Donald Trump tendrá con casi toda seguridad su cita con la historia, una historia que solo han protagonizado hasta ahora dos presidentes en casi 250 años de experimento democrático en Estados Unidos. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, confirmó ayer que no hay vuelta atrás en el proceso iniciado para tratar de forzar la destitución de Trump por «altos crímenes y faltas». En un breve discurso barnizado con citas solemnes de los Padres Fundadores, Pelosi anunció que el Congreso ha comenzado a redactar los artículos del impeachment, el equivalente a los cargos que se imputarán al presidente para que sea juzgado políticamente en el Senado. Sus palabras corroboran implícitamente que los demócratas tienen quórum para sentar al republicano en el banquillo, y cuanto antes.

«Nuestra democracia está en juego», dijo Pelosi al reaparecer por primera vez desde que anunciara el inicio de la investigación preliminar contra Trump a finales de septiembre. «El presidente no nos deja otra opción que actuar porque está tratando de corromper, una vez más, las elecciones». El anuncio sirvió para confirmar lo que todo el mundo esperaba tras varias semanas de testimonios inequívocos de altos funcionarios del Departamento de Estado y el Consejo de Seguridad Nacional, que han acusado a Trump de coaccionar a Ucrania para que interfiriese en el proceso electoral estadounidense con la apertura de una investigación contra Joe Biden, su principal rival político de cara a las elecciones del 2020. «Los hechos son incontestables. El presidente abusó de su poder al supeditar nuestra seguridad nacional a sus intereses personales», añadió Pelosi.

Ambos partidos han empezado a preparar ya su estrategia para el juicio en el Senado, que probablemente comenzará a principios de año. El propio Trump lo da por hecho y ayer afirmó que el proceso debería comenzar cuanto antes para permitir que el país recupere la normalidad lo antes posible. «Si van hacerme un impeachment, que lo hagan rápido para que podamos tener un juicio justo en el Senado y nuestro país pueda regresar cuanto antes a la normalidad», escribió en Twitter. El presidente insistió en que «no hay caso» y volvió a presentarse como la víctima de una persecución política, a pesar de las evidencias en sentido contrario aportadas por una larga lista de funcionarios y constitucionalistas. «Nada les importa, (los demócratas) se han vuelto locos».

Trump tiene la confianza absoluta de que va a prevalecer. Y no es para menos. Para que sea apartado del cargo, dos tercios de los senadores, que ejercerán de jurado, deberían respaldar su destitución al final del juicio. Los republicanos no solo tienen la mayoría en la Cámara, sino que hasta ahora ni un solo ha sugerido que le vaya a dar la espalda. La semana pasada ninguno de sus 197 diputados en la Cámara Baja votó a favor del informe que concluyó que Trump abusó de su poder al buscar la ayuda ucraniana para su reelección y trató de obstruir más tarde el escrutinio del Congreso.

BLOQUE / El Partido Republicano es un bloque monolítico, algo parecido a una secta atrincherada tras su líder, y el impeachment un grandilocuente diálogo de sordos donde nada que se diga es capaz de alterar la posición del rival. Los conservadores insisten en que este proceso no es más que una vendetta personal contra el presidente.

Los demócratas deben decidir qué cargos imputan a Trump. No se descarta que incluyan presuntas irregularidades descubiertas por los cinco comités que le investigaban antes de que comenzara esta traca final. Pero la opinión mayoritaria en el partido pasa por circunscribirse a los tejemanejes en Ucrania.