Shamima Begum era una de las tres alumnas de la escuela de Bethnal Green en el este de Londres, que, en febrero del 2015, tomaron un avión rumbo a Turquía para unirse a un grupo yihadista de Estado Islámico. La fuga de las menores fue una auténtica conmoción para sus familias y para la sociedad británica. La adolescente y otra de las fugadas, Amira Abase, apenas tenían 15 años. La mayor del grupo, Kadiza Sultana, solo 16. Dos meses antes otra estudiante del mismo centro escolar había partido para Siria.

Ahora, a los 19 años, esperando su tercer hijo, Shamima quiere volver al Reino Unido. «Llévenme a casa», le pidió al reportero del diario The Times, Anthony Loyd, que la localizó en un campo de refugiados en el norte Siria, donde se agolpan 39.000 personas. A punto de dar a luz, la joven había huido dos semanas antes de Baghuz, al este del país, el último reducto del califato, después de que su marido se rindiera a los miembros de las Fuerzas Democráticas Sirias, sin que se sepa de su suerte. «Al final simplemente no podía aguantar más. No podía soportarlo por más tiempo».

En los últimos meses, durante el derrumbe del califato, había perdido a sus dos hijos de corta edad. Uno de ellos, un niño de ocho meses, pereció por desnutrición. La niña, de año y medio, falleció un mes más tarde.

En el hospital de Hajin, la ciudad donde se hallaba en el aquel momento y donde están enterrados ambos «no había medicinas ni suficiente personal». Su prioridad es que el bebé, a punto de llegar en cualquier momento, no corra la misma suerte. A pesar de las penalidades vividas Shamima no se arrepiente, ni reniega de aquella decisión de viajar a Siria. Cuatro años después, la quinceañera que se unió al califato es una mujer adoctrinada. «No lamento haber venido», afirma. Al llegar a Raqqa estuvo en una casa con otras novias recién llegadas. «Pedí casarme con un luchador que hablara inglés, de entre 20 y 25 años». Diez días más tarde estaba casada con un holandés de 27 años convertido al islam. Con él ha permanecido durante todo este tiempo.

En Raqqa, «la vida era normal. La vida que se veía en los vídeos de propaganda. Todo el mundo sabe que había bombas y cosas así, pero aparte de eso…». Lo que había también eran ejecuciones en masa, algo que no parecía quitarle el sueño.

«Cuando vi por primera vez una cabeza cortada en un bidón, no me alteró para nada. Era un combatiente capturado en el campo de batalla, un enemigo del islam. Solo pensé en qué le habría hecho él a una mujer musulmana si hubiera podido». Las cuatro escolares británicas acabaron casadas con soldados del EI. Una de ellas, Kadiza Sultana, murió, según su familia en el 2016 en un ataque aéreo de Rusia. Amira Abase y Sharmeena Begun optaron por quedarse en Baghuz. «Son fuertes, yo respeto su decisión. Se avergonzarán de mí si sobreviven a la batalla y saben que me marché». Pero en sus respuestas a Loyd se percibe cierto desencanto. «El califato está acabado. Había tanta opresión y corrupción que no creo que merezcan la victoria. Solo quiero volver a casa y tener a mi niño. Eso es todo lo que quiero. Haré lo que sea para poder volver a casa y vivir tranquilamente con mi hijo».

DILEMA / La reaparición de Shamima y su petición plantea un difícil dilema al Gobierno británico y los servicios de inteligencia. Su propia familia ha pedido «tiempo y espacio para asimilar lo que ha pasado». El secretario de Estado para la Seguridad, Ben Wallace, no quiso comentar el caso particular de la joven británica, pero advirtió en la BBC que «podría ser procesada en el Reino Unido».

Cualquier británico que haya ido a Siria a luchar con la yihad o apoye grupos terroristas, señaló Wallace, debe saber que será interrogado, investigado y posiblemente procesado si retorna al Reino Unido. Además reconoció que no tratará de rescatar a la refugiada. «No voy poner en peligro la vida de los británicos yendo a buscar terroristas o antiguos terroristas en un Estado en quiebra». Un antiguo jefe de la Policía, Peter Fahy, que estuvo al frente del programa de prevención del terrorismo, afirmó que el Gobierno no tiene «un interés particular» en facilitar su retorno.