Jair Bolsonaro ha festejado con moderada satisfacción los primeros 100 días de Gobierno. El presidente ultraderechista cae en las encuestas en medio de disputas internas entre las dos facciones que lo respaldan: los militares y los que siguen al gurú Olavo Carvalho. En estos tres meses rodaron las cabezas de dos ministros y se ha acentuado la tensión con el Congreso. Una encuesta de Datafolha ha dado cuenta de que el 30% de los brasileños califican de muy mala su gestión, otro 33% de regular. Solo la aprueba un 32%. Antes de asumir, las expectativas favorables eran casi del 80%. Desde la redemocratización de 1985, nunca un jefe de Estado electo era tan mal visto en tan poco tiempo. Pero «el mito», como lo llamaron en la campaña electoral, dice que no va a «perder tiempo» en mirar cómo evoluciona su imagen.

Bolsonaro ha dotado de una extraña lógica política a su presidencia: una parte de la sociedad se ha predispuesto a esperar de él lo peor, como la indulgencia mostrada frente a los militares que «por error» acribillaron con 80 disparos a un músico negro cuando conducía por la zona norte de Río de Janeiro. «El Ejército no mató a nadie», dijo y se mostró una vez más en su estado más puro. «Si el presidente cumple lo que siempre ha dicho, ¿por qué su popularidad cae tanto?», se pregunta el columnista del diario paulista Folha, Bruno Boghossian, recordando la decisión presidencial de facilitarle a los brasileños la compra y el uso de las armas. «La respuesta más razonable es que nada de eso importa de verdad para el elector. El discurso de Bolsonaro cumplió un papel simbólico durante la campaña, pero quedó vencido desde que entró en el Palacio Planalto».

No ha habido día sin esperpento o provocaciones. El capitán retirado convocó a conmemorar como un momento de felicidad el golpe de Estado de 1964, expresó su deseo de explotar la Amazonía con Estados Unidos y, en Israel, llegó a decir que el nazismo «fue un movimiento de izquierdas». El sábado soltó su penúltima bomba verbal al sostener que el genocidio judío debería ser perdonado. Todo en Bolsonaro es ideología y las redes sociales replican los dislates. Brasil tiene un déficit comercial con Israel de casi 900 millones de dólares. Cuando días atrás decidió crear una oficina comercial en Jerusalén, desairó a los países árabes con los que tiene un superávit de 3.800 millones.

Ambiente emponzoñado

Los mercados están ansiosos por que su proyecto estrella, la reforma de las pensiones, inspirada en la que llevó a cabo la dictadura de Pinochet, sigue empantanada. En un Brasil que, según los economistas, apenas crecerá un 1% en el 2019, lo único que crece exponencialmente es la agresión retórica y práctica. Un 90% de las mujeres perciben que se ha incrementado la violencia de género. Las minorías sexuales detectan peligros mayores. Una encuesta da cuenta de que para el 81% de la población, la raza es un factor determinante de la violenta actuación policial.

La cultura es otro blanco. El Gobierno la ve como un nido de marxistas. Caetano Veloso, quien en 1969 fue enviado al exilio por los militares, comprueba, medio siglo después, hasta qué punto el pasado se ha instalado como una realidad presente. El obispo de la Arcuidiócesis militar de Brasil, Dom José Francisco Falcão, dijo que el autor de Sampa, al que llamó «un imbécil que en los años 70 cantó que está prohibido prohibir», merece un castigo ejemplar.