Hebe Pastor de Bonafini, la cofundadora de las Madres de Plaza de Mayo, la organización señera en la lucha en defensa de los derechos humanos durante la última dictadura militar en Argentina (1976-83), murió este domingo a los 93 años. El presidente Alberto Fernández, con quien tenía una relación tirante, decretó tres días de duelo nacional. "El Gobierno y el pueblo argentino reconocemos en ella un símbolo internacional de la búsqueda de memoria, verdad y justicia por los treinta mil desaparecidos", consignó el texto del Poder Ejecutivo. Bonafini, añadió, "puso luz en medio de la oscura noche" del régimen castrense y "sembró el camino para la recuperación de la democracia hace cuarenta años atrás". La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner reaccionó también de inmediato. "Queridísima Hebe, Dios te llamó el día de la Soberanía Nacional… no debe ser casualidad. Simplemente gracias y hasta siempre".

La extinta dirigente había nacido el 4 de diciembre de 1928 en un barrio obrero de la localidad bonaerense de Ensenada. A los 14 años, se casó con Humberto Alfredo Bonafini, con quien tuvo tres hijos: Jorge Omar, Raúl Alfredo y María Alejandra. Los dos primeros desaparecieron en 1977 y 1978, respectivamente. Ella se sumó al incipiente colectivo de madres, gran parte de ellas sin experiencia política, que se reunieron en una iglesia de la ciudad de Buenos Aires e intentaron llegar a la sede del Gobierno, ocupada por uniformados, para saber sobre la suerte de sus seres queridos. La primera líder de ese grupo de mujeres, Azucena Villaflor, fue secuestrada el 10 de diciembre de 1977. Ese vacío fue ocupado gradualmente por la temperamental Bonafini. Su papel en la construcción de las Madres de Plaza de Mayo fue crucial.

En 1981, las Madres llevaron a cabo la primera Marcha de la Resistencia, frente a la indiferencia social, imperturbable a las consignas "aparición con vida" y "con vida se los llevaron, con vida los queremos" que comenzaron a escucharse en la Plaza de Mayo y sus calles aledañas. Los militares las tacharon de locas. Su símbolo fue el pañuelo blanco sobre la cabeza.

El rol en democracia

Bonafini expresó las posiciones más intransigentes de un movimiento de derechos humanos mucho más heterogéneo. A partir de la transición democrática levantó el tono de sus reclamos. Las madres siempre fueron una piedra en el zapato de los Gobiernos. Ni siquiera Raúl Alfonsín, el primer mandatario de la post dictadura, promotor del juicio a los excomandantes, tuvo gestos de aproximación hacia ellas. Tras su salida del poder, ningún presidente en ejercicio recibió al organismo hasta 2003, cuando asumió Néstor Kirchner.

Las Madres expresaron el rechazo más vehemente a las leyes de impunidad y los indultos que, entre 1987 y 1991, bloquearon la posibilidad de llevar a los represores a los tribunales. A mediados de la década de los noventa, la agrupación se partió en dos. Un sector siguió a Bonafini. El otro, a Nora Cortiñas y otras madres de heroico trajín en los años de plomo. La ruptura tuvo que ver con cuestiones personales, pero también políticas. La calle las encontraba sin embargo unidas, aunque distantes.

El kirchnerismo encontró hace 15 años un campo propicio para reabrir los juicios contra los militares. Las dos facciones de las Madres saludaron ese compromiso y, en un plano, se convirtieron en oficialistas, en especial Bonafini. Esa aproximación no siempre fue bien saludada. Ella se convirtió en una defensora a ultranza de la actual vicepresidenta. Tenía sin embargo una mirada negativa del papel de Alberto Fernández. Su personalidad ha sido, ya desde 1983, objeto de opiniones abiertamente encontradas. Se la admiraba o criticaba, a veces de modo despiadado. Nadie, sin embargo, ha dejado de reconocer su papel y su gravitación en más de cuatro décadas. La muerte la encontró en momentos que la discusión sobre la dictadura y los desaparecidos ha vuelto a un primer plano a partir de la película Argentina, 1985.