Algunos acuerdos que finalizan guerras sirven para enmarcar la foto de los líderes dándose la mano, la misma con la que cinco minutos antes ordenaban matar. Todos juntos, ya amigos, si no media una derrota categórica, como la de los nazis en 1945, pueden proclamar «¡hemos conseguido la paz!». Una frase destinada a los titulares de prensa y a los libros de historia sin víctimas ni asesinos, ni letra pequeña que estropee el acontecimiento. Es lo que sucedió con los Acuerdos de Dayton sobre Bosnia-Herzegovina, de cuya rúbrica se cumplen 25 años.

Los actores occidentales implicados, o sus herederos, dirán que fue un éxito inconmensurable porque finalizó una guerra que había costado más de 100.000 vidas. ¿Dónde estuvo la Europa de Maastricht y los EEUU de George Bush padre en los inicios de esa guerra en abril de 1992? ¿Por qué no la frenaron tras los primeros muertos en Sarajevo? Una Casa Blanca ocupada en el mundo postsoviético dejó que Europa lidiara sin ayuda con sus fantasmas históricos.

Antes de esta guerra hubo otras dos: una breve en Eslovenia y otra cruenta en Croacia que debió servir de advertencia de lo que venía. Francia, Reino Unido y Alemania regresaron a sus áreas de influencia, olvidándose de la UE como lugar de encuentro superador de las disputas del siglo XX. Alemania apadrinó el referéndum croata de independencia sin obtener garantías para la minoría serbia que habitaba en las regiones de Krajina y Eslavonia. Francia se alineó con los serbios mientras que la izquierda se creyó el cuento de que Slobodan Milosevic era un comunista que luchaba por la libertad. Solo fue un oportunista sin principios que trataba de mantenerse en el poder a cualquier precio. Empezó cuatro guerras y las perdió todas.

El reparto de Bosnia

Dayton sentó en la misma mesa al Milosevic de los sueños de grandeza y al presidente croata Franjo Tudjman, al que la muerte natural, años después, le privó de acabar ante el tribunal de La Haya acusado de crímenes de guerra contra los serbios en su país y contra los bosniacos en Bosnia. Ambos se habían repartido Bosnia-Herzegovina en un pacto secreto.

El tercero, Alija Izetbegovic, representaba de alguna manera a las víctimas, pese a que sus tropas cometieron crímenes, sobre todo en Bosnia central.

Se entiende que la paz la deban firmar los que hacen la guerra, los llamados generales de la retirada, gente con sangre en las manos y prestigio entre los suyos para decir, «basta; se ha acabado». Lo que no se comprende es el reparto territorial entre la Federación de bosniacos y croatas y la República Srpska, cuyo anhelo era (y es) unirse a Serbia.

Srebrenica, donde se cometió un genocidio, así calificado por el Tribunal Penal Internacional para la exYugoslavia, quedó del lado de los genocidas. Foca, la capital de las violaciones de mujeres convertidas en botín de guerra, se entregó a los perpetradores. No hubo justicia, ni siquiera poética. Fue una vergüenza.

Un buen acuerdo de paz no solo manda callar los cañones, debe suministrar los instrumentos políticos necesarios para construir una paz sólida. La Bosnia de Dayton nació muerta, sin unas instituciones nacionales con poder real. No solo quedó dividida en dos entidades que apenas trabajan juntas, sino que se subdivide en cantones en los que campan los antiguos señores de la guerra y las mafias que los acompañaron, convirtiéndose en focos de corrupción.

La Bosnia de Dayton nunca tuvo futuro. Solo es un problema aparcado. Al ser invisible deja de ser nuestra responsabilidad. Millones de jóvenes padecen sus consecuencias. No hay trabajo. El sueño de entrar en la Unión Europea parece inalcanzable. Solo lo consiguió Croacia gracias a sus amigos. Sin esperanza, avanza la islamización entre personas que nunca fueron religiosas. Es una guerra mal terminada, que es lo mismo que decir aplazada.

Prisas por la paz

Las prisas por la paz llegaron cuando el conflicto cambió de rumbo tras los bombardeos de la OTAN en agosto de 1995, en respuesta a la matanza del mercado de Sarajevo. Tropas bosnias apoyadas por la artillería croata avanzaron hacia Prijedor y amenazaban con tomar Banja Luka, la principal ciudad serbobosnia. Estados Unidos mandó parar y todo se detuvo.

Un diplomático dijo en aquellas fechas, con el cinismo de los que saben qué se cuece entre bambalinas, que la verdadera negociación solo sería posible cuando las fuerzas de Milosevic estuvieran fuera de Bosnia, al otro lado de los ríos Sava y Drina. Nada de eso sucedió: mandaron los intereses de las potencias; perdió la gente, incluidos los serbios de Serbia.