En septiembre, se le escapó la oportunidad de ser primer ministro. En octubre, esa ambición se ha hecho realidad. Rishi Sunak no tiró la toalla cuando Liz Truss le derrotó en las primarias hace un mes. Ni dimitió como diputado, ni se marchó a trabajar a Estados Unidos, como alguno de sus conocidos sugirió. Esperó la nueva oportunidad y esta ha llegado mucho antes de lo que esperaba.

El Reino Unido tiene por primera vez con Sunak un primer ministro que no es de raza blanca, ni de religión cristiana. Nació en la ciudad inglesa de Southampton hace 42 años en el seno de una familia de ascendencia india y religión hindú, que él práctica. 

Hijo de un médico y una farmacéutica, es el mayor de tres hermanos y sus padres pusieron todos los medios para proporcionarle una educación de élite. En la universidad de Oxford, sus profesores le recuerdan como un alumno excelente, maduro, que trabajaba muy duro. La política entonces le importaba poco. Su interés iba más bien por el lado de las finanzas y el deseo de hacer dinero. En la universidad, formó parte de un club de inversión y poco después de concluir sus estudios comenzó a trabajar en la banca de inversión Goldman Sachs.

Esposa multimillonaria

Fue en Estados Unidos, cuando hacía un master en la Universidad de Stanford donde conoció a su mujer, Murty, hija de un multimillonario indio, fundador de la empresa Infosys, con la que se casó en el 2009. Su esposa posee el 1% de la compañía de su padre, una participación valorada en 690 millones de libras (793 millones de euros) y entre ambos el matrimonio suma una fortuna de 839 millones de euros. Sunak se vio en dificultades cuando a principios de año se supo que su esposa figuraba como no residente a fin de pagar muchos menos impuestos de lo que hubiera debido. Poco después Murty anunció que contribuiría al fisco como cualquier otro británico.

Sunak llegó a la Cámara de los Comunes como diputado en el 2015 con la victoria de David Cameron, pero a diferencia de éste se declaró partidario del Brexit. En el 2018 logró su primer cargo en el equipo de gobierno con Theresa May. Más tarde fue uno de los primeros en respaldar a Boris Johnson como nuevo líder conservador, quien ya al frente del gobierno le nombró secretario del Tesoro. “Los ‘tories’ están en peligro. Sólo Boris Johnson nos puede salvar”, dijo entonces Sunak. Pocos meses después, la dimisión del ministro de Finanzas, Sajid Javid, le propulsó vertiginosa e inesperadamente a ese cargo de máxima responsabilidad.

Con fama de ser un trabajador infatigableSunak, que a diferencia de muchos de sus colegas no bebe alcohol, se encontró de golpe con la crisis de la pandemia. La respuesta fue poner en marcha un generoso esquema de ayudas urgentes y subvenciones similar a los ERTE en otros países de Europa. Poco a poco, las desavenencias con el primer ministro fueron evidentes. Johnson quiso la popularidad perdida con sus escándalos gastando más y más dinero, mientras que Sunak quería imponer la disciplina fiscal, controlar la deuda y aumentar ciertos impuestos. Su dimisión a principios del julio precipitó la caída de Johnson, lo que le valió ser tachado de traidor.

Durante la campaña en las primarias, acusó a Truss de fantasear y predijo que su plan económico sería ruinoso. Los afiliados, muchos de ellos simpatizantes de Johnson, no le perdonaron. Ahora, sin que nadie le haya elegido en las urnas o entre la militancia se encuentra con la oportunidad de dirigir el país.