Nos falta perspectiva para saber cuál será el impacto de la pandemia en nuestras vidas, en la política y en nuestra forma de ver el mundo. Dependerá de lo que dure, no son lo mismo tres meses que 24. A la emergencia sanitaria habrá que sumar el posconflicto y la reconstrucción de la economía. Deberíamos tener claro dos cosas: habrá recesión y la cuenta la van a pagar los de siempre. No es un vaticinio, es la costumbre. También que la democracia, como conjunto de derechos, está en peligro.

Hay evidencias de que lo que ha fallado es el modelo ultraliberal. El discurso de los que hasta hace nada defendían que el mercado se regula solo y que la sanidad privada es más eficiente que la pública ha quedado desenmascarado. Años de recortes y de apuesta por el negocio nos han dejado sin respuesta y sin medios ante el covid-19.

El péndulo debería regresar a los principios keynesianos y al refuerzo del Estado del bienestar. Además de otros factores, fueron esenciales en la recuperación económica tras el destrozo de la segunda guerra mundial. La idea de impulsar un Plan Marshall está sobre la mesa de la Unión Europea, aunque no todos se muestran de acuerdo. El norte europeo no quiere rescatar a los manirrotos del sur. Ya pasó en 2008, con la crisis económica que azotó al mundo, y Grecia fue su principal víctima. Tras el brexit y con un euroescepticismo creciente en el Este, eso podría suponer la muerte de la UE.

Donald Trump se ha vuelto intervencionista de la noche a la mañana. Tiene la fe del converso, al menos de momento. Ha impulsado un paquete de estímulos por valor de 1,8 billones de euros. Sabe que en noviembre no le va a derrotar su gestión de la pandemia, por catastrófica que sea, sino la economía. Uno de los puntos claves de su plan es mandar dinero a casa de los estadounidenses. Cuando acabe la emergencia, todos los países tendrán que hacer cuentas con las deudas. La ventaja sobre el 2008 es que todos estaremos en el mismo barco.

La anterior crisis económica impuso la austeridad como única salida, pese a tener un alto coste social (recorte de derechos, empleo precario, etcétera). El fracaso de las élites tradicionales, que no pudieron o no supieron dar soluciones a la ciudadanía, provocó un auge de la extrema derecha en Europa, y una derechización peligrosa en Estados Unidos de la que Donald Trump es la consecuencia. En ese club deberíamos incluir a Binyamin Netanyahu (Israel) y Vladímir Putin (Rusia).

LA OPORTUNIDAD DE PUTIN / El líder ruso ha logrado la cuadratura del círculo: parecer de izquierda, financiar a la extrema derecha, celebrar elecciones controladas y practicar un capitalismo salvaje. La imagen de los vehículos de su Ejército de camino a Bérgamo, el epicentro del covid-19 en Italia, es más que simbólica. Para Putin, el mundo pospandémico representa la oportunidad de recuperar parte de Europa del Este y los Balcanes.

China y Corea del Sur son los que mejores resultados han obtenido en la lucha contra el virus, aunque desde dos caminos diferentes. El primero es una dictadura, y el segundo, una democracia autoritaria. Ambos se asientan en una tradición cultural que favorece un yo colectivo por encima del individuo.

Corea de Sur intercambió derechos por eficacia. Con el covid-19 se ha movido con rapidez y éxito: realizó una gran cantidad de test para aislar a los contagiados sin cerrar la economía; después, mantuvo un seguimiento cuasipolicial a través de los móviles de las personas que estaban en cuarentena.

El riesgo, pasada la pandemia, es que la población occidental, sobre todo la más castigada por el número de muertos y la profundidad de la recesión, esté dispuesta a entregar su intimidad y una parte de sus libertades a cambio de no volver a pasar el trauma.

límites de la intromisión / Si hace seis meses cualquier Gobierno europeo hubiera propuesto crear un sistema de alerta sanitaria que incluyera la cesión de nuestra intimidad, habría estallado un escándalo. Tal vez ahora, tras lo vivido y habituados a los estados de emergencia, seamos más sumisos. ¿Cuál es el límite de esa intromisión? ¿Solo para seguir los contagios y evitar su propagación?

Nuestros teléfonos y ordenadores son espías que recogen la información sobre nuestras búsquedas. Contienen aplicaciones que permiten saber nuestros gustos de consumo, las ideas políticas y los movimientos que realizamos , si dormimos en casa o en otra, si vamos al psiquiatra o tenemos sida. Hasta pueden saber la identidad del amante. Esos datos se venden a empresas privadas. Es una vida expuesta al chantaje y al control policial. Peor sería copiar el modelo chino o ruso. Buenos tiempos para releer a George Orwell.