FIRMAS

Distopía e información, una mirada

Fernando León Rejas. Periodista.

Fernando León Rejas. Periodista. / SANTIAGO GARCIA VILLEGAS

La ciudad no estaba vacía pero parecía desierta. Recuerdo la mirada alerta y las voces tamizadas tras las mascarillas de los sanitarios; gestos resueltos de policías y enfermeras ante centros de mayores; actitudes huidizas allá donde fuéramos a cubrir noticias sobre la pandemia del Covid-19. Coches fúnebres ante Necropsia y geriátricos para recoger féretros, ambulancias, vehículos de bomberos y la UME que desinfectaban edificios y espacios públicos, todos con operadores protegidos de pies a cabeza que actuaban con precisión. Un punto de reposo en el hotel Río, donde técnicos, conductores y operarios que mantenían los servicios mínimos vitales, paraban a tomar café o iban de tránsito. Y entre ellos, un anciano que allí vivía para visitar a su esposa en una residencia justo enfrente, donde recibía la atención que él no podía proporcionarle; lo habían vendido todo para estar, si bien separados, lo más cerca el uno de la otra. Su voz temblaba y se le iluminaban los ojos al hablar de sus visitas; o se apagaban si era de su interrupción por el confinamiento.

Fuera: calles, plazas y avenidas estancadas en el tiempo; patrullas de policía y el ejército emitiendo consejos/órdenes. Era el estado de alarma, civil pese al lenguaje bélico de comparecencias iniciales; una tragedia, pero no personas matándose, como ahora en Ucrania. El dañador era un virus y la crueldad, de patriotas enriqueciéndose con el dolor ajeno. Pese al desconocimiento inicial y errores inherentes, que hubo, se preservaron vidas, salud, paz social y servicios esenciales con políticas que no quiero ni pensar qué hubiera sido con un gobierno de partidos que sólo ponen obstáculos y recursos, siguiendo, quizá, la máxima de quien al negar el apoyo para que no se hundiera España, en la crisis de 2008, dijo «Que se hunda; la levantaremos nosotros». Se hundieron los españoles -los que ellos no representaban- y le hicieron ministro.

La vida se constriñó a las casas; lo de fuera se seguía desde las ventanas y pantallas como una distopía que se coló en el mundo real. Y en la redacción, con la gente de baja o en teletrabajo, se mantenía la información a todas horas y se cumplían los protocolos con rigor, pues cada día morían e ingresaban personas. No sé cuán conscientes somos de la nueva realidad; si aprendemos algo, también de otros modos de trabajo en los medios de comunicación, que permanecerán -requieren el doble de periodistas-, aparte de acudira donde haya casos especiales, de mantener las fuentes y obtener datos para cubrir esa actualidad, de elaborar noticias, mandar avances y trabajarlas en digital y papel; a veces con historias únicas, y en todo caso, con el sentido de servicio público que deben tener, siempre; más, cuando el mundo vive pendiente de la información.

Hubo alarma antes: los crímenes de ETA y la inflexión de Miguel Ángel Blanco; los del 11M, con el mejor pueblo y la peor prensa connivente con el poder de entonces; o en el ámbito local, la riada de 1997, que rompió los diques del alma de Badajoz y abrió la espita solidaria del país. Siempre la redacción trajinó como en una cinta sin fin, con la actualidad local y con aportaciones -o poniendo la boina- a la nacional. En todos los casos se percibía un dolor colectivo, rabia por los asesinatos, adversidad por la catástrofe, y en pandemia, quizá era incredulidad y miedo lo que se percibía. Se trabajaba todo el tiempo -incluso en casa algunos días en cuarentena-, pero afrontar la realidad permitía superar la angustia por el cómo afectará a la familia, qué ocurrirá mañana, si habrá dinero para cubrir las necesidades -comida, mascarillas, gel, papel higiénico-. La vida era un totum revolutum, con la información como núcleo vital.

 Al declararse la pandemia se desconocía casi todo, mas se avanzó según lo hacía la investigación y se aplicaron medidas ecuánimes; aquí, porque líderes de varios países, aun teniendo información -se supo luego-, proclamaron que eran síntomas leves y la falta de protección en ellos mató a millones de personas. El Covid, con su crisis general puso a prueba cada estamento -familias, empresas, países, gobiernos-; se aludía a la peste y la gripe (no española); se dictaban normas conforme mutaba el bicho; la ciencia obtuvo vacunas en tiempo récord, se distribuyeron -de forma desigual-; la población española tuvo mayoritariamente un comportamiento ejemplar –salvo ultras y negacionistas-, homenajeaba cada tarde a los profesionales esenciales y los cuerpos de emergencia y seguridad recorrían calles, hospitales y residencias con luces y sirenas; los músicos ofrecían conciertos en los balcones y los de siempre hacían negocio. Ahora falta reforzar la sanidad y demás servicios públicos, evitar nuevas olas, llevar vacunas al Tercer Mundo y parar la guerra rusa y el cambio climático. Ha sido todo muy incierto, duro y difícil; también un privilegio.

Fernando León  

Periodista y escritor