Se cuenta que en una de sus clases en Harvard el gran matemático Stanislaw Ulam pidió a sus alumnos que desarrollasen una función capaz de cuantificar la ineptitud, creciente en el tiempo, de una buena parte de los políticos. Se trataba de calcular cuál sería su límite cuando el tiempo tiende a infinito.

También les pidió que formalizasen matemáticamente el crecimiento de la burocracia estimando la fecha en la que llegaría a ser una carga tan grande que impidiese totalmente cualquier avance de la humanidad.

No conozco las respuestas que aportaron los estudiantes del profesor Ulam, pero apostaría a que ni siquiera el más suspicaz de ellos hubiese sido capaz de predecir el despropósito ocurrido con la vacuna de AstraZeneca.

En un momento en que nuestros dirigentes decidieron que la vacunación masiva de la población iba a ser la principal forma de derrotar al coronavirus, en nuestro país se interrumpió durante 9 días la administración de esa vacuna. Otro tanto pasó en diversos países europeos. En eso coincidieron con Nicolás Maduro, que también se ha apresurado a prohibir la vacuna de Astra Zeneca en Venezuela.

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Mientras llevamos un considerable retraso en la vacunación, cientos de miles de dosis dejaron de administrarse. Es posible estimar el coste en vidas de tal decisión teniendo en cuenta que aproximadamente 10 de cada 100 españoles ya se han contagiado de la Covid-19 (según el estudio nacional de seroprevalencia) y alrededor del 2% de esos contagiados murieron.

Pero es imposible calcular el sufrimiento y la angustia innecesaria creados en muchos miles de quienes van a recibir, han recibido o están recibiendo estos días la vacuna de Astra Zeneca.

Situemos en un contexto real estos datos:

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¿Por qué se ha generado una alarma tan injustificada?

Por alguna razón se ha puesto el foco en lo que ocurre alrededor de la vacuna de AstraZeneca. Tal vez porque los políticos europeos tienen cada vez más diferencias con la compañía, por los problemas con el suministro de la vacuna.

Seguramente AstraZeneca no obró correctamente en muchas cosas. Pero de ahí a cuestionarse suspender la vacunación por los supuestos efectos negativos de la vacuna hay un largo trecho.

Si se pretende desacreditar una vacuna con la que ya se ha vacunado a millones de personas, resulta fácil atribuir al efecto de la vacunación todo lo que pueda ocurrirles por razones estocásticas.

Pero si no existiese la vacuna de AstraZeneca solo en Europa se producirían muchos miles de muertos más debidos a la Covid-19.

La falacia del francotirador de Texas

Por eso, la polémica montada sobre la supuesta inseguridad de la vacuna de AstraZeneca constituye un excelente ejemplo de cómo los seres humanos tenemos tendencia a caer en una falacia lógica -que preocupa a muchos matemáticos- y que se conoce como la «falacia del francotirador de Texas».

Por lo visto, dicha falacia se originó hace unas décadas en la próspera ciudad tejana de Lubbock, un lugar de gran riqueza agrícola que es sede de la Universidad de Texas Tech.

Conviene explicar que en Texas la mayoría de los chistes protagonizados por gente no muy despierta suelen localizarse en Lubbock (que en cuestión de bromas es algo parecido a lo que ocurre con los chistes de Lepe en nuestro país).

Según me contó uno de los mejores profesores de Texas Tech, la falacia del francotirador texano se bautizó así por un supuesto francotirador que se hizo muy célebre en la zona.

Presumía de que era capaz de acertar en el centro de una diana desde una distancia de una milla utilizando para ello un viejo fusil sin mira telescópica.

Era una hazaña imposible, pero como prueba empezaron a aparecer graneros que tenían una diminuta diana pintada en cuyo centro había un agujero de bala de fusil. El francotirador aseguraba haberla disparado desde una milla de distancia.

Expertos de la policía local tomaron cartas en el asunto y concertaron una prueba con el francotirador. El día elegido, delante de varios agentes de policía el francotirador de Texas disparó desde una milla de distancia contra la pared de un granero. Solo había puesto la condición de que nadie usaría prismáticos como él no usaba mira telescópica.

A semejante distancia los agentes eran incapaces siquiera de distinguir la pequeña diana. Pero tras el disparo los policías caminaron hacia el granero y al llegar quedaron estupefactos. Había una pequeña diana pintada en la pared que estaba agujereada exactamente en su centro.

Los agentes no se dejaron impresionar. Extrajeron la bala y la enviaron al departamento de policía científica. No tardaron en recibir la prueba de que la bala efectivamente había sido disparada por el fusil del francotirador.

En una prueba de audacia el francotirador aseguró que sería capaz de enseñar a disparar así a cualquier persona y eso en una sola clase. Sin dudar la policía lo contrató para que enseñara a sus agentes.

El francotirador exigió cobrar por adelantado. La policía accedió.

Rodeado de sus alumnos policías el francotirador se situó a una milla de distancia de un granero. Eligió a uno de ellos y le dijo que disparase al granero. El alumno hizo lo que pudo. Ni siquiera veía la diana. Al menos estaba seguro de que había conseguido acertar en la pared del granero. Se encaminaron hace el granero. Al llegar comprobaron con sorpresa que el alumno había acertado justo en el centro de la diana, y eso que ni siquiera la veía cuando disparó.

Entonces el francotirador de Texas explicó dónde estaba la clave. Tenía un cómplice. Tras disparar, el cómplice pintaba las dianas tomando como centro el lugar donde había impactado la bala.

Una diana para ‘imputar’ cada problema

Pero es un solemne disparate, ¡y costará muchos muertos!

De todos modos, si hacemos caso a las funestas previsiones de Stanislaw Ulam las cosas con la vacuna de AstraZeneca todavía podrían empeorar mucho más. Incluso podría llegar a cumplirse con ella un sistema de falsear datos «a posteriori» conocido como la «enmienda de Pancho Villa».

Se cuenta que una mujer se presentó muy enfadada ante Pancho Villa para quejarse de que acababan de fusilar a su marido por insubordinación. Villa mandó que le diesen a la mujer una gran cantidad de dinero. Lo hicieron en el acto y la señora se fue muy contenta. Entonces apareció un sargento diciendo que todavía no habían fusilado a su marido. Tras pensarlo, Pancho Villa ordenó que lo fusilasen en el acto para no tener que darle a la mujer el disgusto de tener que devolver el dinero de la indemnización.

Para añadir un poco de luz en el asunto hay pocas personas con quienes la humanidad tenga una deuda de gratitud tan grande como con Louis Pasteur, un verdadero gigante intelectual. Su contribución a la investigación básica demostrando la falsedad de la teoría de la generación espontánea es una de las mayores aportaciones intelectuales que jamás se han hecho a la biología.

A diario nos topamos con sus extraordinarios logros que nos hacen la vida muchísimo mejor. Desde sus importantes mejoras en procesos de fermentación que consiguieron incrementar extraordinariamente la calidad de la cerveza, el vino, el pan o los yogures, hasta sus aportaciones fundamentales a procesos de higiene alimentaria de las que derivan la seguridad de la leche, conservas y demás productos pasteurizados.

Louis Pasteur fue también un gigante en el desarrollo de vacunas, tanto para seres humanos como para animales (la rabia, el carbunco o el cólera aviar).

Louis Pasteur probó su vacuna de la rabia por primera vez con el niño Joseph Meister, que tras ser mordido por un perro rabioso estaba condenado a una muerte horrible: Salió bien. Meister terminaría muriendo varias décadas más tarde durante la ocupación alemana de París en la Segunda Guerra Mundial.

Y seguramente por encarcelarlo hubiesen salvado a una docena de personas que tal vez murieron por efectos indeseables de las vacunas de Pasteur. Los burócratas modernos estarían orgullosos. Pero sus estrictos protocolos le habrían costado la vida a muchos millones de personas.