El armazón de seguridad levantado durante la guerra fría para reducir los riesgos de una guerra nuclear se está desmoronando a un ritmo implacable. Solo unos días después de retirarse formalmente de uno de los tratados que componían aquella arquitectura, Estados Unidos ha probado por primera vez en muchos años un misil de crucero de alcance intermedio, un ensayo que hubiera estado prohibido hace solo unas semanas. El Pentágono confirmó el lanzamiento desde California de un misil Tomahawk modificado que «impactó en su objetivo» tras más de 500 kilómetros de vuelo. El ensayo fue condenado ayer por Rusia y China, que acusaron al Pentágono de promover «una nueva carrera armamentística». Una carrera que, según los expertos, lleva años en marcha.

Tanto Moscú como Washington, que poseen conjuntamente más del 90% de las armas atómicas existentes, están embarcados en costosos proyectos para modernizar sus arsenales nucleares. Una estrategia seguida también por China, aunque el gigante asiático no tiene ninguna de sus cabezas nucleares desplegadas en misiles ni en bases militares, según el International Peace Research Intitute de Estocolmo. También India y Pakistán, enfrascados en el explosivo conflicto de Cachemira, siguen engordando sus arsenales. Cada uno de ellos añadió el año pasado 10 cabezas nucleares, según la misma fuente. El rearme de las grandes potencias llega en pleno auge del nacionalismo, con tensiones territoriales crecientes y un clima de menguante cooperación internacional. Hace 15 Trump dio la puntilla al Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio firmado en 1987 y que sirvió para que las potencias de la guerra fría eliminaran sus misiles terrestres balísticos y de crucero con un alcance entre 500 y 5.500 kilómetros, los convencionales y los nucleares.