El Periódico Extremadura

Repuntan los suicidios: un 15,6% más en un año

Es la primera causa de muerte entre los jóvenes de 12 a 19 años. En la región se quitaron la vida 96 personas en 2022

Dos residentes en Extremadura que atraviesan el duelo por haber perdido a un familiar de esta forma cuentan su historia

Sira Rumbo

Hacía nueve meses que la vida del padre de Miriam Barroso (educadora infantil en Peraleda de San Román, Cáceres) dio un giro radical. Hasta entonces era un hombre activo, trabajaba, le encantaba ir al campo, … Pero comenzó a sufrir una insuficiencia respiratoria que le impedía seguir con su vida. Se le llegaron a encharcar los pulmones, le pusieron tratamiento y mejoró, pero al poco regresaron los problemas de respiración. Le hicieron numerosas pruebas, al principio «solo de los pulmones», recuerda su hija, pero los médicos no daban con lo que tenía. Todo estaba bien. Al final se decantaron porque era algo psicológico, que su afección era derivada por un cuadro de estrés, ansiedad y depresión. Que no era real, que estaba en su cabeza.

Comenzó un tratamiento psicológico y psiquiátrico pero lo cierto es que no desaparecía. Estaba desesperado. En uno de sus ingresos en el hospital, cuenta su hija, llegó a decirle a los médicos que no podía más , que si seguía así «se quitaba la vida». Activaron el protocolo de suicidios y lo encerraron en una habitación de la que solo le permitían salir cuando iba a someterse a una prueba. Se sintió atrapado. «Dice que lo dijo para que le hicieran caso pero nosotros le creímos y desde entonces intentábamos evitar que se quedara solo», recuerda Miriam. 

Intentó curarse 

Hizo todo lo posible por mejorar. Se apuntó a yoga y a más actividades para intentar curar su mente, la fuente, según los especialistas, de su enfermedad. En una de esas clases de yoga sintió un dolor muy fuerte en el pecho y el médico le derivó al cardiólogo. Tras ese episodio Miriam se marchó unos días a Sevilla, donde vivían sus padres, para estar con él. «Me dijo que estaba fatal, que estaba en fase terminal», recuerda. De hecho fue al médico a pedir la baja. Y al día siguiente, mientras Miriam y su madre estaban en la cocina haciendo la comida, su padre se acercó a su mujer y le dio un beso. Después les dijo que se iba a la habitación a descansar. Aquello le sorprendió porque su padre no era una persona muy cariñosa, pero no le dio importancia. 

Se lo encontró su madre 

Lo dejaron descansar unas horas y antes de la comida su madre fue a despertarlo al dormitorio. Míriam la escuchó gritar diciéndole a su padre: «¿Qué me has hecho? No me hagas esto». Salió corriendo y los encontró en el patio. Su padre se había suicidado. 

Lo primero que pensó es que ese no era podía ser él, que era otra persona. Luego pasó varias noches teniendo pesadillas: «Soñaba con mi padre como si fuera un monstruo, le veía y sentía miedo», recuerda. Les dejó una nota en la habitación, en la que les daba instrucciones de dónde estaba su cuerpo y en la que se justificaba: «Decía que no aguantaba más y que no quería ser una carga para nadie», cuenta Miriam. 

Miriam Barroso.

Miriam Barroso.

Después, en la autopsia que se le realizó, se descubrió que aquellos problemas de salud no eran derivados de una depresión sino que eran reales pues tenía el corazón más grande de lo normal y era lo que le provocaba esa insuficiencia respiratoria y el encharcamiento en los pulmones. Pero no le dio tiempo a que lo valorara el cardiólogo pues la cita estaba prevista para después de que decidiera quitarse la vida.

Ha pasado casi año y medio y no hay día que Miriam no se acuerde de su padre aunque ya es capaz de hacerlo sin rencor. «Al principio sentí mucha rabia. Yo necesitaba más de él, quería estar más tiempo con él. También sentía culpa porque no supe ayudarle», dice. Era tal su enfado que ni si quiera luchó porque le incineraran, como él les había pedido en varias ocasiones. «La jueza nos dijo que por el tipo de muerte el protocolo decía que no se le podía incinerar. Podíamos haber buscado alguna alternativa pero no lo hice por rabia. Pensé: tú lo has decidido así», rememora. 

Ahora se arrepiente. «Pienso muchas veces en conversaciones que mantuve con él. Una vez le dije que estaba en el fondo del pozo y que tenía que empujar para salir pero él me decía que no podía. Hoy sé que no debía haberle dicho eso, solo tenía que haber estado a su lado pero el suicidio es algo tan tabú que ni siquiera sabemos cómo tratar a la gente que tiene problemas», se lamenta Miriam. Al poco tiempo se puso en contacto con Ubuntu, una asociación de supervivientes por suicidio de un ser querido, que le ayuda a normalizar lo que ha vivido. Aquí comparte experiencias con personas que han sufrido lo mismo y ya no se siente un «bicho raro».

El testimonio de Miriam Barroso es un ejemplo de un cambio de tendencia. El suicidio ya no es un tabú, es una forma más de muerte y los supervivientes y familiares de fallecidos quieren que deje de esconderse: «Hay que normalizarlo, hablar de ello no produce un efecto llamada, quien decide quitarse la vida es porque no encuentra otra salida», reconoce Míriam. Por eso cada vez nacen más colectivos como Ubuntu. Por eso y porque que una persona se quite la vida por atravesar un momento emocional crítico ya no es un caso aislado. De hecho es la primera causa de muerte en España entre los jóvenes de 12 a 19 años. Al día fallecen de esta manera 11 personas en España y en Extremadura, según se recoge en la memoria de los Institutos de Medicina Legal de Cáceres y Badajoz, los suicidios se han disparado un 15,6% en 2022 con respecto a 2021. El año pasado se quitaron la vida en la región 96 personas; la mayoría tenían entre 21 y 50 años y más de 70. En el caso de Badajoz se registró además la cifra más alta de la serie, con 63 suicidios en un año, 13 más que en 2021, lo que supone un incremento del 36,2%. En Cáceres hubo 33, dos más que el año anterior.

Desde el Servicio de Información Toxicológica se advierte también de un repunte de los intentos de suicidio con sustancias tóxicas. En 2022 se recibieron un 29% más de consultas que el año anterior en todo el territorio nacional. La situación preocupa.

Los mayores 

Tomás Moreno, trabajador social especializado en personas mayores pone el foco precisamente en la población envejecida. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor del 18% de las muertes por suicidio de todo el mundo ocurren en mayores de 60 años. Existen múltiples factores que pueden llevar a una persona de esta edad a quitarse la vida (rupturas afectivas, muerte de seres queridos, la aparición de una enfermedad, depresión, ...) pero para Moreno la principal es «la soledad». «Desde mi óptica personal, el gran problema es la soledad, una experiencia triste y desagradable que ocurre cuando la red familiar y social es deficiente. Son varios los estudios que relacionan la soledad con un aumento del miedo, de la ansiedad, el nerviosismo o la depresión. La soledad tiene como consecuencia igualmente la fragilidad física, la inmovilidad y la aparición de problemas circulatorios o digestivos. El sentimiento de desesperanza que provoca aumenta el riesgo de abandono de hábitos saludables que puede llevar incluso a la muerte», apunta.

Por eso advierte de la «imperiosa necesidad de abordar el problema de manera efectiva y desarrollar estrategias de prevención». Es importante, añade, «porque el suicidio en personas mayores no afecta únicamente a la persona que fallece, sino también a sus familias y a su entorno porque los mayores son a menudo pilares de sus familias y su pérdida tiene un impacto emocional y, de forma muy frecuente, económico, en las personas que les rodean».

María se suicidó con 81 años 

La abuela paterna de Nuria Barbeito, que vive en Almendralejo, tenía 81 años cuando decidió quitarse la vida. Entonces ella tenía 17 y vivían en La Estrada, un pequeño pueblo de Pontevedra, de donde era su padre. Su abuela residía con una hermana y Nuria iba a visitarla cada día. Tenía que tomarse unas medicinas y era ella la encargada de preparárselas antes de cada comida. Aquel día, un 29 de diciembre, cuando llegó a casa su abuela, esta no estaba, había subido al trastero. La esperó un rato pero, al ver que se demoraba, decidió subir a buscarla. Se la encontró muerta. Se había suicidado. Nuria creyó que lo que estaba viendo era una invención suya, así que bajó otra vez a su casa y al rato regresó. Mientras subía los peldaños iba pensando que ya no iba a estar, pero no fue así, allí seguía. «Ni si quiera grité. La miré de arriba a bajo y comprobé que era ella», recuerda.

Nuria Barbeito.

Nuria Barbeito.

Nunca habían notado nada. «Solo podía preguntarme porqué había pasado, cómo no me había dado cuenta antes», comenta. Luego vino el rencor. «Me sentía enfadada con ella por no haber pensado en mí, sentía rabia por lo que había hecho. Iba al cementerio y era como si iba a ver a un extraño, tenía mucho resentimiento», dice. De esto han pasado ya casi 32 años y Nuria sigue en tratamiento psiquiátrico y cada 29 de diciembre vuelve a sentir escalofríos. 

Hasta hace tres años no consiguió perdonarla. «En la pandemia, como estábamos encerrados, me dio tiempo a recordarlo todo. Se lo conté a un sacerdote y me dijo que tenía que perdonar». Así que cogió un folio, escribió cómo se sentía y le pidió disculpas por no haber sabido asumir lo que pasó. Ahora tiene una fotografía de ella en su habitación y la besa cada noche antes de acostarse.

Los recursos: a quién acudir

El Teléfono de la Esperanza es uno de los recursos a los que puede acudir cualquier persona en una situación crítica, como las que sufrieron el padre de Míriam o la abuela de Nuria. Tiene 29 sedes repartidas por todo el territorio nacional, entre ellas Cáceres y Badajoz, y prestan su atención a través del teléfono, en el 914 590 055 o 717003717 o desde Cáceres, llamando al 927 627 000, y desde Badajoz, al 924 22 29 40. 

Detrás del teléfono hay voluntarios que han recibido una formación específica para tratar a este tipo de personas. Es el caso de Jonathan Hernández, que lleva cuatro años en la capital pacense. Ha notado un aumento de personas que buscan ayuda porque experimentan ideas suicidas, sobre todo entre jóvenes de entre 35 y 40 años que se ven abocados a esta situación principalmente por atravesar problemas económicos. «La mayoría de los casos se dan por las inseguridades y los miedos hacia el futuro, lo que más atendemos son personas que sufren una situación crítica por problemas económicos», asegura.

La soledad

También atienden a personas mayores, pero ellos sufren por la soledad. «Llama mucha gente mayor que se siente sola, a quienes sus familiares no les visitan o porque no quieren que les internen en un asilo. En estos casos ya no solo son ideas suicidas, sino que realmente quieren hacerlo, ellos realmente piensan que si se quitan del medio se acabará el problema», asiente Hernández. Tras el teléfono lo que los voluntarios intentan es conseguir que en esa llamada la persona se tranquilice y borre de sus pensamientos esa idea de quitarse la vida. Después se les deriva a los equipos de psicólogos. 

Hernández ha aprendido a poner distancia para que las historias que atiende a diario no le afecten emocionalmente, pero hay algunas que son imborrables. Es el caso de una niña de unos 11 años que llamó pidiendo auxilio, llorando de forma exagerada y contando que su padre había llegado borracho a casa y les había agredido a ella y a su madre. Esta última no se levantaba. Pensó que se trataba de una broma pero aún así decidió seguir la conversación. 

La menor vivía en un pueblo y le aconsejó ir a la casa de su vecino para pedir ayuda. Llamaron a la policía porque su madre seguía en el suelo, sin moverse. Cuando llegaron certificaron su muerte. «Su padre había matado a su madre delante de ella, la manera en la que lloraba no se me olvida», recuerda. Tampoco las llamadas de una mujer de 78 años, que casi cada día busca su ayuda para contar que la han violado. Es algo que le ocurrió en su adolescencia pero sufre alzhéimer y la enfermedad le hace ahora revivirlo cada día. Él la escucha y ella se libera. 

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