En 1972, el avión que trasladaba al equipo uruguayo de rugby Old Christians a un partido en Chile, con familiares y acompañantes, sufrió un accidente mientras sobrevolaba los Andes. Solo 16 pasajeros sobrevivieron al choque y a 72 días de hambre, dolor y temperaturas gélidas. Gustavo Zerbino es uno de ellos. Alto ejecutivo en la industria farmacéutica, Zerbino presidió la Unión de Rugby de Uruguay, está involucrado en causas benéficas e imparte conferencias por todo el mundo en empresas, centros educativos y equipos.

–Lo que ustedes vivieron en los Andes no pierde vigencia.

–Justamente lo que voy a tratar de compartir en la conferencia de Vigo es cómo se gestiona la adversidad; mostrar el proceso de transformación interior para atravesar la incertidumbre, el miedo, el dolor, la angustia… Hoy, por ejemplo, nos estamos conectando con la tragedia el noventa por ciento del tiempo. Y eso produce más incertidumbre. El cuerpo humano empieza a segregar hormonas que te producen un círculo vicioso cada vez más extremo. Lo que aprendimos en la cordillera es que en la vida no hay que preocuparse, sino ocuparse. Nosotros construimos una sociedad solidaria. Los bienes pertenecían a la comunidad. Las normas aparecían y desaparecían por si solas. Estaba prohibido quejarse. El único objetivo era sobrevivir. El que rompía el silencio debía tener una idea, un cuento, una receta de cocina de su abuela para que comiésemos al volver a casa. No dejábamos que ningún pensamiento negativo nos colonizara la mente.

Zerbino, junto a Roberto Haritcalde, poco después del rescate.

–Una enseñanza a aplicar en esta pandemia.

–Hoy estamos mucho mejor. Nosotros estábamos solos, abandonados por el mundo entero. A los diez días nos dieron por muertos. En una radio escuchamos que iban a venir cinco meses después a buscar los cadáveres. Estábamos a 4.000 metros de altura y a 40 grados bajo cero, sin ropa y sin comida en un glaciar de 3.000 millones de años. Eso nos permitió conectarnos con nuestro máximo potencial físico y saber que vivir o morir dependía solo de nosotros. Cuando dejas de esperar cosas del mundo exterior y te conectas con el sincero deseo de vivir, se te aparecen infinitas posibilidades que te producen la ilusión de luchar por vivir un segundo más.

– ¿Se reconoce en ese relato que pervive en la cultura popular?

–El libro 'Viven' es un relato exacto. Hay otro libro que se llama 'La sociedad de la nieve'. Como está escrito por un inglés, excluimos los sentimientos que teníamos por ser latinos. Pero es un libro extraordinario. Debe haber doscientos documentales de todos los países y culturas. Hay películas que muestran en una hora y media lo que pasó en 73 días. Pero la fuente básica de la verdad está en esos dos libros.

–Supongo que cuando uno tiene una experiencia así con 19 años, debe aprender a gestionarla: ni olvidarla ni obsesionarse con ella.

–Yo no tengo un solo día de mi vida en el que recuerde que soy un sobreviviente. Vivo normalmente. Este fue un hecho más. Si bien fue muy fuerte, no me dejó ningún trauma ni daño colateral. Al contrario, me potenció para ver que los seres humanos somos capaces de enfrentar cualquier situación si trabajamos en equipo, si nos conectamos con la humildad, si nos regimos por los valores y principios que hacen la diferencia. Nosotros no éramos seres extraordinarios, pero sí hicimos cosas extraordinarias, que es lo que compartimos con la gente. Todas las personas pueden hacer cosas extraordinarias si hacen lo que se requiera sin quejarse.

Zerbino, junto a Roberto Haritcalde, medio melé de Old Boys y la selección de Chile.

–En “el milagro de los Andes”, lo milagroso fue el espíritu humano.

–Nuestra historia no es una tragedia y tiene muchísima tragedia; no es un milagro y tiene mucho de milagro. Es una historia de amor, solidaridad, amistad y vocación de servicio. Hoy hay una crisis de valores impresionante, aparte de la crisis sanitaria. El hombre tiene que recuperar su esencia y volver a los verdaderos valores de la vida.

–Ustedes tuvieron que alimentarse con la carne de sus compañeros muertos. ¿Todavía se encuentra con personas que lo observan con reparo, por el tabú de la antropofagia? ¿O que, al contrario, se interesan solo por los detalles morbosos?

–Yo no puedo controlar lo que la gente quiere saber. Es un problema de ellos. Sí que a mí no me molesta absolutamente nada, ni a mis familiares ni a los familiares de la gente que murió. En este momento que hablamos se están haciendo millones de transfusiones de sangre, que es un tejido. Es exactamente lo que tuvimos que hacer. Nos alimentamos de otros tejidos que eran los músculos de nuestros amigos muertos. Si yo me caigo mañana en avión, no espero diez días; empiezo al otro día porque se salva más gente. Elegimos entre la vida y la muerte. No había combustible, ningún alimento. En una noche podíamos perder diez kilos. El cuerpo, para mantener los 36,5 grados, debe quemar las grasas. Después quema los músculos y después, los huesos. Es como un globo que se va desinflando. Si no comíamos, a los cinco días estábamos todos muertos. Lo único que hicimos fue, como en el rugby, tacklear (placar) de frente a la muerte, apostar a la vida y hacer lo que se requería, en equipo y con la máxima alegría posible.

–¿Ha sentido esa culpabilidad del que sobrevive que sufrieron por ejemplo prisioneros de campos de exterminio? ¿Esa angustia de no saber por qué usted se salvó y otros, no?

–Nunca me hice esa pregunta. Si te preguntas el porqué, caes en la parálisis. Nosotros nos preguntábamos cómo: cómo hacíamos para salir. Eso impulsa a la acción. La vida es un milagro y la muerte es un misterio. El medio está para aprender y darse cuenta. Yo estoy en ese periodo. Mis amigos eran extraordinarios y bueno, se murieron. Lo único certero es que nos vamos a morir. Aprovechemos mientras estamos vivos. Para descansar tenemos la eternidad.

Gustavo Zerbino, al poco de ser rescatado de los Andes.

–El mundo del rugby presume de que aplicaron aquellos valores que les habían inculcado.

–Le demostramos al mundo cómo se puede lograr la unidad a pesar de la diversidad. El rugby es uno de los deportes más democráticos que existen. Juega el gordo, juega el flaco, juega el alto, juega el petiso, juego el lento, juega el rápido… Todos tienen un lugar para aportar algo a su equipo. Luego el rugby te enseña a respetar. El juez siempre tiene razón, aunque se equivoque. Te enseña que en la vida hay que levantarse solo una vez más de las veces que te caes y seguir luchando. Te enseña a practicar la gratitud. Te enseña compromiso, la valentía de pedir ayuda y aceptar que solo no puedes. Gracias a Dios éramos un equipo de rugby y ya teníamos internalizados los valores del rugby para esa batalla que tuvimos que dar, como si hubiera sido un laboratorio existencial donde mandaron al hombre a probar su potencial máximo.

–Sus cuatro hijos varones han jugado al rugby.

–El menor, que tiene 24 años, sigue jugando. Salió campeón uruguayo cuatro veces en los últimos cinco años. Yo salí campeón doce años con el Old Christians después de que volviésemos de la cordillera. Jugué diez veces con la selección uruguaya. Jugué el Sudamericano en San Pablo. Había perdido 40 kilos. La vida continúa. Fui presidente de la Unión de Rugby de Uruguay. Ahí conocí a Alfonso Mandado (ingeniero, profesor, político y presidente de la Federación Española de Rugby entre 2001 y 2012), por el cual voy a dar la conferencia en la Universidad de Vigo; por la gratitud y la amistad.