Conflicto en Oriente Próximo
La Esparta del Israel de Netanyahu: guerra eterna, aislamiento y victimismo perpetuo
El primer ministro israelí ha admitido que su país se está quedando sin apoyos internacionales y ha abogado por una suerte de autarquía, que ha espantado a los mercados

Funeral por un soldado caído en batalla en Gaza en el cementero de Haifa, el pasado 8 de julio. / ARIEL SCHALIT / AP

El Holocausto es hoy una parte esencial de la identidad israelí. Solo hace falta fijarse en las acusaciones de antisemitismo que lanza su Gobierno contra cualquiera que critica sus políticas o adopta medidas de presión contra el "genocidio" en Gaza. Pero no siempre fue así. Los primeros dirigentes del Estado judío no ocultaron su desdén hacia los judíos exterminados por los nazis por no haber presentado apenas batalla, dejándose arrastrar "como corderos al matadero", salvo en episodios puntuales como la resistencia en el gueto de Varsovia. En gran medida, el sionismo fue una reacción a esa supuesta mansedumbre del judío de la diáspora. La idea era crear un "judío nuevo", fuerte, armado y autosuficiente. Una suerte de Esparta moderna, como la que acaba de invocar Binyamín Netanyahu tras reconocer que su país se está quedando aislado globalmente por sus atrocidades en Gaza.
Tras el juicio contra Adolf Eichmann, el arquitecto de la Solución Final, celebrado en Jerusalén en 1961, Israel comenzó a incorporar la Shoá a su narrativa nacional, según explica el escritor indio Pankaj Mishra en su aclamado 'El mundo después de Gaza'. Y fue finalmente Menahem Begin, el primer líder de la derecha revisionista en gobernar el país, la misma a la que pertenece Binyamín Netanyahu, quien pasó a partir de 1977 a instrumentalizarla de forma sistemática para justificar las políticas hacia los palestinos y presentar a Israel como víctima perpetua. Una táctica que Netanyahu está llevando a su máxima expresión.
Pero a lo largo de las décadas han sido también muchos los intelectuales judíos que han alertado contra esa tentación. Hanna Arendt fue una de ellas. Tras cubrir el juicio a Eichmann, escribió que Israel corría el riesgo de quedar atrapado en una narrativa de eterna victimización de construir una identidad y una legitimidad excesivamente basadas en el Holocausto. Algo parecido a lo que escribió la historiadora israelí Idith Zertal en 'La Nación y la muerte: la 'Shoá' en el discurso y la política de Israel', publicado en 2003. "La condición perpetua de Israel como nación solitaria y asediada, rodeada por un mundo antagonista y antisemita, es aquella de la víctima eterna", escribió entonces.
Boicot y ostracismo
Esa "condición" descrita por Zertal parece haberse convertido ahora en una profecía autocumplida. El aislamiento que tanto han temido los israelíes durante décadas ya está aquí. Tanto en forma de boicots culturales, deportivos, académicos o comerciales impulsados desde la sociedad civil internacional, como del apoyo que algunos gobiernos empiezan a darles, o de otras medidas como los incipientes embargos de armas, las sanciones a ministros israelíes, la suspensión parcial del acuerdo con la UE que prepara Bruselas o los reconocimientos del Estado palestino. La sombra del boicot que acabó con el apartheid en Sudáfrica planea ahora sobre Israel.
Netanyahu reconoció "una suerte de aislamiento" el lunes, que atribuyó a la presión de las minorías musulmanas en Occidente y las supuestas campañas de influencia de "Qatar y China". Esa admisión ha despertado una enorme polvareda en el país, así como la reacción adversa de los mercados. Tanto quer el primer ministro tuvo que convocar ayer una rueda de prensa para aclarar "tiene plena confianza en la economía israelí" y que la reacción de la bolsa de Tel Aviv ha sido "un malentendido".
Pero lo cierto es que ese ostracismo es un escenario que otros habían anticipado. Desde Ehud Olmert y Ehud Barak, que precedieron a Netanyahu en el cargo, al líder de los Demócratas, un partido de izquierdas en la oposición. "El tsunami diplomático que se anticipaba nos está golpeando. Es fruto de los errores de un hombre confundido y solitario", ha escrito este martes Barak en las redes.
Las connotaciones de Esparta
No ha ayudado que, como alternativa al aislamiento, Netanyahu abogara por convertir a Israel en una "Súper Esparta", autosuficiente y económicamente cercana a la autarquía. Ciudad-estado de la Antigua Grecia, famosa por sus guerras contra Atenas, Esparta pasó a la historia como símbolo de sociedad militarizada, austera, propensa al sacrificio y obediente frente al Estado. No en vano, fue utilizada como modelo por Mussolini o los ideólogos del régimen racista sudafricano.
Esa concepción encaja en la cosmovisión de Netanyahu, que ha hecho de la guerra un subterfugio para su supervivencia política: un país aislado, asediado por el odio antisemita y presto para luchar eternamente. Solo este año, Israel ha bombardeado a seis de sus vecinos regionales. El último Qatar, donde trató de eliminar a la delegación de Hamás con la que negociaba sobre Gaza.
Pero si algo ha demostrado esta guerra es que lo último que quiere Occidente es aislar a Israel o que le acusen de antisemitismo. Si la diplomacia ha empezado a moverse es por la insistencia israelí en desoír sus consejos, cumplir con sus obligaciones internacionales y poner fin a la destrucción de Gaza, insoportable en su crueldad y desproporción para millones de personas en todo el mundo.
A Israel todavía le queda el apoyo sin fisuras de Estados Unidos, lo que le garantiza varios años de huida hacia adelante. Pero como le ha recordado hoy Ehud Barak ni la Esparta antigua ni sus réplicas modernas acabaron demasiado bien. "El 'Reich de los Mil Años' y la 'Súper Esparta' en Sudáfrica fueron borradas del mapa. 'Súper Esparta' es el final del país: económicamente, políticamente y militarmente".
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