OPINIÓN

El adolescente que acabó viviendo en la misma calle donde estaba la redacción en la que debutó

Me pongo el ‘In utero’ de Nirvana a todo trapo en los auriculares («la angustia adolescente ha pagado bien /ahora estoy aburrido y viejo») y me pregunto a mí mismo cuál debería ser mi columnita en esta publicación sin caer demasiado en la autofelación. Más que nada porque esos mecanismos suelen hacer que la espalda se resienta (dicen). Lo primero, claro, es escribir sobre lo bonita que es esta puñetera profesión de jornadas laborales de 12 horas, domingos y festivos incluidos. Y durante las otras 12 también sueñas con ella y piensas en ella, incluso si estás con la parienta viendo la enésima reposición de ‘La que se avecina’ y se te ocurre que, quizás, podrías darle un toque a tal agente para que te intoxique un poco. Y gastas el tiempo de copas con tus compañeros de curro --con los que todavía no se han quedado sepultados en sus pisitos-- hablando de si tal titular era una mierda o sobre cómo hay que tratar a las fuentes o sobre con qué fotógrafo prefieres cubrir cosas o sobre el siempre polémico reparto de los turnos o sobre el último rumor que corre, interno o externo.  

Al mismo tiempo odiamos lo que amamos y amamos lo que odiamos. Porque tipos como yo no se ven ejerciendo otra profesión, entre otras cosas porque cada vez que hay que arreglar un enchufe en casa hay que llamar al seguro ya que estas manitas no valen para otra cosa que no sea hacer noticias. 

Debo hablar también de lo mucho que estoy agradecido a este centenario periódico por haberme permitido desarrollar una carrera profesional de la que me siento muy satisfecho, asombrado, afortunado, flipado. Si no fuese porque hablar bien de uno mismo está mal visto («qué difícil ser humilde cuando uno es tan grande», soltó Muhammad Ali), podría hasta decir que en la mayor parte de los 31 años que llevo aquí he estado brillante, incluso cuando todavía no era de plantilla, sino colaborador a 25.000 pelas al mes. Pero aprendí todo rápido y bien del mejor, mi hermano José María, y en algunas cosas hasta le he superado, cosa que pensé que jamás haría. A veces le mataría (y él a mí, seguro), pero le debo todo lo que soy, así de claro.   

Esto me ha marcado tanto que quizás por eso he acabado viviendo en la misma calle donde estaba la redacción en la que debuté en enero de 1992. Ahora es una tienda de deportes y antes, un ‘chino’. Mi primer jefe en Deportes, el legendario ‘marqués’ Manolo Fernández, solía partirse al verme aparecer por allí los domingos, barbilampiño y resacoso, con una carpeta clasificadora como las que usaba entonces en COU. «¡El muchachino!», gritaba Andrés Sierra, bonachón y desmesurado. Gente que murió, cantaba Jim Carroll.

Hasta creo que también trabajé aquí los 69 años anteriores porque he ido escuchando las historias de los que me precedieron. El periódico es Javier Ortiz y Javier Ortiz es el periódico y la verdad es que no se puede hacer de otra manera que no sea la más apasionada, dejándote la vida si es preciso porque esto es más que un trabajo, es más que una empresa. Y cruzas los dedos para que, porque no hay un duro y otras zarandajas, en una de estas crisis no te echen, porque entonces sabes que te sentirás la persona más traicionada del mundo.

Me duele la espalda.  

Javier Ortiz es redactor en El Periódico Extremadura