Sobre Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, está dicho casi todo. Tras once semanas de un intenso, espectacular y mediático juicio en un tribunal federal de Brooklyn, la presentación de una auténtica montaña de pruebas documentales y el desfile de 56 testigos por el estrado, incluyendo 14 criminales convictos que han cooperado con la fiscalía, se ha trazado uno de los retratos más completos y escalofriantes del funcionamiento de los carteles de la droga y del hombre acusado de liderar durante más de una década el de Sinaloa. Lo que falta por añadir, no obstante, es decisivo.

Tras la presentación el miércoles y el jueves de las conclusiones de la fiscalía y la defensa está previsto que mañana arranquen las deliberaciones del jurado popular, siete mujeres y cinco hombres que dictarán el veredicto. Y de su decisión, culpable o no culpable en los 10 cargos, pende el futuro de El Chapo, que podría pasar el resto de su vida en una cárcel de máxima seguridad en Estados Unidos. También, el relato oficial.

Según lo ha trazado el numeroso equipo de la fiscalía en el tribunal que ha presidido el juez Brian Cogan, ese relato es uno de «drogas, dinero y violencia», de horror y brutalidad, de crimen organizado e ingenio para mover toneladas de droga y cientos de millones de dólares. Su protagonista es el hombre de 61 años en el banquillo, alguien «dispuesto a matar» desde a rivales hasta a su mejor amigo; capaz de esquivar varias veces ser apresado, de lograr dos fugas cuando estuvo encarcelado y que preparaba la tercera cuando fue extraditado a EEUU, el 19 de enero del 2017.

«Quería evitar sentarse justo aquí, frente a ustedes», dijo al jurado, el miércoles, la fiscal Andrea Goldbarg, justo antes de lanzar su alegato final. «No le dejen escapar de la responsabilidad. Háganle rendir cuentas por todos sus crímenes. Encuéntrenle culpable de todos los cargos».

Si fuera por la defensa, en cambio, en el relato definitivo su cliente sería solo un personaje secundario, un títere de quien según ellos debería ser el protagonista, Ismael El Mayo Zambada, el hombre al que se considera jefe actual del cartel de Sinaloa y que, como recordó Jeffrey Lichtman, el abogado de El Chapo, nunca ha sido detenido.

La narración debería incluir, además, elementos de corrupción que extenderían sus tentáculos por despachos políticos y de grandes empresas, por agencias de ley y orden tanto en México como en EEUU. Los sobornos llegarían hasta el expresidente Enrique Peña Nieto, señalado como supuesto receptor de 100 millones de dólares, según Lichtman pagados por El Mayo para que el Gobierno mexicano se centrara en perseguir a su cliente.

El problema para la defensa, o uno de los muchos tras un juicio en el que la fiscalía ha presentado una «avalancha» de pruebas que incluyen grabaciones incriminatorias con la propia voz de El Chapo, es que El Mayo no es quien está en el banquillo y «su posición en el cartel no importa» según la fiscalía. Incluso si se considera su papel en la organización del narcotráfico en Sinaloa, no desaparece la del encausado. Es cuestión, según la acusación, de «sentido común».

A El Chapo le queda aferrarse a dos clavos. Uno es que sus abogados hayan convencido a alguien en el jurado de que el cartel de Sinaloa no era una estructura plenamente jerarquizada con él a la cabeza sino una red laxa de facciones criminales enfrentadas en guerras internas. Eso restaría las opciones de que sea encontrado culpable de los cargos de conspiración, para los que el jurado debe creer que cometió al menos tres crímenes organizados con al menos cinco personas más. El otro es que hayan dado fruto sus esfuerzos por poner en cuestión la credibilidad de los 14 «cooperantes» que han sido testigos, convictos que podrían rebajar sus sentencias por la colaboración en el proceso.

Es un empeño que la defensa ha desplegado en cada interrogatorio durante el juicio. Y como se esperaba y anticipaba la fiscalía, que en su turno había recordado al jurado que los testigos son criminales y «el Gobierno no les pide que les gusten», jugó también un papel en la teatral y efusiva presentación de conclusiones finales de Litchman, que al menos cuatro veces recibió advertencias del juez Cogan por estar sobrepasando los límites. «No solo han admitido haber mentido en cada uno de los días de sus miserables vidas, también han mentido aquí bajo juramento», denunció.

Lichtman urgió al jurado a «mirar más allá del nombre de El Chapo» y a superar «el mito» creado alrededor de él. Recordó que «es un ser humano». Lo que evitó decir es que en buena parte esa leyenda ha sido alimentada por el acusado, hombre de ego atraído por la fama y que esta misma semana no podía ocultar su satisfacción cuando supo que el actor que le encarna en una serie había acudido en persona al juicio.