Se cumplieron 40 años del estreno de La vida de Brian, la obra maestra de Monty Python. Es la historia de un hombre que tiene una existencia paralela a la de Jesucristo, con quien le confunden a menudo dando pie a escenas desternillantes. Se la debemos al beatle George Harrison, que la financió a última hora tras la retirada de la productora, asustada por un texto que consideró blasfemo. Hubo escándalo, prohibiciones y taquillazo.

No hemos avanzado tanto, seguimos firmes con los dioses y débiles en el rescate de personas, en el Mediterráneo o en la economía. Aquí estamos sin gobierno mientras se agrava la disputa entre el Frente Popular de Judea y el Frente Judaico Popular.

Donald Trump podría haber sido un personaje en cualquier película de los Python. El asunto es que no es humorista, sino presidente, y eso representa un problema. Su trabajo no es soltar gracias sobre un escenario sino dirigir una superpotencia económica, política y militar en unos momentos en los que nos jugamos una recesión y una crisis climática que afectará a millones de personas.

Acaba de cancelar su viaje oficial a Dinamarca, país aliado y de la OTAN, enfurruñado porque la primera ministra, Mette Frederiksen, se tomó a broma la información del The New York Times, de que el presidente de EEUU quería comprarles Groenlandia, un vasto territrorio rico en minerales. Una portavoz del Gobierno danés añadió más ironía al fuego al afirmar que estudiarían la compra de todo EEUU, pero sin su Gobierno.

Trump, que carece de sentido del humor, más allá del suyo dedicado a reírse de los demás, tuiteó su cancelación aduciendo que si no querían hablar de la venta de la mayor isla del mundo no tenía sentido ir hasta Copenhague. Desconocemos cómo fue su enfado, ni qué palabras empleó ante sus asesores, pero me he acordado de la celebérrima escena de El Gran Dictador de Chaplin en la que Hitler juguetea con un globo terráqueo mientras sueña con sus conquistas hasta que explota por accidente.

En la pasada campaña presidencial fue el hazmerreír, una especie de payaso Coluche, el que trató de ser presidente de Francia en 1981. Pero ahí está, sentado en el Despacho Oval, bramando contra el mundo en general. No es que Trump sea un experto en pisar charcos, es que vive en ellos. Esta semana ha atacado a los judíos estadounidenses que votan al Partido Demócrata. No solo son poco patriotas para los estándares de su EEUU, sino que representan un peligro para Israel. Una tesis peligrosa.

Esta semana ha dado los primeros pasos para que las retenciones de familias migrantes, limitadas por ley hasta los 20 días, puedan ser indefinidas. También quiere modificar el sistema de acceso a la nacionalidad, para que no baste con el nacimiento en EEUU. Exigir, por ejemplo, que uno de los progenitores sea ciudadano. Son medidas controvertidas que requerirían un amplio consenso legislativo y el visto bueno del Tribunal Supremo. Esto último no sería imposible: los conservadores tienen la mayoría (5-4), aunque el presidente John Roberts dio la sorpresa en el caso de la legalización de matrimonio homosexual.

Está claro que los migrantes invasores, la supuesta radicalidad de los demócratas, las fake news y el insulto van a ser los pilares de su campaña, que arrancará con las primarias de Iowa en febrero. En el lado demócrata aún no hay nadie que levante pasiones, salvo la senadora Elisabeth Warren, con un discurso similar al de Bernie Sanders en el 2016. Los grandes medios la descartan porque la tesis dominante es que no podría derrotar a Trump por estar demasiado a la izquierda, dicen.

La apuesta del aparato del Partido Demócrata y los sindicatos es Joe Biden, exvicepresidente de Obama. El debate de fondo es quién y qué movilizará a los votantes, ¿un más de lo mismo o alguien rompedor? El principal enemigo de Trump serán los bolsillos de los votantes. Si hubiera una recesión perdería su embrujo como supuesto autor del periodo de mayor crecimiento de la historia. Es falso, pero tiene venta entre sus votantes.

Nos quedan meses de salidas de tono, incidentes diplomáticos con los aliados, declaraciones de amor a dictadores como Kim Jong-un, situaciones chistosas. También otras peligrosas: brexit, China, Irán, Hong Kon y el Amazonas de su amigo Bolsonaro, cuyo incendio no recibe la atención mediática necesaria pese a que es más importante para el futuro del planeta que la catedral de Notre-Dame.