajadoras, la única profesión excluida del derecho al paro. Pero para ello es necesario estar dada de alta. Algo que no ocurre en ese periplo inicial.

¿Por qué mujeres?

¿Y por qué casi todas son mujeres? «Porque a las abuelitas no les gusta que las cuide un hombre. Y porque las familias saben que las mujeres nos manejamos mejor en la cocina y en la limpieza del hogar», manifiesta Anabey.

«Pues porque siempre se nos ha estigmatizado con que tú eres la mujer, tú eres la que tienes que cumplir con las obligaciones del hogar. Pero las mujeres somos capaces de estar en todas las áreas», apunta, por su parte, Shirley.

Hoy, 8 de marzo, Día de la Mujer, habrá numerosas reivindicaciones para exigir la igualdad. El feminismo volverá a alzar la voz. Y, entre las luchas pendientes, los derechos laborales de quien es mujer, trabajadora e invisible.