Fátima Cecilia Aldriguett Antón era una niña de siete años cuyo cuerpo fue encontrado en una bolsa de basura con signos de tortura el domingo, seis días después de que desapareciese a manos de una mujer todavía sin identificar que la recogió de su escuela. Es el último asesinato que ha sacudido a México, un país en el que los menores no escapan al clima de violencia. La tasa de 4,9 homicidios dolosos de menores por cada 100.000 habitantes triplica la de Siria o Palestina, siendo México el cuarto país del mundo donde más ha empeorado la peligrosidad para la infancia desde el 2000, según un informe de Save The Children.

«Son cifras de una guerra», concluye la directora de incidencia de la oenegé, Nancy Ramírez, quien agrega que «la violencia nace en los hogares». Seis de cada diez niños y niñas sufre una crianza violenta. Según una encuesta de la oengé, un 37% de los menores ha presenciado un tiroteo en algún momento.

Mientras, van más de 21.000 menores asesinados en las últimas dos décadas y el crimen organizado recluta a cerca de 35.000 al año en un México hostil para la infancia. Además de la desigualdad y la falta de oportunidades que azotan a la infancia latinoamericana, en México se suma la acuciante violencia y la reconfiguración del crimen organizado como detonantes para el reclutamiento de adolescentes, incluso niños. En el 2018 había unos 460.000 menores integrados a bandas de delincuentes, un 153% más que tres años atrás, según datos gubernamentales.

Carlos se encoge de hombros ante la pregunta de si ha matado a alguien. Ni siquiera lo sabe. Tampoco se acuerda de cuántas veces ha disparado, pero sí de la primera. Fue a los 16 años, cuando su pandilla le entregó una pistola. «En la primera detonación de un arma tenía miedo, no quería. Era para apantallar (asustar), pero se puso feo y me obligaron a disparar». Se trató del asalto a una mercería. Nunca supo si hirió a alguien. Su padre abandonó a su familia cuando era pequeño y su madre tuvo que trabajar hasta la noche. A los 14 empezó a consumir droga y se abocó a una vida en la calle que lo llevó a enrolarse en una de las decenas de pandillas que ejercen como células de los cárteles en la capital mexicana, cuyo nombre como el del testimonio resulta prudente ocultar.

«Ahora hay menos espacios seguros para los menores. Y tenemos la problemática de que por cuestiones económicas los padres y madres tienen que tener más de un empleo, y los niños pasan más tiempo en la calle, expuestos a una violencia creciente», añade Mariana Sáenz, una de las coordinadoras de Reinserta. Esto ha provocado también un aumento de los asesinatos de menores El pasado año hubo un promedio de 3,6 homicidios diarios de niños y niñas y 7.000 desapariciones, según la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim). Dicho incremento ha impactado sobre todo en las niñas, con un 13,8% más de feminicidios respecto al año anterior, según la organización.