Fue la última de las cuatro visitas a Moscú realizadas por Nicolás Maduro en los últimos cinco años. Se produjo el pasado diciembre, es decir, hace poco más de un mes y medio, cuando el presidente venezolano, ya convertido en un paria internacional, fue recibido en el Kremlin por su homólogo ruso, Vladímir Putin. En la capital rusa, el dirigente caribeño halló entonces las palabras de consuelo que le niegan desde hace años la mayoría de sus vecinos de hemisferio y de los países europeos. «Apoyamos sus esfuerzos de lograr un entendimiento con la sociedad», pudo escuchar de los labios del líder del Kremlin, antes de regresar a Caracas con promesas de inversiones millonarias.

Era un paso más en una política en la que Moscú lleva años empleándose a fondo. Rusia y sus empresas han realizado un importante esfuerzo financiero en la economía venezolana que, según los cálculos coincidentes, en el decenio previo al 2016 se elevaba a un total de 17.000 millones de dólares en préstamos e inversiones. A ellos habría que añadir otros 6.000 millones pactados precisamente durante el último viaje de Maduro, y que deberían dedicarse a los sectores del petróleo y del oro. Y aunque se trata de una cantidad importante, lo cierto es que China «está mucho más expuesta (a un eventual cambio de Gobierno), ya que sus inversiones en Venezuela son más elevadas», explica en un castellano casi perfecto Ígor Eleferenko, comentarista de temas latinoamericanos en la prensa rusa.

APOYO «POLÍTICO E IDEOLÓGICO» / Las interacciones más importantes han afectado al sector del petróleo. La petrolera estatal rusa Rosneft mantiene participaciones minoritarias en seis proyectos conjuntos con la venezolana PDVSA, que producen 171.000 barriles al día, además de prestar importantes cantidades de dinero a la petrolera venezolana, una deuda cuyo pago se garantiza con envíos en especia, es decir, de crudo. En el sector de las armas, desde la presidencia de Hugo Chávez, el país caribeño se ha convertido en el principal comprador de armas y material militar ruso en todo el hemisferio occidental, aunque los pagos monetarios distan de haber sido liquidados. Se estima que Caracas debe a empresas rusas la cifra de 3.000 millones de dólares por las últimas adquisiciones de armamento.

Algo similar sucede con las importaciones de grano ruso. Desde marzo de hace dos años, Venezuela recibe mensualmente 60.000 toneladas de cereal, según anunciaron entonces los medios de comunicación, una cantidad destinada a aliviar su dependencia de los envíos procedentes de Estados Unidos y Canadá.

A diferencia de China, un país que busca ante todo rentabilidad, el apoyo económico y financiero ruso a Caracas, vital para la supervivencia del presidente Nicolás Maduro, es calificado de «político» e «ideológico» por muchos economistas. «Rusia ha prestado miles de millones a Rusia para mantener al régimen a flote», ha escrito el columnista Antonio Mora en The Hill. El buen ejemplo de ello son los constantes viajes que Ígor Sechin, el presidente de la petrolera estatal rusa Rosneft y considerado uno de los hombres más poderosos de Rusia, ha realizado a Venezuela para garantizar que los envíos de crudo para el pago de la deuda en especia se acaban realizando.

El último de ellos tuvo lugar en noviembre del pasado año y se realizó sin que mediara anuncio público alguno, según desveló entonces Reuters. Entre las reuniones de alto nivel que mantuvo en Caracas, el alto directivo ruso se encontró cara a cara con Maduro, ante quien se quejó de los retrasos en los envíos de petróleo a Rusia.