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Crónica desde Berlín: la atracción fatal por lo soviético

Las reliquias del Ejército Rojo glorifican un pasado más tenebroso que heroico en la capital alemana

Monumento al Ejército soviético en el Tiergarten.

Monumento al Ejército soviético en el Tiergarten. / Gemma Casadevall

Gemma Casadevall

Gemma Casadevall

Berlín

A nada debería temerle más Berlín que al largo brazo de Moscú. Sea el que representó bajo la Unión Soviética Josef Stalin o el actual de Vladímir Putin. ¿Qué hacen entonces esos viejos tanques soviéticos y demás reliquias repartidas por la capital alemana?, se preguntará el visitante de hoy ante, por ejemplo, el colosal Monumento al Ejército Soviético. Comparte distrito nada menos que con el Parlamento y la sede de la Cancillería, además de la emblemática Puerta de Brandeburgo. Algo menos céntrico, pero más imponente es el cementerio para unos 7.000 soldados del Ejército Rojo del parque de Treptow. O, ya en la periferia, la batería de tanques soviéticos que rodean el lugar donde se firmó la Capitulación del Tercer Reich, en Karlshorst.

La explicación es obviamente histórica. Fue el Ejército Rojo el que entró en Berlín, tras una batalla que arrancó el 16 de abril de 1945 y culminó 15 días después, cuando se izó la bandera de la hoz y el martillo sobre el Reichstag, la sede del Parlamento. Fueron 80.000 los soldados soviéticos caídos en la ‘liberación’ de Berlín del nazismo. Una batalla que dejó 600.000 viviendas destruidas por los aliados y apenas 2,8 millones de ciudadanos, la mitad de los que tuvo Berlín antes de iniciarse la contienda. El término ‘liberación’ fue durante décadas controvertido. A los estragos de la guerra siguieron décadas de traumática división, primero entre alambradas y luego cimentada con la construcción del Muro, la llamada ‘Franja de la Muerte’ que entre agosto de 1961 y noviembre de 1989 separó sus sectores occidentales del comunista.

Tanques soviéticos en Tiergarten.

Tanques soviéticos en Tiergarten. / Gemma Casadevall / ™

No hay motivos racionales para desear la presencia de tanques soviéticos, reliquias o símbolos de la hoz y el martillo en el Berlín actual. Pero ahí están, a disposición del turista o del ciudadano, invitando a reflexionar sobre el pasado o a hacerse el ‘selfie’ del día.

Dos tanques junto al pulmón verde del Tiergarten

No habían transcurrido ni seis meses desde el suicidio en su búnker de Adolf Hitler, el 30 de abril de 1945, o la firma de la Capitulación en Karlshorst, el 8 de mayo siguiente, cuando Berlín vivió un primer gran desfile de las tropas aliadas -Estados Unidos, Francia, Reino Unido y la Unión Soviética-. Fue el 7 de septiembre, con la ya excapital del Reich repartida entre las cuatro potencias vencedoras. Dos meses más tarde, el 11 de noviembre, otra parada militar dio por inaugurada en la avenida que atraviesa el Tiergarten y hasta la Puerta de Brandeburgo el gran monumento a uno de esos cuatro ejércitos, el soviético. Que quedase emplazado en lo que fue el sector británico no impidió que fuera custodiado por soldados soviéticos. Durante la Guerra Fría re retiró esa custodia y se acordonó. Pero tras la reunificación germana quedó inmerso en el circuito turístico berlinés.

Cementerio de los soldados soviéticos en el parque Treptow

Cementerio de los soldados soviéticos en el parque Treptow / Gemma Casadevall

Lo preside la estatua de un soldado sobre su pedestal, con el brazo tendido en homenaje a los caídos en la batalla. “Gloria eterna a los héroes caídos en la lucha contra el fascismo alemán y por la libertad de la Unión Soviética”, reza el texto original, en ruso. Flanquean el conjunto dos blindados T-34/76, en servicio en la batalla de Berlín.

Lo que para algunos alemanes de hoy es una afrenta tiene garantizado ese espacio privilegiado en virtud del acuerdo suscrito entre Berlín y Moscú en diciembre de 1992, dos años después de la entrada en vigor del Tratado de Unidad alemán. La República Federal de Alemania (RFA) quedaba obligada a la protección y mantenimiento tanto de ese monumento, tanques e inscripciones como del conjunto de cementerios a soldados soviéticos caídos en la lucha contra el nazismo. Se estima que en toda Alemania hay unos 640.000 tumbas de ciudadanos soviéticos.

Treptow, el corazón de un silencioso parque

Menos céntrico, pero más impactante es el cementerio a los soldados soviéticos emplazado en el corazón de otro parque, el de Treptow. Ahí no hubo restricciones a las visitas. Quedó en el sector comunista y el régimen de la República Democrática Alemana (RDA) rindió año a año homenaje a los 7.000 soldados que se estima quedaron ahí enterrados, en representación de sus 80.000 caídos en Berlín. En cada aniversario de la Capitulación, el cementerio recibía procesiones institucionales o de veteranos en homenaje a sus héroes.

La imponente estatua de otro soldado ‘rojo’ de varias toneladas de peso, con un niño en brazos y atravesando con su espada una cruz gamada nazi, ejerce una atracción irrefrenable para la foto de recuerdo. Es un lugar hermoso, que arranca con otra estatua a la ‘Madre Patria” que llora a sus hijos muertos y discurre entre piezas de mármol supuestamente incautadas de lo que fue la cancillería de Hitler e inscripciones con frases de Stalin. El lugar invita al respeto incluso a quienes no sienten amor por lo soviético.

Fue construido entre 1946 y 1946, año fundacional de la RDA. Tras la reunificación fue escenario del desfile de retirada de las tropas rusas, presidido por el entonces canciller Helmut Kohl y el presidente ruso, Boris Yeltsin. Los tiempos han cambiado. Alemania y la Rusia actual ya no pueden rendir homenaje conjunto a sus muertos. Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, cada aniversario de la Capitulación nazi coloca a Treptow bajo vigilancia policial, ante amagos de provocadores desfiles de nacionalistas rusos afines a Putin.

Las baterías blindadas del extrarradio

Museo de la capitulación, en Karlshorst.

Museo de la capitulación, en Karlshorst. / Gemma Casadevall

El auténtico ‘festín’ para los amantes de las reliquias militares está en Karlshorst, la villa del extrarradio donde la agónica Alemania nazi firmó su capitulación incondicional el 8 de mayo de 1945. Se recuerda en su interior el discurrir de la batalla por Berlín y los frentes que derrumbaron al nazismo: por el sur, entraban las tropas ucranianas del mariscal Ivan Konev, mientras por el noreste avanzaban las bielorrusas de Georgij Schukov. La partición de Alemania se había decidido ya en febrero en la Conferencia de Yalta. Quedaba a la gestión aliada el destino de unos 15 millones de prisioneros de guerra y soldados alemanes, más siete millones de ‘displaced persons’, supervivientes de campos de concentración y trabajadores forzosos del nazismo. Su destino, bajo tutela de los aliados occidentales o de los soviéticos, fue muy distinto.

Los documentos históricos y fotografías no llaman tanto la atención al visitante como la batería de tanques y blindados repartidos por el jardín que envuelve esa villa. Los efectivos, así como la descripción de cada uno de ellos, radio de operatividad y demás detalles, en ruso, son parte del legado museístico.

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