FIRMAS

Mayoría de edad

Pilar Galán, escritora y profesora.

Pilar Galán, escritora y profesora. / TONI GUDIEL GIRONA

Pilar Galán Rodríguez

Pilar Galán Rodríguez

Hace dieciocho años que escribo Jueves sociales. Acabo de cumplir la mayoría de edad. Cuando me ofrecieron una columna, dudé mucho, por varias razones. Una, porque creí que me pedían una crónica de la actualidad, un seguimiento de la semana, y me parecía imposible con la vida que llevaba entonces. Alfonso, mi hijo, acababa de llegar, me había incorporado a un instituto nuevo, en fin... me sentía desbordada. Claro que si llego a adivinar la vida que llevo ahora, es decir, no desbordada sino en plenas cataratas del Niágara en época de inundación, hubiera elegido no una columna sino el Partenón entero. Me parecía que lo que me pedían era vivir pegada a la realidad, como hace un buen periodista, en la inmediatez de la noticia, es decir, no actuar como mi alumno en el concurso sobre periodismo en el que estábamos participando. Todos los datos del cónclave apuntan a un papa brasileño, escribió, semana y media después de que el papa actual, argentino, hubiera sido elegido. Y eso no, claro.

Otra duda era que me parecía difícil establecer una prioridad, saber qué era importante en cada momento, es decir, no hacer como mis alumnos, cuando les expliqué qué noticias debían abrir la portada y cuáles no, y ellos al día siguiente, abrieron con la trascendental noticia: ¿Existen las princesas Disney? Y eso tampoco. Y la última duda era que creí que iba a quedarme sin temas, ingenua de mí; pero los años me fueron enseñando que la realidad siempre supera a la ficción y es una fuente de inspiración inagotable, y que incluso cuando parece que una noticia no puede dar más de sí, surge un hilo del que tirar no para escapar del laberinto sino para meterse de cabeza en él y hasta hacerse amigo del Minotauro, si hace falta. Y no solo la realidad es inabarcable, también la tontería humana es infinita y además se repite en bucle: de la primera columna que escribí en 2005 hasta ahora ha cambiado muy poco: reformas educativas, navidades en agosto...

Si un autor hubiera inventado una sociedad tan enferma de sí misma, hubiéramos creído que estaba escribiendo un nuevo mundo feliz, otra distopía. 

Estos años he intentado contar y opinar, aunque quizá, por deformación, he contado más. Y por supuesto, nunca he considerado tonto al lector. Lo que sí he hecho es simplificar en el buen sentido. Cuando empecé a dar clases, hice un comentario de la Rima de Bécquer, la del arpa silenciosa y cubierta de polvo. Les hablé de la mano de nieve, de la inspiración, de los románticos alemanes... Cuando acabé, se hizo un silencio enorme. Los he dejado maravillados, pensé con la inconsciencia de la edad. Solo un alumno levantó la mano. Te vas a enfadar, Pilar, pero ¿qué es un arpa? Por eso, desde entonces, he tratado de explicar primero qué es un arpa y luego hacer lo que tuviera que hacer. No dar nada por sentado, pero tampoco triturar, deglutir y hasta hacer la digestión de los lectores.

Antes me preocupaba no seguir la actualidad, no saber qué interesaba a la gente, quedarme sin temas. Ahora lo que me preocupa es haber dejado que se empañara la mirada, volverme predecible, perder la curiosidad, el verdadero motor del mundo. Luego abro un periódico, camino por la calle y me llegan las conversaciones, doy clase en un instituto donde cada uno de los alumnos se atreve a decir que el emperador va desnudo, y sobre todo, veo a Alfonso que me abrió los ojos y me enseñó a simplificar el mundo para poder contárselo, y veo también cómo Juan saborea las palabras nuevas y las envuelve en risa, y me digo que no sé cuánto tiempo seguiré escribiendo columnas, pero hay una forma de entender el mundo y de verlo, y una forma de contarlo, que no quiero perder. Puede que vivamos rodeados de sastres sinvergüenzas que sacan el dinero a emperadores obtusos. Puede que vivamos en el nada por aquí nada por allá, en un país de trileros, en pleno Retablo de las maravillas, pero ante eso, solo tenemos que abrir los ojos. Hasta que nos duelan. Y abandonar el desfile para seguir, no a los obtusos, sino al niño que se atreve a decir que el emperador va desnudo, al loco que libera a los galeotes y les dice que es dura cosa hacer esclavos a quienes Dios y la naturaleza hizo libres, y que muchos dirigentes rebuznan. Y al cuerdo que nos da la mejor lección cuando abandona el gobierno de la ínsula Barataria, sin haberse enriquecido. A ver cómo se explica eso en los tiempos que corren. Mientras exista ese reto, y un periódico como este, que lo asuma, habrá que seguir intentando escribir columnas.