La relevancia y la fuerza del papel

Ser protagonista por un día, o por varios, o lo que es lo mismo, aparecer en esas páginas, esas que están impresas en tinta, es tener la certeza de formar parte de la historia. La que se escribe cada año, cada década, ahora ya, cada siglo. Y que después se protege bajo llave para que pueda sobrevivir a su propio contexto. Así, sigue cumpliendo su función

Un asiduo lector cacereño disfruta de  El Periódico Extremadura en una terraza de la ciudad.

Un asiduo lector cacereño disfruta de El Periódico Extremadura en una terraza de la ciudad. / Lorenzo Cordero

Rocío Sánchez Rodríguez

Rocío Sánchez Rodríguez

El sosiego. La calma. Pensar. Masticar. Digerir. Llevártelo a casa. Guardarlo como oro en paño. No es solamente el placer de pasar las páginas, el olor a tinta o tenerlo entre manos. Es la suerte de leer y releer sin distracciones. Sin pantallas de luces y colores. Sin notificaciones que no paran. Sin perder el hilo. Sin ruido.

Y, cómo no, ese gustillo de buscar un boli para hacer el crucigrama.

La defensa del periódico de papel me la tomo como algo personal. Sé que en este contexto de rápidos avances digitales e intensas relaciones virtuales somos la resistencia. Pero es un producto tan rico y tan puro que tengo la certeza de que ambas realidades son compatibles.

El director de El Periódico Extremadura, Antonio Cid de Rivera, consulta un ejemplar antiguo en la hemeroteca.

El director de El Periódico Extremadura, Antonio Cid de Rivera, consulta un ejemplar antiguo en la hemeroteca. / LORENZO CORDERO

No seríamos nada sin esa base, el papel. Es, sin lugar a dudas, el que sigue poniendo límites. El que te permite parar. El que te deja analizar y reflexionar en mitad de un ritmo frenético que a veces nos atropella y agota. Y el que te obliga a no olvidar las bases de este oficio. Igual que tuve una maestra de profesión que me enseñó que lo más importante de una rueda de prensa es lo que no se dice en ella, conviví con otro que me repetía sin cesar que un titular que no cabe, es un mal titular. Grandes verdades. Que no se olviden nunca.

A la izquierda, la redacción vacía al inicio del confinamiento. Los redactores teletrabajaban desde sus casas.

A la izquierda, la redacción vacía al inicio del confinamiento. Los redactores teletrabajaban desde sus casas. / EL PERIÓDICO

El universo digital es infinito, también sus posibilidades. Hasta te da la oportunidad de volver atrás si te equivocas. Por el contrario, lo que queda impreso en tinta es para siempre. De ahí la relevancia y la fuerza. Porque nada ni nadie lo puede borrar. Para mal pero sobre todo para bien.

Cómo el periodismo ha de saber convivir con los nuevos tiempos sin dejarse arrollar es un debate, y un combate, que ha existido siempre. En esa batalla, el uso y la riqueza del lenguaje siempre sale dañado. 

A la derecha, primer día de vuelta al trabajo presencial tras el estado de alarma.

A la derecha, primer día de vuelta al trabajo presencial tras el estado de alarma. / EL PERIÓDICO

Ya en el año 1996, cuando internet era, si acaso, algo anecdótico en las redacciones, en su discurso El mejor oficio del mundo, Gabriel García Márquez manifestó: «Los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante».

Y en esa seguimos. 

Bendita aliada

¿Que si hay futuro? No tengo duda. Como prueba, la pandemia. Bendita aliada la tecnología en ese momento. De sopetón tuvimos que aprender a teletrabajar, a ser equipo cada cual desde su propia casa. Con una actualidad que no nos daba un segundo de respiro. Con un contexto desconocido para todos. Los titulares se amontonaban cada hora. Algunos nos sacudieron.  

Con una incertidumbre constante y una redacción prácticamente vacía jornada tras jornada, una imagen que impactaba y sobrecogía, logramos sacar cada día a la calle nuestro ejemplar en papel de El Periódico Extremadura. Fue el gran símbolo. La prensa no paró en ningún momento. Nos convertimos en ‘esenciales’. Debíamos estar ahí. Y estuvimos. Lo conseguimos.

Después, se convirtió en una tarea más que los lectores no tuvieran miedo a tocar el papel, que los periódicos volvieran a las barras de los bares, que se empezara a recuperar cierta normalidad en esos pequeños hábitos que alimentan lo cotidiano.

Por supuesto que no salimos indemnes. Todavía quedan heridas.A veces sangran. Por eso, cuando a principios de este mes de febrero reabrió uno de los kioscos del Paseo de Cánovas de Cáceres, en pleno corazón de la ciudad, la satisfacción fue enorme. No hay mejor regalo para celebrar el centenario. El Periódico Extremadura luce ahí bien orgulloso cada mañana.

Viajar en el tiempo

No es para menos. Acumula un siglo de historia que se guarda como un tesoro en la hemeroteca. Y esa historia está viva, perdura, nos recuerda quiénes fuimos y por qué somos. Esos periódicos nos llevan al pasado para explicarnos el presente. Y en ocasiones el futuro. Abrir uno de esos tomos y olerlo es viajar en el tiempo.

Ser protagonista por un día, o por varios, o lo que es lo mismo, aparecer en esas páginas, esas que están impresas en tinta, es tener la certeza de formar parte del relato. El que se escribe cada año, cada década, ahora ya, cada siglo. Y que después se protege bajo llave para que pueda sobrevivir a su propio contexto. Así, sigue cumpliendo su función. 

No me cansaré de evidenciar el valor del papel. Es la esencia. La semilla. Es quien nos pone en nuestro sitio. El que jerarquiza la información. El que sostiene quiénes somos.

Bienvenida prensa digital, aquí cabemos todos. Es más, nos necesitamos. Nos alimentamos. Nos fortalecemos. ¿Por qué renunciar?